– ¿Quiénes han leído los libros de Julio Verne? –
una lejana voz al fondo de un sueño me habló tenuemente. Con timidez, alcé la
mano.
– ¡Aleluya! Pronunció emocionada una dama de blanco
con rostro opaco–.
–Y, ¿Cuáles has leído? Quiso saber manteniendo en
cierto grado la misma emoción.
–‘De la Tierra a la luna’, ‘Veinte mil leguas de
viaje submarino’ y mi favorito… - hablaba compartiendo entusiasmo ante la
mirada celosa de los compañeros y la dulce vista de mi noviecilla de primaria.
–Dos boletos para ‘Viaje al centro de la Tierra’,
por favor– le hablé al empleado ubicado dentro de la casilla.
– ¿Visa o efectivo? – Añadió una duda.
–Visa, por favor– le dije sereno, di un giro y
acoté una frase de humor, la estoy estrenando. Ella me regaló una sonrisa.
– ¿Aquí también puedo comprar los complementos? –
Le dije al trabajador. La canchita y la gaseosa son indispensables, volví a
mencionarle a la mujer detrás de mí, quien no se quitaba la sonrisa del rostro.
–Ubique sus asientos– me dijo mostrando la pantalla
en revés.
–Se están modernizando. Elijamos los asientos– le
dije a la chica detrás. Ella se asomó para apoyarme en la búsqueda.
Escogió la hilera F como el inicio de su nombre,
valga la casualidad, y los números cinco y cuatro, ubicados en la esquina. El
muchacho, bastante serio, me dio los boletos al siguiente instante. Su
impresora, de sonido terrible, seguramente era el plus de un trabajo
estresante, al punto en que no contestó mi duda acerca de dónde comprar los
aperitivos.
– ¿Acá no podemos comprar la canchita? – se
adelantó mi compañera a sabiendas que yo había olvidado la pregunta.
–En la confitería, por favor– respondió con
seriedad.
Ingresamos de la mano confiados en que treinta
minutos de anticipación podrían ser justos y necesarios para disfrutar de una
buena función.
– ¿Y por qué te gustan los libros de Julio Verne? –
Rebotó una pregunta entre el ayer y el hoy.
–Me hacen volar– dije claro y conciso en
dos etapas distintas.
–Es una segunda o tercera representación de su obra
en cine, espero que esté a la altura de la imaginación del autor– le
contesté a la chica.
–Yo no he leído ninguno de sus libros, ¿podrías
hablarme de alguno? – me dijo con tímida verdad.
Le vi la sonrisa amplia, los labios finos y rojos,
la luz en los ojos, y se hizo imposible no atraparla en un beso.
–Después, preciosa– dije poco antes de incursionar
en su boca.
– ¿Lo prome…? – no hubo una respuesta para una
pregunta inconclusa.
–Le regalaría los boletos a alguien más si me lo
pidieras– le dije tras el beso.
–Prometiste que iríamos al cine– me dijo con
ternura.
–Mi mano se rebela de otra manera– manifesté en una
pícara sonrisa.
–Pues, dile a tu mano que se detenga– respondió
copiando el escenario.
– No puedo, simplemente, no puedo– resolví
contestar con la mano acomodada a su seno.
–Estamos en frente de otras personas, ten cuidado,
por favor– dijo quitándome la mano en una breve risa.
–A veces no lo puedo resistir– me adjudiqué
una excusa.
–Lo acabamos de hacer la noche de ayer– afirmó.
–Mis deseos por ti se acrecientan con
facilidad– le afirmé.
Ella sonrió.
– ¿Me cuentas la historia de cómo te gustaron los
libros de Julio Verne? – cambió de tema rotundamente.
Yo sonreía.
–Está bien, voy a decirle al animal de abajo que se
detenga– le dije y realicé un lerdo gesto de hablarle al miembro ante la vista
de los otros en espera. Ella mantuvo la sonrisa conociendo cada uno de mis
bobas actitudes de adolescente lujurioso.
