- Del frontis de Santa Isabel, al lado derecho, había un
séquito de cabinas telefónicas de una compañía distinta a la marca en mi
celular. Me detuve para avisarle a Gisela, prima de un amigo que desconocía
nuestra procedencia como aventureros románticos, que llegaría tarde a nuestro
encuentro sabatino inventando una razón para ocultar la verdad.
Ella, inocente, crédula y tierna, me dijo: Te espero a
las ocho, te quiero mucho. Yo recién salía de una pichanga de noventa minutos con
unos diabólicos peloteros que en lo único que pensaban era en embriagarse
terminado el cotejo, algo que, para mis entonces dieciocho años, no entendía o
asimilaba bien, razones por la cual, me enfocaba más en el fútbol que en el ron
con gaseosa caliente sacado de una mochila oscura como traficante en medio de
un gramado lluvioso.
Insistieron a que me quedara porque habían pasado dos
años de la graduación del colegio y querían, a como dé lugar, que estuviera junto
a ellos para beber unos tragos al tiempo que se hablaba de lo poco, mucho o
fantasioso que se ha realizado en dicho par de años. Yo no estaba tan seguro de
querer compartir el Cartavio Black con ellos porque anhelaba tener un motivo
amatorio para envolverme sobre una cama rentada con la elocuente Gisela, si
describo su forma tan profunda de hablar; no obstante, también empezaba a
gustarme el trago, no tanto como el sexo, aunque, en dicha época, el tomar no
era tanto lo mío, pues, me vendía como un hombre de casa que juega a la pelota,
y ella, desconocía, mis nuevas debilidades, debido a ello, cuando la llamé tuve
que mentir a flor de piel cuando, en otra circunstancia, hubiera sido
totalmente acertado dar con la verdad.
Darme una ducha y asistir a la cita era un panorama no
muy alentador, siempre he sido un hombre aseado y sabía que Gisela era de esas
jovencitas que desean verse bien apuestas para sus muchachos así únicamente vayamos
a la esquina a besuquearnos. Ella, iría con un calzado alto de tacón, pantalones
casuales y una remera pegada que luciría sus pechos prominentes, algo que el
amigo, primo de ella, no sabría atender como yo lo andaba realizando durante
seis meses de relación que acabábamos de cumplir. Y, es curiosa la manera como
se abordan los hechos algunas veces, pues, Javicho, el primo, era el portero
rival en dicho encuentro de peloteros salidos de la escuela con barros de acné en
el rostro y zapatillas continuas de las pichangas en los recreos; para
entonces, el crack de todos los tiempos en los gramados florales de la escuela,
mi amigo Oliver, yacía en otro universo corriendo con adrenalina pura hasta el
espacio sideral.
Lo extrañaba, obvio; y por eso, de repente, no quería juntarme
con la gente de la promoción. Siempre he creído que él fue mi único amigo.
Por eso, el acostarme con mujeres y tener relaciones
amorosas, era una pasión que me hacía olvidar en gran medida a lo que trata la
realidad.
Había conocido a Gisela en una fiesta por el
cumpleaños de Javicho, era, no porque fue mi chica, la más linda de ese grupito
en el mueble que ansiaba sigilosa que algún valiente se atreviera a sacarlas a
bailar. Yo no bailo, lo sabe hasta Dios; pero borracho, soy una vertiente
locuaz. Algo que, entonces, no ocurría. Por eso, resolví hacer de mi timidez,
el plan perfecto para hondar en mujeres. ¿Sabías que a las chicas les gustan
los hombres que son desinteresados? Es decir; si andas como loquito detrás de
ella, no te hará caso. Pues, yo, mientras los lobos embriagados salían a la
marcha en busca de nenas, tomaba agua y oía la música desentendido de todo,
tratando de ser sociable, apacible y conversador de temas de historias que
durante el periodo iba adhiriendo. Ella, por su parte, se asomó, conversó,
hilvanamos unas pláticas sobre la escuela, ella estudiante del colegio vecino, arrancó
la charla hablándome de su primo, titular en mi equipo de escuela; pero rival más
adelante por cambiarse de sección, dato curioso, porque de esa manera nos
hablamos menos y por ende, el conquistar a su prima no fue un asunto desleal,
salvo por el hecho de que nunca se lo dije, además, ¿Por qué tendría que
decirle que iba por ella? ¡Si ella fue por mí! Y además, esos pechos que
seguramente alucinaba tener cuando jugaban de adolescente, yo los sumergía en
mis labios como un depravado ignorando por completo la imagen de mi amigo en la
mente, porque de lo contrario, se trataría de una situación extraña.
Coincidimos en esa fiesta, nadie pensó que algo pasaría,
Gisela era sociable, amiguera, habladora, cantante y actriz, hacia miles de
gestos elocuentes, conversaba con profesores, maestras y hasta era la capitana
del equipo de básquet, estudiaba o se preparaba para ser abogada, ya la
imaginaba con un traje a la medida y me calentaba de solo pensarlo, a pesar que
todavía no se instalaba a la universidad y eran nociones que me contaba
mientras hablábamos en el mueble de la casa de Javicho.
