- Quiero llegar a tiempo para la final, le dije cuando estábamos entrando al hotel dos estrellas de la calle Argentina.
¿A
qué hora es el juego? Hizo una pregunta después de pagar.
Dos
y media, respondí subiendo las escaleras tapizadas de rojo.
Sobrado.
A menos que quieras irte por el hat trick, dijo con humor.
Sonreí.
Llegamos
al 303 y abrió la puerta con un exagerado apremio. La detuve con calidez para
decirle: Haré un solo gol esta vez; pero uno de media cancha.
Me
dio una mirada en conjunto a una sonrisa y nos adentramos en un beso apasionado
que fue volviéndose sumamente intenso al ritmo en que íbamos sacándonos las
prendas que tanto estorbaban.
Ni
siquiera me di cuenta de la tele plasma porque anduve tirado en la cama con
ella sobre mí impidiendo la visión por culpa de sus grandes senos.
En
casa, los primos se instalaban en la sala junto al resto de mis hermanos
preguntando acerca de mi ausencia y fantaseando respuestas de distinto índole;
aunque seguramente ninguna fuera tan real como la que estaba sucediendo.
Jugaban
Portugal VS Grecia, la final de la Eurocopa 2004. Yo estaba con las manos en
las manzanas de Adriana a medida que ella sucumbía ante mi verga instalada en
su interior moviéndose frenéticamente y gimiendo como acostumbra. Suponía,
dentro de mi cabeza, como alguna vez me lo dijo un camarada mucho mayor, que
uno debía de pensar en algo distinto cuando tiene sexo para que así no te
vengas de un brochazo. Entonces, pensaba en el juego, en mi primera apuesta
deportiva, en esos cincuenta soles invertidos por mi querida Atenas y en los
mil soles que ganaría si es que ocurriera la utopía.
Imaginaba
a los primos y hermanos en casa preguntándose por mi presencia, comprando los
bocadillos de siempre que van desde chizitos, galletas y gaseosa para un juego
que empezaría en un par de horas; el cual, no podía perderme a pesar que
Adriana insistiera en cogerme ese sábado por la tarde por capricho netamente
suyo ya que debía y podía postergar para cualquier otro evento, un martes por
ejemplo; y, sin embargo, se le ocurrió desearme en ese instante y pese a que lo
pensé, es decir; puse en la balanza el juego o el sexo, sabiendo, tras meditar,
que podía ganar en ambas canchas, accedí a su petición hablándole con cariño
que debía de partir antes de lo estimado.
El
gol vino por parte de los grecos mientras que Adriana seguía con el insaciable
oral que me impedía, de alguna manera extraña, no poder llegar a tiempo a casa.
Tuve
que dejar de pensar en el juego para acabar. Esta parte es chistosa, porque lo
segundo que hice, al saber la anotación por el grito del vecino que vino al
hotel para ver el juego lejos de su esposa, fue que partí sin la ducha respectiva
debido a que necesitaba saber lo que sucedía, muy aparte de que me encanta el fútbol,
quería ganar mi apuesta y ver a los griegos elevar la copa.
Adriana
entendió, ella también estaba satisfecha, obvio; pero prendió la tele y vio a
un tal Cristiano Ronaldo jugar a la pelota, entonces pensó que desde entonces
le gustaría aquel desconocido jugador. Y si, ella también amaba el fútbol; aunque
a diferencia de mí, prefería mil veces el sexo. Yo lo prefiero solo novecientas
noventa y nueve veces.
Vimos
el primer tiempo en el hotel recostados sobre la cama como una inocente pareja,
cuando en realidad éramos lo que ahora llaman amigos con derechos; aunque, para
ser honesto, prefiero el término antiguo de amantes.
Salimos
del hotel de la mano como dos enamorados que van a desfogar sus necesidades y
nos dimos un beso de despedida en una esquina como de costumbre para
inmediatamente acelerar el ritmo hacia mi casa, en donde, encontraría a una
sarta de conocidos degustando de ricos bocaditos.
El
sexo da hambre, uno solo piensa en comer o beber; yo quería llegar, ver el
juego y comer.
Por
suerte, vivo cerca; Adriana a la vuelta, es curioso que nos metiéramos a un
hotel cercano, tal vez no lo pensé tanto hasta la hora de llegar, justa y prudente
para el reinicio del juego.
Aunque,
en un asunto medio extraño, Adriana estaba en mi casa, sentada en mi mueble,
junto a mis primos y hermanos, compartiendo el partido.
No,
es una broma, no era ella; pero se hizo divertido imaginarlo.
Vimos
el juego, dos goles a uno ganó mi querida Grecia; pero ese tal Cristiano
Ronaldo atrajo mi atención.
Pinta
para crack, dijeron unos primos.
Y
así fue.
¿Qué
pinta para crack? Sí, obvio; pero así fue que gané mil soles en mi primera
apuesta.
Fin
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