- No
había pasado mucho tiempo en la Tierra desde que descendí del bus con maleta en
mano en un terminal llamado Retiro llevando nostalgia en el alma y seriedad en
el rostro en señal de confusión como quien vuelve a un lugar que no le
pertenece y todavía debe retornar a otro que menos siente como suyo.
Allí
estaba, nuevamente atravesando con ansiedad disfrazada de apremio los metros
que me separaban de la puerta 56 según un boleto comprado ayer, sabiendo que
todavía restaban cuarenta minutos para arribar pero aun así quería sentirme
destinado como niño que se sienta primero en el juego y espera que el
maquinista presione los botones respectivos dando palmadas de apuro víctima del
entusiasmo.
Ya
sentado me entregué a la espera entre ansioso y calmado, con chispazos de
emociones que erizaban la piel e intercambiando mensajes con esa persona que
espera a tres horas de distancia en una ciudad cuyo nombre al inicio resultaba
chistoso e impronunciable y ahora llevo tatuado en el alma.
Gualeguay,
Entre Ríos, leía en la tele en frente elevando la mirada. Partida: 9.10am,
añadía la pantalla sin mostrar la llegada que poco importaba, pues una vez
aventurado sabía que si los dioses lo permitían dándome la espalda y ocupándose
en otros asuntos, yo podría estar allí en tres horas y algo más.
Empresa
de Buses Flecha Bus, veía en el boleto. Leía el resto de oraciones diminutas
para distraer la mente, miraba el celular esperando respuestas de la otra mitad
y el reloj parecía holgazanear, no quería moverse entre ocho y cuarenta y ocho
y cincuenta, esos minutos parecían tortugas en una maratón y yo volvía a
enfocarme en las esquinas esperando que el bus indicado se asome y empiece a
generar la convulsión de personas que se aglomeran para abordar.
Hace
algunos meses para el mundo y cientos de días para el corazón, creía que eran
pocos quienes viajaban a dicho sitio al sur de la Argentina, pero luego me di
cuenta que se trataba de una enorme cantidad de personas cuyas mayores
aficiones eran los deportes acuáticos quienes rápidamente, al momento de llegar
el bus, hacían una cola larga para abordar y sentirse destinados como yo;
aunque sin la misma emoción, pues andaba seguro que era el único en ir por
primera vez en busca de un amor conocido y profundo como esos que son un
misterio a pesar de los besos y abrazos, como esos que son intensos porque el
tiempo resulta corto. Como esos que a veces nadie entiende porque no ha
sentido, pero quienes lo tienen lo cuidan, aprecian y sostienen con amor y
respeto para que existan momentos como estos en donde nos encontramos otra vez
gracias a los caminos que construimos con el amor que nos sentimos.
El
bus apareció en frente estacionado de forma exacta haciéndome sentir importante
por la proximidad de la puerta con mi maleta, que como imán se vio dirigida
hacia la entrada, dato imaginario el que acabo de ofrecer, pues para calmar las
ansiedades del cuerpo resolví asistir al baño y luego comprar una bebida que
acompañe el viaje, para así, de una vez, ser parte de la cola.
Un
sujeto de lentes oscuros y uniforme de la empresa arrugado por el hecho de
estar sentado durante horas revisaba los boletos y pedía el DNI para comprobar
la identidad. Yo, que hace minutos acababa de tener mi pasaje en mano, había
olvidado groseramente donde lo acababa de poner -quizá le ocurra a muchos que
tienen esta repentina ansiedad por viajar que hasta ignoran el lugar donde
colocaron los boletos- sin embargo, se encontraba en el lugar de siempre, solo
que mal buscado. La billetera guarda varios compartimientos, en uno de estos se
hallaba el boleto como gato que se esconde para descansar en alguna parte de la
casa y andas desesperado y angustiado buscándolo ignorando que solo descansa
donde siempre.