Salimos al cine el martes de la siguiente semana, había
juntado la propina para invitarla a ver ‘El aro’ aunque ella accedió gustosa a
compartir los gastos comprando la canchita y la gaseosa. Ese detalle me pareció
fascinante, no era de las mujeres anteriores interesadas por la billetera, que,
de igual forma, no existía en abundancia; no obstante, nos divertimos jugando
previamente a la película en el Moy del Jockey Plaza, donde un tiempo atrás había
tenido una de las rupturas más desafortunadas de mi historia, algo que voy a
contar con el paso del tiempo.
El beso ocurrió en el cine. Como autor, ahora me doy
cuenta que fue un completo cliché; pero en entonces la vida romántica estaba
basada en sucesos de película. Besos en el cine, salir agarrados de la mano,
tener sexo delicado, hablarse bonito y demás. Situaciones que se fueron
hilvanando a un ritmo frenético porque ella se vio entusiasta con la idea de
ser pareja cuando yo pensé que el beso sería uno de esos besos que ocurren en
una salida y no vuelve a pasar hasta otra salida o muchas otras salidas con
diferentes mujeres; sin embargo, ese empuje, el hecho de querer ser algo más,
porque nos besamos, me hizo entender que podía aventurarme en una relación amorosa
con la prima de mi arquero debido a que ella tenía un pensamiento claro y
honesto: No me gustan los vacilones. Y yo, en entonces, era ciertamente un
hombre arraigado a nociones vertiginosas que no quería cuadrar sin profundizar
bien en el asunto.
No obstante, accedí a que fuéramos pareja. Sí, sin
conocernos del todo, por un beso, en una salida, después de una fiesta, sin
haber bailado, ni siquiera conociendo nuestros apellidos, salvo uno y con el Messenger
y el celular registrado como si pudiéramos inventar algo en base a ello.
Duramos ocho meses.
Después del partido, fui a su casa sin bañarme, usando
la ropa con la que partí para el juego guardando en una bolsa mis prendas
peloteras, medio borracho, con una gran sonrisa, fácilmente hablador y con la intención
amatoria por envolvernos rápidamente en su cama.
Toqué el timbre y salió su madre, una señora regordeta
y carismática que me invitó a pasar, me mantuve quieto al filo del mueble a la
espera de su descenso porque habitaba en el segundo piso y la escalera de
madera conectaba ligeramente con la sala. Salió con un vestido negro, pensé en ¿Por
qué estaría con vestido si el plan era ir a un hotel? Bueno, no específicamente
habíamos acordado ese plan; antes iríamos por helados, caminaríamos un rato y
luego nos volveríamos locos por tener sexo en un hotel dos a tres estrellas.
Sin embargo, cuando me vio, se sorprendió abriendo los brazos en señal de
molestia. Le dije: Hola Gise, ¿Qué tal? Lamento la demora, te ves hermosa. A lo
que ella, esperando que su curiosa madre se alejara, respondió: Gracias amor;
pero, ¿Qué haces así? Te dije, hace unos días, que iríamos al bautizo de mi
sobrino.
¡Lo había olvidado por completo! Y, me lo repitió toda
la semana, algo innegable, e incluso, alisté el traje para la función; pero al
paso de los días, realizando mis actividades que no le relataba y no iban en
asunto a medios literarios, pues amasaba otros temas para generar ingresos que
me permitan tranquilidad y solvencia para mis disfrutes, perdí la ilación del compromiso
pensando en su cuerpo sobre el mío y el juego a la pelota que tanto ansío.
Gisela se había hasta ondeado el cabello, puesto
maquillaje en los labios, visto preciosa para la ocasión, el bautizo de un
petizo que ni idea de lo que ocurría y yo andaba en fachas de pelotero con las
piernas de barro que ocultaba con el pantalón jeans rasgado para mi mala
fortuna con la intención notoria de ir al hotel, bañarme y hacer el amor; pero
los planes estuvieron desechos al momento en que empezaron.
Para culminar la faena desafortunada, al rato llegó
Javicho y la banda, los mismos peloteros de hace un rato que querían seguir con
el trago, entraron a la casa que compartían en pisos divididos y me vio a la
espera de su prima, favorita según me dijo después, comprendiendo que mientras él
se hallaba en otros ámbitos, alguien se devoraba a su prima, salía con ella, la
enamoraba y emancipaba dejándolo de lado incluso hasta del bautizo del nene,
que jugaba desentendido a la pelota en otro sector de la casa.
¿Qué te parece, Gise? Si te adelantas y luego yo voy.
¡Tú solo piensas en ti! Y la pelota, me dijo y subió a
su cuarto en un lloriqueo.
Javi me dio una mirada fruncida y dijo: ¿Por qué no me
contaste?
Su madre siguió a su hija para consuelo y el primo con
el resto de bandidos no me dirigieron la palabra por desleal.
Salí de la casa, abordé un taxi y volví a la mía.
Enseguida, recibí una llamada.
Estoy en San Borja, ¿vienes o no?
Sí, voy, le dije.
Pero, bailamos, eh, o de lo contrario, seguiré
enojada.
¿Bailar en casa de su hermana junto a toda su familia?
Antes… borracho.
Accedí y lo siguiente que ocurrió fue una locura.
Fin