–Creo que durante mi época de escuela– empecé a
contar retornando al episodio que tuve en un particular sueño de la madrugada.
Fernanda y yo éramos una pareja que todavía no
había formalizado. Ella, enfermera en proceso y yo estudiante de cine en la
Universidad de Lima, coincidimos una fila de veces en reuniones en la casa de
un primo adonde también asistían mis hermanos y otros primos junto a sus novias
siendo ella amiga de la pareja de mi primo, dueño de la casa. Conectamos con
facilidad, temas de películas, conversaciones graciosas, risas por aquí y por
allá, seducción en miradas y caricias persuasivas nos llevaron a estar
instalados en la misma ubicación en cada una de las reuniones. Pues, ambos, nos
juntábamos para la plática, el ron y la risa cada viernes y sábado de aquel fastuoso
dos mil seis.
En aquella rara oportunidad, ante tanta insistencia
por desviarnos un poco de los temas afines dentro de un mismo compacto, surgió
la idea –aunque clásica- de ir al cine para pasar un tiempo a solas. Un
verdadero tiempo a solas, y de esa manera agrupar nuevas nociones e
intenciones. Ella siempre se notó entusiasta para conmigo, quería, de todas las
formas posibles, que empecemos una relación continua, mágica y puede que dulce,
llena de romanticismo, pasión vertiginosa y natural risa; pero yo, de repente
como una constante, seguía atado al pasado, a una relación maravillosa que se
fundió entre lo nefasto y lo complicado por temas terciarios que implicaron en
su creación. Algo que me dio coraje, y también decepción, pues llevaba como
estandarte el hecho de pensar que el amor vence barreras, y no cuajaba la idea
de perderlo por otros. Cuando lo entendía, podía avanzar, involucrarme con
mujeres y pensar en breves futuros, y cuando no, sentía que me atrapaba el ayer
y deseaba retornarlo como un loco cursi y enamorado que intenta remembrar su
ayer. No se lo había contado a Fernanda, nunca cuento lo que realmente siento,
soy así, he sido creado de esa manera, y ella, honesta en su tierna manera de
ser, me hablaba de su castidad, de su primer amor, el hombre que le habla de un
libro, de mi risa y mi coloquial sentido de la vida, y de los poemas cortos que
a veces le envío para encandilar su ratito. Se había enamorado por completo de
mí, y no podía sentirme dichoso de su amor.
–La literatura siempre ha sido una pasión
desbordante– concluí el cuento. Ella me miraba anonada.
–Quisiera saber más de parte de ti– dijo como si
estuviera volando.
–Yo deseo que podamos acabar la película y
arribemos a un tres estrellas para fundir las pieles– le dije en una sonrisa
con picardía.
– ¿Te puedo realizar una pregunta? – La oí seria,
tal vez, por el cambio radical entre dulzura y lujuria.
– ¿Solo buscas relaciones sexuales conmigo o
intentas que podamos formalizar? – intuí lejanamente dicha duda.
Sabía que acorde a un séquito de experiencias
pasadas debía de tratar de hilvanar algo que fuera al menos ciertamente
duradero, y con Fernanda, realmente, hasta entonces, iba resultando.
–No niego que hacer el amor fuera crucial para ser
quienes somos; pero a la vez admito que me gustas mucho e intento que nos
conozcamos mejor para fortalecer la relación– se lo dije con la verdad.
Pero ella dudó. Y presiento que fue natural.
– ¿Lo dices en serio? Lo digo porque… solo nos
vemos los viernes o sábados, hablamos por chat y sabes que es poco; pero yo te
he demostrado que siento bastante por ti, estoy abierta, ante a ti, y no
quisiera salir herida, tú entiendes– se confesaba tímidamente.
No lo entendía porque nunca lo había vivido. Aunque
sabía que nadie quiere ser lastimado cuando se enamora.
