- El gasfitero dejó su caja de herramientas a un lado de la cañería para saciar su hambre con un surtido y barato menú dentro del mercado a unas cuadras de mi casa. Recuerdo que lo último que dijo fue: Regreso en una hora, procura no abrir el grifo que aún no termino. Me sentí molesta, un apuesto muchacho de mi confederación cristiana se sentaría a mi lado durante la lectura de la palabra, y podría ser allí cuando al fin nuestras voces se confundan más allá de los tímidos roces de vista. Adrián, es como se llama, suele lucir un elegante traje estilo italiano, lleva el cabello atado en un moño causa de su particular y especial modo de vida en su natal Buenos Aires, y aunque al inicio tuvo la barba frondosa de cualquier profeta, presiento que me ha llegado a gustar más rasurado debido a que tengo la impresión que el cambio ha iniciado frente al espejo de su hogar. El sitio más íntimo de una persona, donde las culpas se gritan frente a frente, el lugar donde uno suele soltar sus pecados y llora viéndose menos pecadora como si las aguas de la regadera pudieran apoyar a los rezos en la purificación de lejanos ayeres. Rezo después, de rodillas ante mi Jesús clavado por encima de la cama, en ropa de dormir, con los cabellos secos y el alma un tanto más pura, quizá, liviana, tal vez, inundándose de nuevos valores, todos aprendidos en la iglesia, mi segundo hogar, como a veces la llamo y siento como el Padre me salva del pasado que a veces domina, de esos ajetreos que quiero olvidar porque me han perturbado de noche; aunque, el hermano que nos dirige, puso en escena y prueba sus palabras conmigo: Ningún camino es fácil; pero la redención tiene sus frutos. Los tiempos de Dios siempre son perfectos. Me aferro día a día a tal ideal, a creer que puedo ser mejor y en tal transito divino encuentro la posibilidad oportuna de hallar al amor. Casarme es mi sueño a escondidas, y Adrián, el bonaerense precioso, es el indicado, no solo lo digo yo, sino las escrituras con sus tiempos idóneos.
Me
siento en nubes cuando lo recuerdo, los ojos cristalinos como si su marcha
horizontal tuviera por fin un objetivo, esta Lima lo ha cautivado, no solo por
su gastronomía y sus iglesias, sino por la causa de su gente, convivimos dos
semanas en el mismo atrio, él leyendo versículos con pasión y yo andando en
reflexiones, intercambiamos miradas y sonrisas repentinas, las cuales
mantenemos en los bancos a pesar de la lejanía de los cuerpos; aunque a
sabiendas que en las mentes nos tenemos debido a que cuando nos cruzamos los
corazones laten con fuerza, y una pureza en mezcla como si estuviéramos
destinados, ¿y si lo estamos? He pensado entre Salmos y he deseado abrazarlo
más allá de un saludo en las ocasiones que lo encuentro en la entrada sintiendo
como intuición femenina que le atrae con igual veracidad mi sonrisa y Dios
disculpe, también el lunar a la altura del cuello. No me he confesado por
pensar que quisiera sentir sus labios sobre aquel, y no he dictado en voz alta
los pensamientos que me encomiendan a la fortaleza de sus brazos desnudos sobre
su la cama o la mía. Pienso que si alguna vez Jesús quiso a Magdalena, ambos
podemos querernos y acorralar al amor en un casamiento para ofrenda de nuestros
padres celestiales. De repente, los pensares intensos se vuelven tiernos, tan
dulces como las miradas que camuflan lo que sentimos, puras como los roces de
mano y profundas como las pasión que brota al leer el santo libro.
Hoy
lo veré, si es posible antes de las seis, no hemos acordado la cita; pero nos
hallaremos en la puerta principal, intercambiaremos un saludo distinto y lo voy
a invitar a estar conmigo en la lectura. Tal vez, podamos hasta conocernos más
a la salida de la ceremonia. Conozco una pastelería increíble capaz de hacerle
olvidar a su amado dulce de leche.
Sin
embargo, el gasfitero y su demora, su longeva edad hace lento su trabajo, la
charla vívida que quiere tener conmigo acerca de su esposa fallecida, sus
nietos en Norteamérica y sus hijos perdidos con mujeres que lo quieren lejos.
Tiene un encanto singular para la conversación, puede hablar sin distinciones,
cualquier tema es prodigio de su ser, lo he contratado en ocasiones debido a
que el grifo principal se malogra constantemente, se lo hice saber a la dueña
del apartamento que estoy rentando hasta que pueda graduarme en la enfermería que
me apasiona y tratar de conseguir un mejor sitio, quizá, junto a Adrián, si
Dios y el destino así lo tachan.
Señor,
debo ducharme porque tengo ir a la iglesia en dos horas, se lo hice saber. El
gasfitero aseguró que no demoraría, primero una hora, después más tiempo,
debido a la complicación del trabajo, y ahora me ha dejado sin ducha porque se
fue a almorzar y no tengo derecho a obligarle que no coma porque debe culminar.
