El lunes se llevaron a la princesa, vino su madre vestida de astronauta bajando del Volvo gris que conduce a lo meteoro; aunque ahora parece una tortuga en carrera de postas.
Me
dio un saludo afectuoso con los codos (íbamos a implementar el saludo mandarín
pero nos vimos patéticos las dos primeras veces) y aunque sentí que quiso darme
un beso en la mejilla, su paranoia la detuvo, entonces, fiel a mi estilo
burlesco le dije: El virus está muerto, vive en los cuerpos, no en los
ambientes, lo acabo de oír en la BBC. Puede besarme apasionadamente si eso
prefieres.
Adjunté
un guiño de ojo seductor que conoce muy bien logrando que se estremezca en
nervios a pesar del traje sideral.
La
dulce Circe apareció detrás con mochila en la espalda, sonriente, reluciente,
divina y con el estómago lleno tras un desayuno importante. Llevaba consigo los
libros que quiso llevarse para leer y dejó en mi escaparate libros que ya ojeó más
de una vez. Es un trueque tácito que implementamos. Ella viene, deja libros y
escoge otros. Yo voy a su casa, recojo libros y dejo otros. Tenemos una sana
costumbre que incluso, la abuelita entra en sintonía porque es ella quien le
regala libros cada fin de semana. A mi ex novia, su madre, le resulta estupendo;
pues ambos sabemos que los libros son un viaje mejor que cualquier canal
televisivo.
Sin
embargo, en casa también mira dibujos, generalmente a Bob Sponja, personaje al
cual llegamos a la entretenida y graciosa conclusión de que es homosexual y
aquello nos resulta completamente sano y sensato.
De
vuelta al pórtico de mi casa, ella no quiere pasar a pesar que le dije que podríamos
tomar un café; se siente apurada por el trabajo y la junta que se aproxima,
propone un almuerzo familiar al que siempre digo asistir pero nunca voy, pienso
que cuando uno termina una relación amorosa de casi diez años y a pesar que la
otra familia te adore como parte de la misma, no puedes ir y venir como si
siguieras formando parte de ese conjunto grandioso porque no lo soy y además,
prefiero tomarme mis ratos libres para escribir; no obstante, he asistido a
lonches o cumpleaños de Circe por devoción total y porque la pequeña insiste en
que allá quieren verme. Le caigo tan bien al señor Raulito que es inevitable
tenerme lejos, pues sus otros yernos o nueros (no sé cómo exactamente se dice) son
unos ñoños que no tienen los temas de conversación que resaltan de mí como
sudor de los poros y tampoco, según me dijo una vez, tienen mi cultura
bebedora.
Y
sí, todo escritor es borracho, le digo al señor y este se empieza a reír haciéndome
un salud desde la comodidad de un sofá en el patio al fondo de la casa y cerca
de la piscina.
Me
despido de la hermosa madre de mi hija con otro símbolo de codo, es gracioso
como lo ve como única manera de saludar; sin embargo, se respeta.
Quien
no lo hace es Circe, ella me abraza frenéticamente y llena de besos el rostro
sabiendo que nos volveremos a ver en unos días, quizá dos o tres, tal vez el
fin de semana o de repente mañana mismo pase a recogerla por unos helados en mi
casa porque salir a la calle en momentos como estos es complicado y jodido; por
eso, en ese caso, mantener la compostura de su madre.
De
hecho, es una gran madre, tal vez, la mejor que conozca y yo… Yo soy como diría
el señor Raulito: Un escritor necesita tiempo para lo suyo y luego compartir
ratitos con el mundo.
Aunque,
también soy como dice ella: Bryan lleva más de treinta años en la misma fiesta.
Y
como diría mi madre: Haces lo que se te ocurra, lo que te dé la gana, lo que
quieras y si así eres feliz, genial.
O
como dice Circe: Eres el mejor sin intentarlo, solo siéndolo.
Y bueno… ya extraño a la pequeña princesa de ojos divinos y sonrisa cálida.
Espero verla en unos días.
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