Es
una maniobra complicada la de desdoblar el pasaje, mostrar el documento de
identidad sosteniendo la bebida helada y el paquete de galletas colgando de la
boca, todo tan acrobático como chistoso cuando tranquilamente uno puede poner
todo en la maleta en menos de un minuto; pero así somos quienes nos apresuramos
por estar en el asiento para aventurarnos adonde se encuentra ese amor que
tanto extrañamos.
¡Extrañamos
ahora más que nunca! Porque antes nos dedicamos a distracciones banales y
diarias como el laburo o el estudio para no sentirnos hundidos o atravesados
por sensaciones de nostalgia y angustia, aunque a veces simplemente nos
revuelvan en sus olas.
Sin
embargo, siento y creo que los planes dan esos salvavidas que nos devuelven la
respiración y otorgan pasividad para no extrañar tanto y sentarnos a esperar el
momento oportuno para volvernos a abrazar y reanudar esos besos en pausa.
Por
tal razón estaba allí otra vez, mirando la calle, los carteles con números de
los distintos estacionamientos de buses a diferentes sitios, la gente andar con
mochila y otras en modo de espera, todos en sus mundos complejos de emociones
mentalizando una llegada o venida a otro lugar.
El
bus se llenó con rapidez, ya me acostumbré a que mucha gente vaya a Gualeguay
sea por vacaciones, trabajo o de regreso a casa. Alguien se puso a mi lado, una
morena de cabello corto y pañuelo verde en su cabeza que alguna vez usó como un
distintivo alrededor de su cuello. Le di un saludo cordial, lo devolvió y cogió
su celular.
Desde
que el bus dio inicio al trayecto enfoqué mi mirada en el paisaje urbano. Las
avenidas, las calles, las casas, la gente y demás fueron mi foco de atracción
al tiempo que las canciones que nos dedicamos o siento como nuestras resonaban
en mis oídos con destellos de alegría a pesar de la letra nostálgica, pues el
reencuentro estaba próximo y solo quedaban horas y minutos para tenernos en un
abrazo.
La
empresa me brincó un agasajo que no pude consumir por estar con la barriga
llena de los chocolates y la gaseosa que acababa de ingerir mirando la ventana,
pensando en ella y escuchando música, a veces respondiendo mensajes de
WhatsApp, colocando estados acorde a lo que iba sintiendo y pensando y fotos de
momentos de ayer o anteayer. Disfruto tener las redes encendidas, así todos ven
lo que hago o quiero hacerles creer que hago.
Las
avenidas y calles fueron cambiando según el paso del bus, a su vez, la gente
desapareciendo y los árboles y césped surgiendo haciéndome sentir en una
especie de aventura al paraíso, pues los lados eran verdes y amplios mostrando
paz en cada andar y haciéndome sentir atraído como si quedarme recostado en una
arboleada y sobre el césped fuese una fortuna.
Por
ratitos ganaba el cansancio, ese asunto de levantarse temprano, tomar el bus
hacia Retiro, caminar unas cuadras y envolverse en la estación no era del todo
agotador, sino el rollo de haber visitado los lares de Buenos Aires durante
cuatro días caminando de diez a diez llegando al departamento rentado de la
avenida Corrientes junto a unos camaradas, quienes lejos de querer dormir,
deseaban hidratarse con birras de marca local hasta altas horas de la noche.
El
resultado de la bohemia bonaerense afectaba el cuerpo, al punto que, a la hora
y media de camino, cerraba los ojos ligeramente para imaginar que llegaba y
abrazaba a mi chica entrerriana que esperaba ansiosa en la terminal de
Gualeguay con los brazos y besos en pausa. Soñaba, creo, que estaba saltando
nubes y luego jugando a la pelota, hasta que un sonido, el bus estacionando en
una terminal conocida por las letras grandes y coloridas que decían enormemente
Gualeguay, satisfacían todas mis emociones con una facilidad impresionante,
entonces el sueño se fue y las ganas reanudadas por la cabeceada surgieron con
un brillo especial. Tocaba escribirle al arrendador del departamento en la
calle San Lorenzo 235 que estaba en camino y decirle a su vez, a mi novia, que
fuera a buscarme en un rato.