A veces la vida tiene esos matices medio irónicos, yo debo estar lista para la
ceremonia, y él tiene que llenar su estómago. Puede que Dios no se enoje por mi
tardanza; pero Adrián, ¿y si alguien más comparte mis anhelos?, ¿Y si lo
atrapan antes que yo? Pensarlo me mortifica; aunque, si es para mí, pues lo
será debido a que aquellos tiempos de Dios tocan de hoy en adelante. La idea me
mantiene motivada, seguramente Rodolfo, el gasfitero, vendrá muy pronto, voy a
bañarme, estar lista, y salir con tiempo para converger en la puerta,
hablaremos un rato y quedaremos en juntarnos más tarde. El plan resultará
beneficioso como el inicio de una amistad y un inevitable romance.
Maritza
esperaba al gasfitero ordenando sobre su cama al vestido elegido. Daba vueltas
por los rincones de su habitación al ritmo de la música de moda suponiendo que
el galán argentino bailaba con ella cuando un inesperado sonido proveniente de
afuera le aumentó los ánimos estirándole la sonrisa y llevándola a velocidad
hacia la puerta principal. Todavía se podía oír la música cuando preguntó,
¿tanto se ha demorado en almorzar? Son casi las tres, señor; seguramente se vio
con una amiga y le invitó un pastel, dijo en un chiste de emoción. Sabía que,
el tiempo estaba a su favor, la ceremonia comentaba iniciaba a las cinco,
bañarse le tomaría media hora, alistar su melena completaba la hora y salir de
casa en el auto que esperaba cambiar la dejaría en la iglesia en otra media
hora. Para que la función empezara a las cinco, a sabiendas que las personas
llegan media hora más tarde, tenía suficiente alcance de tiempo para lograr una
charla previa, acordar una cita posterior y acumular conocimientos de ambos;
pero al abrir la puerta se dio cuenta que no se trataba de Don Rodolfo, sino de
un sujeto vestido complementa de negro con una aterradora máscara en forma de
media cuyos ojos rojos emancipaban rabia y desenfreno.
No
tuvo tiempo de salir del asombro cuando el hombre furioso la cogió del cuello
devolviéndola a la casa asfixiando su grito de ayuda, le dio un taco a la
puerta y la tiró al suelo para acabar con su vida como sicario con su víctima.
Adrián
viste un sutil traje crema, ella un vestido blanco divino, ambas parejas de
padres están en el altar, ella se asoma sonriente compartiendo su risa con él,
el hombre de su vida, quien coge su mano y aclama con honestidad: Siempre has
sido bella; pero hoy le ganaste a la luna.
Maritza
le regala otra sonrisa y contesta: ¿Cómo llegamos aquí? Este amor no puede ser
real. Entonces, el muchacho, sonriente, proclama: No, no es real. Ella se
sorprende. ¿Cómo que no lo es? Su cara se transforma. Adrián se vuelve oscuro y
tenebroso, y Maritza abre los ojos viendo al hombre de la máscara ahorcando sus
ilusiones.
Señor…
tengo dinero, puede tomarlo e irse, le dice en un respiro. El sujeto no se
detiene parece consumado por la ira, las drogas y la locura. Maritza intenta
recoger algo del suelo en estériles intentos; pero, de pronto, recuerda una
clase de defensa personal de sus tiempos en la armada, poco antes de su
temprana jubilación por situaciones que ha preferido olvidar, de un golpe duro
y certero logra derribar a su oponente y con la leve fuerza que le resta se
levanta para huir. El hombre parece estar encaminado en asesinar. Ella le reitera
que tiene dinero y una computadora. El sujeto se detiene, piensa en la fortuna,
le pregunta en una voz cruda acerca del lugar. Ella sabe que es lo único que le
queda; pero su vida vale más. Le menciona la mesa. Allí está la laptop. El
hombre la observa. ¿Y el dinero? Pregunta. Maritza aprovecha tal momento para
intentar escapar por la puerta trasera cerca de la cocina; pero el criminal
corre furioso cogiéndola otra vez.
Ella
se siente perdida, el pomo de la puerta ha fallado, quien sabe cuándo fue la
última vez que quisieron abrirla.
¿Dónde
está el dinero? Le pregunta el ladrón sujetándola por el cuello. Dímelo, o te
rompo en dos, le dice furioso. Ella no puede hablar. En el baño, le dice con la
poca voz que tiene. Ambos caminan hacia allá. Él la aprieta con el brazo
jalándola hasta el inodoro donde dice que está la plata. Maritza intenta zafar;
pero no puede. Sus pies resbalan con el piso. No tuvo fortuna en siquiera
ponerse un calzado, las medias no apoyan. Quiere gritar, y no puede. Se siente
ahorcada y su vida pasa por delante.
Adrián…
Buenos Aires es precioso. Me encanta Puerto Madero, ¿podríamos vivir aquí? Le
dice sonriente. El apuesto caballero le muestra unas llaves. Adivinaste, aquí
es donde viviremos, le dice con una sonrisa logrando emocionarla hasta las
lágrimas. Se abrazan y proclaman amor en un beso.
