- Ella
se detiene en el umbral de la entrada apoyada y viendo las redes, en la esquina
de la calle para fijar la dirección, cerca de la cocina para picar una papa
frita o simplemente regada sobre la cama mirando el techo y yo estoy anonadado
admirando su belleza como artista que plantea en la mente la posibilidad de
construir una escultura o realizar una obra pintoresca de acuerdo a su preciosa
silueta, el brillo de la sonrisa, la luz de los ojos y el sentido armónico de
cada una de sus partes físicas como si todos los dioses se hubieran reunido
para dibujarla. Como si todos esos seres creadores hubieran pintado el lienzo
perfecto que fuera a caer justamente a mi vida y yo como autor de libros
hiciera únicamente, a mi modo y con mis limitaciones literarias, describir
tanta hermosura en letras que seguramente irán a sus oídos en un roce sobre la
cama o ponerme en evidencia con una mirada piadosa, quizá, decirle con caricias
sin fronteras, con un verso suave o una sonrisa en señal de enamoramiento. De
alguna o mil maneras hacerle sentir que es la mujer más preciosa de la
existencia terrestre y si hubiera allá afuera vida inteligente y artística,
supiera también que es la más linda del universo.
Y
a pesar de todo, ella infla los cachetes, recoge parte de su barriga y se mira
de lado al espejo en busca de imperfecciones.
Aquello
la vuelve aún más perfecta.
Y
si lo digo cada vez que puedo.
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