–Comprendo, Fer– dije en primera instancia
acercando mi mano a su muslo sin otra intención. Tú me gustas, añadí ante su
sonrisa tenue. De hecho, me atraes más de lo que imaginas, acoté sintiéndome el
más cursi del planeta.
–Entonces, ¿Por qué es la primera vez que salimos
solo los dos? – sentí su pregunta como queja a pesar de la casi dulzura en la
voz.
– ¿No cuentan nuestros encuentros en el hotel? –
quise sonar a gracioso.
–Solo la primera vez– dijo con franqueza. Creí que
tendríamos algo más allá de dos cuerpos unidos, añadió enseguida con algo de
desazón.
– ¿Y no lo tenemos? – hablé de inmediato.
–No. Bueno, sí. O al menos creo que lo intentamos,
¿no? – fue diciendo con duda. Lo que pasa es que yo todavía creo que solo
pretendes fornicar, ¿comprendes? Al fin fue capaz de hablarlo.
Hubo una pausa.
Varios escenarios similares pasaron por mi cabeza.
–No, Fernanda– le dije ante su mirada serena.
Bueno, en parte, sí. Te vi, me gustaste, hubo
sintonía y nos acostamos a las semanas porque creo que nos gustamos.
– ¿Crees? ¡Obvio que nos gustamos! Pero yo no busco
sexo y más sexo, si así fuera, iría a la barra de un bar a la espera de
cualquier patético galán– manifestó molesta.
Además, -hubo otra pausa- sabes que fuiste el
primero, se confesó no tímidamente, sino como una verdad real, cruda y concisa.
Así como simplemente natural.
Y no te hace especial, añadió segura.
Yo la miré anonadado.
–No intento sentirme especial, Fernanda, solo me
pareció lindo y te lo comenté aquel siete de noviembre– el hecho de recordar la
fecha le iluminó el rostro.
–No tengo esa noción cursi de creer que el primero
es el elegido, solo es una cuestión de momento, del sitio correcto y del hombre
que quiero– fue diciendo.
–Aquello me hace sentir especial– le dije
sonriente.
Ella sonrió.
–Tienes un afán por ser único que a veces me
asombra– comentó.
–Pero… es parte de mi encanto, ¿no? Esa osadía por
ser el mejor– le dije sacando pecho.
–Lo eres, me gustas mucho porque lo eres, si fueras
todo lo contrario, no estaría aquí tratando de crear algo– la sentí sincera.
Asentí despacio.
–Tú también me gustas mucho, Fernanda. Por eso, nos
divertimos, salimos y reímos de manera casual y elocuente– dije en palabras
simples.
–Me gustaría que fueras algo más profundo,
¿entiendes? Es decir; quiero oír cosas distintas a las que usas por el chat–
insistió tenuemente.
Yo la miraba.
–No es lo que te crea, es solo que me gustaría
saber más de lo que sientes– atrapó una verdad.
– ¿Puedo darte un beso antes? – Propuse. Ella
sonrió.
–Eres inevitable– dijo y la besé.
–Por eso, me estoy enamorando de ti– la oí detrás
del beso.
La miré tiernamente.
–Es mutuo– no usé las palabras correctas.
–Eres escritor, puedes usar algo más hondo por mí–
casi suplicó.
–No soy escritor, estoy en el proceso de inicio– le
dije una verdad.
–Tus versos me fascinan– la oí en un suspiro.
Y me dio un beso rápido.
–Déjame inspirarte– promulgó, no solo las palabras
adecuadas, sino el acto justo calando su mano en bordes de la entrepierna.