¿Dónde
está el maldito dinero? Le repite el hombre dentro del baño.
Ella
no se dio cuenta de cómo o cuándo llegaron. Él la suelta un poco a sabiendas
que tal vez se encuentra desmayada, ella aprovecha tal instante para zafar;
pero el sujeto la detiene de la cintura, y Maritza de un golpe de codo lo derrita.
Aunque el hombre no se detiene e intenta cogerla de nuevo de la mano. Es allí
cuando con la mano derecha recoge lo primero que siente desde la olvidada caja
de herramientas y de un potente como vibrante golpe tumba al sujeto de la
máscara.
Empieza
a gritar en un llanto desconsolado y desesperado, ¿Qué rayos ha pasado? Se dice
en preguntas sin respuesta. ¿Quién eres?, ¿Qué es lo que querías? Dice al rato
menguando su dolor. El hombre está muerto, un hilo de sangre inunda el piso del
baño, Maritza lo evita parándose en una pausa a su desespero, quiere y a la vez
no, quitarle el antifaz; aunque antes, se devuelve a la habitación para coger
el teléfono y llamar a la policía. De repente, suena el timbre en un asalto de
ansiedad. Señorita, ¿Qué ha pasado? Oye en el celular. Le cuenta velozmente. Le
dicen que irán de inmediato. El timbre vuelve a sonar. Ella teme asomarse; sin
embargo, lo realiza. Es Rodolfo, respira tranquila al verlo por el agujero de
la puerta.
El
hombre anciano ingresa, ¿Qué ha pasado? Le pregunta preocupado por su cara de
susto y su cuerpo tembloroso. Ella le cuenta a grandes rasgos y le señala el
sitio donde está el cadáver. Rodolfo se asusta, le dice que llame a la policía,
Maritza le dice que es lo que acaba de realizar y se acuesta en el sofá para
deslizar tanta emoción.
Los
oficiales de policía se adentran en la casa tras estacionar sus patrullas en el
pórtico, armados hasta los pies, creyendo que el fulano estaría todavía con
vida inspeccionan el lugar hasta corroborar la muerte.
Señorita,
disculpe, soy el sargento Harry, ¿puedo preguntarle si conoce al sujeto? Pues,
acabamos de encontrar su dirección anotada en un papel dentro de su bolsillo,
le comenta un tipo alto de placa y bigote.
Maritza,
fanática de las novelas de misterio y las serie de casos sin resolver, piensa
conmocionada por lo siguiente que puede llegar a ocurrir, y aquellas fantasías
mentales que tuvo mientras se hallaba entre la vida y la muerte, se derrumban
de repente como vidrios rotos; se levanta imperiosamente para caminar junto al
oficial, quien la ve con delicadeza debido a su estado de shock, analizando
paulatinamente cada uno de sus movimientos hasta que juntos abordan otra vez el
sitio censurado. Ella entra, Harry la sigue, la mire y le comenta, solo serán un
minuto. Ella asiente a sabiendas de lo que puede llegar a venir rompería su
mundo en dos, entonces, el hombre de placa desliza la manta y la mujer se
horroriza a pesar de intuir lo que pasaría.
¿Lo
conoce? Pregunta el policía con cierta obviedad por la reacción de la chica.
Sí,
sí, sí, claro, lo conozco, por supuesto, dijo traumatizada.
Es
un ladronzuelo de poca monta, drogadicto y acusado de violación, se mudó al
vecindario y parece que le estuvo siguiendo el rastro durante días, creo que
supo que vivía sola y al momento en el gasfitero se fue, pienso que vino y pasó
lo que pasó, dio un resumen el policía.
Nunca
hemos hablado, salvo saludos cordiales, yo paro en el trabajo, mi comunidad y
mis estudios, generalmente solo tengo tiempo para ir al mercado y hacer mis
compras.
Quizá
ahí la vio, le atrajo y quiso más que robar para su vicio, tratar de abusar,
por suerte, actuó en digna defensa personal, y quedará absuelta.
¡Maritza!
Se oyeron gritos. Soy su amigo, dijo un muchacho. Déjenme entrar, soy su amigo,
volvió a decir. Maritza se dio cuenta que Adrián ingresaba presuroso. ¿Es algo
de usted? Quiso saber el oficial. Ella asintió y le abrió los brazos para que
pudiera consolarla. Cualquier cosa, estoy afuera, dijo el policía y se fue.
Ambos se quedaron unidos en un abrazo.
Me
preocupé que no fueras a la iglesia y vine por ti. Creí que algo malo habría
pasado al ver patrullas en el pórtico y entré presuroso para intentar salvarte,
le dijo durante el abrazo y ella sonreía sintiéndose protegida.
Siento
que es parte del destino que estuvieras aquí, lo deja oír en un suspiro y
Adrián le clava un beso a favor de su comentario.
Muy bueno me encanta ☺️
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