Pues
quería que me viera pleno, no con el rostro desencajado por la amanecida y el
cuerpo sudoso por el calor actual. Ambos respondieron a la par: Bien, señor
Barreto, lo espero.
Amor,
te visito en una hora. Te amo mucho.
Lo
primero que hice al tocar piso fue dirigirme al baño, tenía unas ganas
tremendas de orinar y esto me recuerda al sueño que también tuve en donde me
ahogaba. Por suerte aquello no ocurrió y logré salvarme.
Una
remojada de cabello y agua en el rostro para revivir, lo siguiente era hallar
un taxi hacia el lugar.
Todo
me parecía familiar, el terminal, la gente, las calles, los autos, clima y
sobre todo ese saborcito curioso, un aroma muy particular, algo intangible que
mis sentidos sienten como si su existencia fuera solo de este lugar, una
especie de aire que roza la piel dándome a entender que estoy en el sitio
correcto del mundo y el universo, es como si encontrara mi lugar, como si mi
cuerpo cayera exactamente en esa pieza que la vida me entregó al nacer o al ir
viviendo fue formulándose. Extraña sensación o sensaciones las que tuve al
mirar el horizonte, el cielo y los lados, era como si todo fuera parte de mí a
pesar de haber estado solo una vez allí, como si todo estuviera grabado en mi
mente desde siempre y solo necesitara volver para recordar. Las emociones
saltaban y los sentimientos aumentaban, mis ganas de estar a su lado tambien y
por ende la necesidad de un abrazo y un beso, todo esto condujo a que no
esperara más y me aventurara de una vez al departamento.
A
pesar de tener todas calles en la mente y conocer de memoria las locaciones, la
fatiga corporal y la sed hicieron que desistiera a la empresa, escribiera al
chico que renta y a mi novia contándoles mi experiencia. Ambos dijeron que era
un bobo, pues, ¿Cómo se me ocurre andar más de treinta cuadras? Entonces
resolví esperar un taxi tras retornar el terminar. La muchedumbre que descendió
había agotado los autos, pues mucha gente había llegado para ser parte de
juegos de verano, actividades en el río y sobre todo el memorable Corso de
Gualeguay, del cual andaba enterado más o menos, porque mis energías las tenía
enfocadas en mi chica y no tanto en otras cosas.
Tuve
la suerte de que el muchacho del departamento me escribió diciendo que su madre
iría por mí en un Sedan blanco del 2019. La señora no tardó ni un santiamén, me
recogió invitándome a ocupar el asiento delantero compartiendo el tramo con una
linda perrita de nombre Pepa (lo estoy inventando porque no me acuerdo el
nombre) y allí fue contándome las actividades recreacionales de Gualeguay
durante el verano, entre ellas, el magnífico Corso del que todos hablan y
todavía no se mucho.
El
departamento no fue el mismo de la vez anterior aunque ciertamente similar en
fachada. La puerta principal era un portón complicado de abrir que muchas veces
resultaba ruidoso en una calle larga y silenciosa. La cocina estaba primero, al
lado el baño con agua tibia y un espacio para el asado; subiendo por una
escalera dos habitaciones, una enorme con tele y varias camas, dos grandes para
hacer el amor y dormir y otra con una plancha y un armario. Yo no soy de
quienes sacan todo el equipaje y acomodan, prefiero no perder el tiempo en ese
asunto y dejar la maleta a un lado para ir sacando de a poco cuando tenga que
cambiarme. No me daba cuenta entonces que el clima de Gualeguay, según me dijo
Alicia, era como el infierno en calor y que por eso debía de llevar varias
mudas de ropa.
Una
ducha semi prolongada y una cepillada de dientes incluyendo afeitada de algunos
pelos bastaron para sentirme fresco y resoluto con ganas de encontrarme con mi
chica de Entre Ríos, quien envió un mensaje diciendo que salía de la casa de su
hermana con dirección a la mía.
