- Me senté enfrente de la computadora como un domingo cualquiera sin resaca y con taza de café en frente preparando las teclas para otra aventura literaria. Sintonicé una canción de Cerati para aumentar la inspiración instaurada desde que te encuentras descansando en el sofá de mi sala por la faena desorbitante de la noche anterior y prendí un cigarrillo para sentirme un escritor de los veinte, salvo que no llevo traje ni bufanda y ando en bóxer, lleno de tatuajes y los cabellos largos en moño, razón por la cual, me alucinan publicista y no escritor.
Alejandra,
como voy a llamarte ahora, vino a mi casa alrededor de las siete, yo abría un
tequila para celebrar el final de un nuevo libro que podría publicar a pesar
que tan solo lo compre mi abuela y mi ex esposa porque en un país como Perú ser
escritor es como ser agente inmobiliario en la luna. Estamos llenos de
ignorancia, ojalá naciera en Finlandia. Lejos de ese parámetro curioso, vuelvo
a ti, rulosa divina con ondas que caen por tus mejillas y llegan hasta tus
senos como dos duraznos que siempre anhelo besar y saborear a pesar que al
inicio, conociendo totalmente el compilado de situaciones posteriores,
empecemos con una charla suave sobre las vicisitudes de nuestra semana entre
sonrisas y risas con ademanes en señal de comprender, cuando, realmente y sin
hacer alguna alusión a un montón de mentiras, yo miraba tus pechos al tiempo
que hablabas y sonreía con la vista en tu cuello deseando morderlo y saborearlo
como el vampiro que soy; y tú, bien dijiste, rozabas mi pierna con suavidad
deduciendo o sabiendo que el demonio de la entrepierna emergía como un titán.
No me gusta presumir, nunca lo hago; pero hay que saber que hay hombres que la
tienen amplia. Soy el caso y no tiene nada de malo. Tengo un monstruo abajo y
no tiene nada de malo decirlo.
El
palabreo igual al que tenemos por chat se interrumpió por un beso inevitable
que nos condujo a caer sobre el mueble en toda su dimensión desprendiendo a
ritmo vertiginoso cada una de las prendas que llevábamos como si las pieles
desesperadas quisieran salir a relucir. Fue entonces que la blusa y la falda
salieron a abominable velocidad y mi pantalón tan veloz como lo fue la remera.
Todo a tiempo de beso y caricias que no tenían ni querían tener fronteras. La música
de fondo se opacaba por causa de tus gemidos al momento en que perforé tu
cuello como vampiro enamorado susurrando mis deseos libidinosos a un oído que mordí
con suavidad. Lo sabías, eras mía; lo eres y fuiste desde antes, quizá, de
noches atrás cuando nos conocimos en un bar y conjugamos en un hotel, ahora
estamos en casa por la pandemia y sus asuntos y porque me gusta la comodidad de
un hogar donde nadie molesta.
Alejandra
empezó a tomar iniciativa. Una tigresa endemoniada me lanzó sobre el mueble colocándose
encima con una sonrisa malévola y preciosa, los rulos cayendo que se fueron atrás
en una rápida cola y desprendió el bóxer de Hulk con esos dientes de vampiresa
para enseguida mandarme al cielo y el averno en el tiempo que duró el oral.
La
felación es el placer de los dioses, en una teoría, pienso que podría recibirla
a todo momento y en cualquier circunstancia en completa atención.
Y,
sin embargo, también me gusta ofrecerla; pero no era el momento, pues Ale,
estaba encima moviendo las caderas a medida que yo sujetaba sus senos manoseándolos
como artesano, como escultor de una Venus de Milo al tiempo que ella conocía los
principios de su faena rítmica para que sintiera la lujuria respectiva entre
gemidos y sonrisas que nos hicieron olvidar a Cerati y su Paseo inmoral y yo
que ahora tocaba sus caderas para tenerla firme hice mi sagrado movimiento
universal, el cual consiste en sostenerla enfrente, tan cerca a mí que escucho
los gemidos en las orejas y arremeto en constantes movimientos de cadera de
forma tan frenética que la vuelvo loca de placer.
Y
ella lo dijo: Soy toda tuya, mi amor.
Me
encanta cuando lo dice a pesar que solo nos vemos los fines de semana y el
resto de días nos hacemos los desconocidos, los mentirosos y los sin afines. Recuerdo,
en una anécdota dentro del relato, que una vez nos vimos en una librería, ella
con su marido y yo con mi mascota, paradoja, diría alguien, y luego nos comimos
en un hotel barato de la 33. Ya no estaba con el tipo, me dijo, fue o no
mentira, me importaba un bledo, yo solo quería coger y sí que lo hicimos
sabroso, creo que el despecho promulga esos factores libidinosos.
No
siempre soy un escritor de romance, a veces tengo estos ratitos de lobo feroz.
Lo
siguiente que ocurrió fue que cambiamos de posición. Ahora yo andaba detrás y
ella inclinada con las manos apoyadas al filo de la cama, se me ocurrió besarle
el trasero y morderlo un poco antes de cogerla de la cintura y penetrarla
suavemente incrementando los decibeles al compás de unas nalgadas oyendo como
si estuviera en un pasadizo alejado al buen Cerati cantar ‘Nada personal’. Qué
barbaridad de casualidad.
El
choque de ambas intimidades a un son frenético y sabroso nos calentaba de forma
descomunal como si en cualquier momento pudiéramos simplemente rendirnos ante
un monumental orgasmo; sin embargo, deseaba otra pose, quizá, una de mis
favoritas en esa noche. Por eso volvimos al mueble, amplio por supuesto, yo me
puse detrás y ella adelante sintiendo mi mano apretando su garganta y oyendo
mis palabras libidinosas en noción a su cuerpo y el deseo inherente que le
tengo de antes para penetrar su ser a medida que elevo su pierna y sigo
apretando su cuello por decisión unánime.
El
reloj pareció detenerse, juraría que comenzamos a las nueve y ya eran las once,
¿Quién coge tanto? Me puse a pensar. Parece que el tequila me genera una erección
diabólica, pensé con una sonrisa y supuse que ahora, mientras ella nuevamente
me daba la felación de rodillas sobre la alfombra, acabaría dejándome llevar de
una vez. Y así fue.
Pude
recién oír un llamado romántico, ya no era Cerati quien cantaba, sino Luis
Miguel como un azar extraño del destino nocturno, sintiendo como ‘Contigo o sin
ti’ se metía a los oídos a medida que nos echábamos sobre el mueble en
cucharita para terminar de gozar de la noche que a pesar de su juventud parecía
habernos saciado lo justo y necesario.
Acabo
de terminar de escribir, ella aparece detrás dejándose caer por la espalda y en
un susurro me dice: ¿Empezamos la fiesta otra vez?
Ya
no se llama Alejandra, ¿Qué nombre te gusta que use?
Fin
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