- Ella caminaba a paso lento con las caderas amplias que el pantalón casual de ligeras rayitas blancas en horizontal sobre un uniforme color marrón hacían notar con bastante y sensual facilidad; llevaba el cabello lacio evidentemente peinado y planchado sabiendo que los moños y las boinas que usaba algunas veces dañaban en cierta medida a su dócil cuero cabelludo y sonreía grandilocuente como si a las seis con quince se acabara el martirio y reinara la hora en la que su galán asomaba desconcierto, desganado, desmotivado, insatisfecho y bloqueado; pero contento, emocionado, eufórico y travieso por verla y hacer que caiga en brazos para soltar de digna y tierna manera un amor que yacía en su noble corazón para aquel hombre que no merecía y tampoco mereció a pesar de los chispazos de elogio y pasión, el amor que ella arremetía cuando lo miraba expectante, con cigarrillo en mano, amplia risa, una facha de surfista a pesar del invierno, una playera roja en ningún contraste con su fina blusa blanca que pulcra podía esta emancipar más luz que sus bermudas coloridas y el calzado que no combinaba. Y, no obstante, ella le daba un abrazo y otro beso, se alegraba de verlo, le encantaba la sólida y grandiosa idea de tener que haber abordado un bus a veinte minutos de su casa para que pudieran converger en un abrazo, en ese beso tenaz y locuaz, en ese intercambio abrupto de sonrisas, ella saliendo de un trabajo como especialista en Turismo y él cada vez más insatisfecho por intentar crear oraciones como sus héroes literarios a pesar que, se hacia la idea, muy dentro de sí, si pienso hondar en su emoción, de que ella, la mujer de los tacones excitantes, podía hacerle explotar en inspiración y lograr, evidentemente, que la magia promulgue letras en su noche.
Cayeron en un abrazo largo y poderoso, la cartera de
cuero quedó olvidada colgando detrás junto al blazer capaz de igualar en sintonía
al pantalón, era alta por los tacones, con aroma de rosas de Carolina Herrera
que había comprado con su primer sueldo oficial, uno que superaba con creces
ante el individuo en frente, y que compartía sin carencias ni sin razones, como
cuando propuso llevarlo de viaje a Montevideo para que él tomara unas
vacaciones de esa maldita universidad de Lima donde una obligada carrera de
Marketing lo tenía agobiado y perdido, arraigado a una vida sin sentido, donde
las letras se veían reflejadas en sentidas nostalgias queriendo dedicarle el
tiempo a la escritura y no a las matemáticas; no obstante, no se decidía por no
saber que podía y ella, que lo conocía, sabía que un viaje, un relajo, un
tiempo a solas, podía volver a llenarlo, algo que él desconocía y volvía
cargado cuando retornaban. Tal vez, por eso, decía que la amaba; pero todos sabíamos
que simplemente la veía como una fuente de inspiración, cosas tan distintas, si
pensamos que amar es estar siempre para la otra persona y no fallar cuando se
te requiere.
En aquel momento, el saludo se intensificó, dos
magnetismos se unieron para sentir la desaparecieron de la ausencia de hace
tres días que estuvieron alejados por azares de los trabajos y las rutinas; se
extrañaban en textos a pesar de las diferentes maneras y aunque las caricias y
los besos fomentaron bastante al hecho de verse, hubo secretos y nociones
ocultos que parecieran no querer revelarse por vivir del contexto único de la
tarde que se volvía noche en una esquina del Ovalo Higuereta donde parados,
detenidos por un abrazo, emancipaban un amor puro y cristalino que parecía ser
sacado de una ficción y era, en gran medida, una mentira a medidas, solo que no
se sabía quién no era honesto y quien quería creer que era una certeza que el
amor surgía y no se iba. O, quizá, se fue.
Los besos se apagaron cuando las palabras surgieron,
de todos los rincones donde cayeron los besos se oyeron adjetivos al son de lo
que eran, desde no podemos seguir distantes a debemos estar juntos por siempre,
desde las promesas que se hicieron en cuartos de hotel cuando querían estar en
soledad a hechos en miradas que parecían jamás poder decir una falsedad.
Ella lo amaba, y por eso creía que el mundo sonreía a
su lado y él también lo amó, aunque a veces solo esperaba la soledad.
Es curiosa la ironía de este encuentro, ella elegante
para la oficina, el hombre como un día cualquiera, ella excitante con medio
traje puesto, el sujeto caliente por otras dimensiones y a la misma vez por
ella en frente; a veces no nos percatamos de lo que ocurre en nuestros mundos
mentales y las miradas mienten tanto como dictan verdades; pero queremos creer
a lo que ocurre en el abrazo sabiendo que tarde o temprano culminará y la
falsedad dará su cara más horrenda; aunque, y nos gusta, no por sádicos o
irresponsables, sentir que podemos hacer el bien poniendo la otra mejilla.
Fueron al hotel a media cuadra adelante, rentaron la habitación
acostumbrada, hicieron el amor como mandan los cánones y tuvieron un momento de
paz como alguna vez ocurrió en Río de Janeiro cuando a ella le dieron el
ascenso, el día del aniversario por el séptimo mes y se dieron cuenta que llegarían
a ser tres.
Y, parece que la inspiración, sucumbió para siempre.
Fin
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