Tampoco
me había percatado de las cortas distancias entre las casas, pues en Buenos
Aires es totalmente distinto ya que las avenidas o calles son enormes y ocurre
algo similar en la Lima que no extraño; en tanto, tuvimos suerte de coincidir
listos y entusiastas, pues abrí la puerta para esperarla en la calle y ella ya aparecía
doblando la esquina.
Preciosa,
tal vez el adjetivo quede corto, pero no quiero escribir ‘perfecta’. Todavía no,
pues después se vio la perfección de su ser en toda su dimensión.
Andaba
vestida para la ocasión y el clima, casual y sencilla, reluciente y divina,
como si toda la confianza y seguridad del mundo se viera en su semblante,
aunque por dentro estuviera revolcándose en nervios, y yo también, porque es
natural y ocurre cada vez que la siento cerca. Pero con el paso de los segundos
mágicamente todo se volvió en un ambiente cálido que supimos compartir y
apreciar en un abrazo de bienvenida y un beso inmediato que nos dimos para
hacernos entender que la espera tuvo un fruto.
Le
dije los mil te amo guardados en ese abrazo y toda la pasión que reservaba en
mis adentros fue saliendo cuando nos dimos el beso.
Fui
mostrándole la habitación y sus confines, subimos las escaleras e
intercambiamos obsequios como enamorados un catorce diario y me encantó que
desde entonces no dejara de usar el bolso inca color negro -su favorito- que le
di con cariño.
No
me perdía de ningún detalle de su precioso rostro, de su sonrisa mágica y esos
labios tentadores que tanto disfruto besar.
Quisimos
pasear, bueno yo insistí a pesar de su advertencia por el calor, y salimos a
dar vueltas por las calles mágicas de un Gualeguay que había extrañado y sus
recuerdos congelados en el alma fueron derritiéndose haciéndose reales como si
lo tangible de los pasos que daba originaba cuerpo al recuerdo perdido en la
mente. Me empecé a sentir nuevamente parte del mundo en el que habita, de sus
calles y pasajes, de sus tiendas cerradas y la gente, de su mano apretando la mía
y de su sonrisa de conejita a mi lado como un acto natural y maravilloso que
disfruto observar a cabalidad a todo momento, incluso, en esos en los que no se
percata que la estoy mirando.
Realizamos
unas compras en un supermercado que no pude visitar el viaje anterior,
adquirimos una cantidad de productos y unas hamburguesas para el almuerzo
presente, la indispensable gaseosa que bebí de golpe en horas y detalles que
intentaron llenar la nevera.
Alicia
y yo éramos como dos esposos que van al supermercado por las compras diarias
con un acto simple y rutinario; maravilloso y divertido que consolida a las
parejas como entes sólidos y fantásticos que logran pasarla bien sobre la cama,
darse besos intensos y abrazos formidables y también logran congeniar en el
supermercado con las compras diarias.
Ninguno
de los presentes, si se pusiera a pensar imaginaria que vivimos distanciados o
somos de diferentes países con culturas ligeramente distintas, pues, en esa
tienda, éramos una pareja más, unos entrerrianos más, unos novios que pasan el día
juntos viendo que comprar para comer o disfrutar viendo una peli o sobre una
silla sentados al tiempo que charlamos mientras se cose la comida. Éramos
normales e infinitamente maravillosos y distintos, no hubo distancias, ni kilómetros,
tampoco riñas de antes y mucho menos sueños a futuro, pues el presente era el
futuro y el pasado, era todo al mismo tiempo, como un momento divino que se
vive de forma perfecta y se goza a cabalidad porque solo ese instante existe. Y
en ese ratito, estamos los dos con coche de compras acercándonos a la caja y
Alicia diciendo en son de broma el precio de lo adquirido. Ella acierta y yo sonrío,
la sonrisa de coneja reluciente y mi felicidad fácil y simple por tenerla,
estamos destinados a esto siempre y yo aceptaría si todos los días vendría con
ella al supermercado con franjas blancas y rojas y una D como símbolo a hacer
los quehaceres en una ciudad que ya siento como mía.