–Te deseo más veces de las que puedo admitir que me
dejo llevar por un amor que me conduce a ti, y me atraes tanto que la luna
llena no me hipnotiza tanto como tu vista, y es verdad, Fernanda, me cautiva tu
corazón y es la meta de mi amor, porque con tus sentidos puedo bailar queriendo
descifrar a la persona que eres en el alma, un sitio que quiero tatuar con mi
nombre tal cual tu aura que adorna mis días. Yo te quiero, no para este
viernes, sino para un fin de semana eterno. Si me permites, establecer mi
bandera en ti, y en un beso comenzar– le dije con la mirada en sus ojos
iluminados compuestos a su vez por una sonrisa encandilada.
–No estás en el inicio, estás en el camino– dijo en
primera instancia y me dio un abrazo muy fuerte. ¡Estoy enamorada de ti! Fundió
su voz en mi oído. Te quiero y te adoro, ¿Qué esperas que no formalizamos?, ¿Y
si no esperamos más y empezamos la relación? Juro que estoy cansada de solo
verte los viernes entre reuniones, rones y cigarros, quiero que vengas a mi
casa, conozcas a mi familia, te acuestes en mi cama y veamos películas. Tomemos
un vuelo a Montevideo o Guadalajara y circulemos por las calles de la mano. No
todo debe resumirse sobre una mesa con tragos, ¿entiendes? Te quiero para más
allá de lo que vida parece dimitirnos.
Me mantuve callado por el auge de sus emociones en
palabras.
Y, si no lo pides tú, lo digo yo, ¿Quieres ser mi
enamorado?
Sonreí enrojecido por su acto de amor. Y la sonrisa
se mantuvo más tiempo del establecido al punto que las dudas surcaron el aire
que respiramos en una intensa pregunta, ¿Qué ocurre, por que no respondes? No
me di cuenta, habían pasado densos minutos para ella y frágiles segundos para
mí.
– ¿Y si conversamos después de la película? –
Propuse inspirado por las parejas que se adelantaron a la cola.
– ¡No! Respóndeme ahora– dijo imperativa.
–Pero… la película está por comenzar– dije
inquieto.
– ¿Crees poder decirme sí o no? O, ¿acaso hay algo
que no me has hablado de ti?, ¿Existe alguien más?, ¿Otra persona, tal vez? –
arremetió en dudas reales.
Sí, era cierto, había alguien más, y no solo una
persona, sino dos, un par de mujeres que se quedaron inertes en el ayer, de
repente, esperando algo de mí, ir en búsqueda de una de ellas sin que se
conozcan entre sí, o expectantes de un giro natural de la vida para juntarnos.
Ambas; aunque desconocidas, pusilánimes en actitud para no moverse y ser ellas quienes
vengan por mí, todo lo contrario, y lo que me gustaba de Fernando, frente a mí,
poniéndome entre la espada y la pared, o el adiós y el nuevo sendero.
– ¿Qué pasa, por qué dudas? – dijo con la cara
frente a mí.
–No estoy dudando, estoy pensando– le dije para que
se calmara.
Antes que quiera saber que pienso, se lo hice
entender: Pienso en la fortuna que tengo de tenerte.
Ella sonrió tras un suspiro.
–Me pones al límite– afirmó manteniendo la sonrisa.
–Yo soy así– le dije sugerente. Me gusta volverte loca…
en todo el sentido de la palabra. Y, como alguna vez dijo Arjona: Espero verte
loca completa.
–Vas a tener que esperar– dijo en una sonrisa.
Le di una mirada dudosa.
– ¿A qué termine la película? – Dije enseguida.
–A qué te decidas en darme una respuesta– agrupó
fuerza en sus manos para cogerme y levantarme.
– ¿Adónde vamos? – Quise saber con lerda intriga.
–A ver la película– me dijo directa.
–No, no, espera… ¿Y si nos volvemos locos ahora? –
Me ganaba la lujuria.
–Si dudas, yo también dudo– me dijo frente.
–Espera…
Nos detuvimos frente al puesto de confitería.
–Te adoro, Fernanda, acepto ser tu novio, por los
siglos de los siglos…
Ella sonreía emocionada.
–Habla menos y bésame más, dijo contenta.