Retornamos
al departamento, obviamente yo andaba sudoroso y tuve que refrescar el cuerpo
en una buena lavada de cara y cuello, después preparamos las hamburguesas,
bueno, ella lo hice y muy bien como de costumbre.
La
miraba por lo bella que es, por la admiración que le tengo a su encanto, a su
cuerpo, a su rostro, a su sonrisa, a sus cabellos ondulados y claros, a su
manera de ser, a los movimientos que realiza en la cocina, a su voz y a su
risa, a su todo en un contexto único y maravilloso que ojos de entes enamorados
solo descifran y conocen.
Tras
comer subimos a la habitación principal que curiosamente se encuentra encima y
nos recostamos sobre la cama para ver una película media extraña sobre un tipo
que amarra a su esposa a la cama y luego le da un infarto ocasionando que la
mujer empiece a tener alucinaciones. No terminamos de ver la película y eso
refleja mucho lo ocurrido durante ese tramo maravilloso, fabuloso y sumamente
exquisito que supimos gozar.
Entre
abrazos intensos, besos pasionales, cuerpos intrépidos que se fusionan y
vuelven uno, sensaciones novedosas y sensacionales, sentimientos que florecen y
mutan a la misma vez, emociones intensas que no conocen de limitaciones y un
saldo memorable de fantasía hecha realidad en una calle de Gualeguay a kilómetros
de mi nación, pero con la mujer que amo y respeto, haciendo que el momento se
vuelva infinito y entienda que estoy en el lugar correcto, pues uno encaja
donde lo aman y se siente contento y yo lo estaba, andaba feliz de tenerla
cerca y totalmente mía en frente desarrollando actividades soñadas que juramos
en silencio serían por siempre, pues así los besos, caricias y te amo lo
señalaban.
Por
la noche asistimos al cine, recomendación de la cuñada que encontramos camino
al centro por la tarde, y tras una separación rápida para mudar prendas y
darnos una ducha, nos reencontramos con el objetivo de ver una película de
terror en el Altos de Gualeguay, centro comercial, no tan comercial, pequeño,
aunque bonito que tiene un cine arriba en donde la gente asiste porque, en lo
personal, es barato y confortable.
La
peli estuvo regular, al inicio buena y con golpes de miedo; pero yo quería sacarme
la espina de la última vez que fuimos al cine y nos quedamos con ganas de hacer
el amor, de repente por esas razones fui olvidando las escenas y dándoles besos
apasionados a mi chica, quien, me sorprendió que no tuviera tanto miedo como yo
y bueno, tampoco vio otras escenas, pues los besos le taparon la visión.
He
olvidado mencionar que previo al cine quisimos comprar algo en un carrito de
sanguches cuya muchedumbre impidió que pudiéramos llegar a tiempo; sin embargo,
después fuimos a comer a un sitio llamado Moca, donde un tipo nos atendió con simpatía
y no quise darle la propina por ser el dueño del local.
Saliendo
caminamos hacia la casa de su hermana en donde se encontraba hospedaba el tiempo
que estuviera en Gualeguay, pues ya he mencionado que ella vive en Puerto Ruiz,
lugar al que alguna vez espero ir.
Besos
cortos y un abrazo fue la despedida, la cual me fascina porque existe la
posibilidad de vernos al día siguiente y aventurarnos en una nueva odisea
grandiosa y vertiginosa llena de grandes emociones y sentimientos que van moldeándose
para formar algo grande que solo nosotros sabemos sentir.
Nos
escribimos mensajes de texto sobre las camas contándonos lo vivido,
intercambiando algún que otro comentario y sabiendo que inevitablemente
estaremos unidos por la mañana.
Me
encanta ese pensar, el hecho de vernos en cada mañana, en cada siguiente día,
en cada nuevo suceso, en cada alba o noche y seguir gozando y viviendo de este
amor que no tiene fronteras. Y sí, mucho que ofrecer al mundo.
Fin
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