Y nos juntamos en una pasión de besos ante las
inquietas miradas de los empleados en el stand de dulces.
–Y, entonces, ¿entramos o nos vamos? – Propuse
intranquilo.
–Miremos la película, y después guíame adonde
quieras que tiempo tenemos de sobra, cariño– me dijo con suma ternura
entregando un beso ligero. Aseguré un puesto en la confitería y pedí canchita y
gaseosa para adentrarnos en la sala.
Adentro, la vi al costado, preciosa en perfil y
sonrisa, con cara de mujer enamorada y un performance de niña ruidosa e
insegura; pero divina y capaz de hacer florecer sus emociones con facilidad.
Un flashback mientras daban los tráileres me atrajo
a la ocasión en que nos conocimos.
Yo salía de una relación turbulenta con una mujer
obstinada en no querer mutar. Ella vertía venenos en acciones celosas cada vez
que quería deambular por mi lado y no dejaba que los amaneceres me sorprendan
en soledad porque deseaba instalarse siempre a mi lado. No entendía, en lo
absoluto, la idea de espacios y tiempos para uno mismo es tan productiva como
especial para saber avanzar y madurar en emoción. Pues, ella creía que estar
todo el tiempo unidos era sinónimo de devoción. Nunca estuve conforme y solía
aislarme de sus encuentros; aunque, sexualmente me ataba debido a que su cuerpo
naturalmente maravilloso me volvía adicto por completo. He allí ciertamente una
casualidad de no saber separarnos.
Cuando pude alejarme, me quedé sin el sexo más
exquisito del que alguna creí vivir; pero estuve libre de ataduras injustas y
nada románticas al cabo de los meses en función obligada a tenernos. Pues,
llega un punto en el que la rutina se convierte en una maquinaria hidráulica
totalmente aburrida.
Fui a la reunión de mi primo como en reiteradas
ocasiones para mojar la garganta con ron, reír un rato entre familia y convocar
graciosas anécdotas hasta que, inesperadamente, la novia del mismo, trajo a sus
amigas, entre las cuales, se hallaba Fernanda, quien, rápidamente, tuvo un
contacto importante conmigo, no solo físico o visual, sino profundo e inmediato
como si hubiéramos conectado buscándonos en otros caminos. No quise profundizar
en ello durante dicha noche; pero hablamos y hablamos como dos amigos que se
conocen y llevan tiempo sin verse hasta que tuvo que llegar el alba. Lo bueno,
-no quiero usar la palabra destinado- fue que cada viernes evocábamos nuestras
presencias en dicho lugar, frente a frente, lado a lado, charlando y hablando hasta
que congeniamos en besos, pasiones y caricias, siempre alejados del resto, sin
mostrarnos ante los demás, que evidentemente sabían lo que se creaba entre los
dos hasta que acordamos en salir por primera vez solo los dos logrando que las
emociones se rebelen y estemos a puertas del inicio de una relación.
¿Cómo es que logra ser posible que algo tan simple
como una reunión conceda el camino a un amorío tan hondo y mágico? A veces
pienso, ¿y si no hubiera ido?, ¿Y si hubiera accedió a volver con la otra chica?,
¿Y si la otra persona diera el ‘go’ para que fuera por mí? Quizá, me habría
perdido de tanto, y estoy asombrado para bien que no haya sido así.
–No lo pienses tanto, disfruta de la película y de
este viernes distinto– dijo como si pudiera leerme la mente. Me dio una sonrisa
y se dejó caer en mi regazo.
–Seré tuya el tiempo que sepas valorarme– la oí
hablar en susurros.
–Sabré apreciar cada ratito a tu lado– se me escapó
una verdad.
Y cada episodio del pasado fue desapareciendo.
Ahora, desde el viernes, Fernanda se había
convertido en mi ángel, y más rato, durante el reinado de la noche, le hablaría
más sobre Verne al son de caricias posteriores a hacer el amor.
Fin
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