Mi nuevo libro
sábado, 18 de noviembre de 2023
Chatín
viernes, 3 de noviembre de 2023
Santino: Primer año.
- La luz de luna se halla en el iris de tu mirada,
Y los hilos de las capas doradas de dioses cuelgan de
tus cabellos.
Es multicolor tu aura, y mágica como un cuento tu
existencia prístina.
Asomas de repente por una vida mostrando el sendero
con brillo
Y emerges un renovado amor dentro de un corazón
aventurero
Que le puso fin a mil y un historias…
Para escribir la obra maestra junto a ti.
Todavía es imposible descifrar el soneto de tu risa,
Aunque poetas intentan escribir sobre tu sonrisa.
Y es estéril recordar cómo era la vida sin ti
Porque de repente los días se pintaron del color de
un alba
Dentro de una eterna primavera
Y las noches se convirtieron en jornadas de inspiración
perpetua.
Quiero decirte, hijo, que nunca voy a dejar de
sujetar tu mano,
Y a pesar que el mundo sea un vidrio roto,
Te voy a mostrar los lados opuestos
¡Para que puedas anidar con alegría en esta vida!
Tus pasos de porcelana por la planicie de mi casa
Dejan huellas imborrables como playa en el cielo
Y la melodía de tu carcajada inocente
Es el fruto de cuanto amor he plasmado en ti.
Un día como hoy, hace un año atrás, viste la luz del
atardecer
Y me enseñaste a amar sin distinción ni restricción.
¡Eres el humano más perfecto que existe!
Un escalón encima de cualquier ser llamado Dios.
Con el corazón sano como caudal de lago en un olimpo
inventado
Con el alma pura como nube pintada por un infante
Con la mirada impuesta en el horizonte de la verdad.
Con el andar parsimonioso de quien tiene un destino
escrito.
Con la fortuna de nacer en la cosecha ideal.
Con el ADN de tu padre impregnado.
Y con una carita feliz que me entrega años luz de
vida.
Te amo, mi Santino, feliz primer año de vida.
Y que alguna vez, todos tus más locos y extravagantes sueños se hagan una realidad;
aunque, mientras tanto, goza, ama y
ríe que tu padre siempre estará aquí para elevarte.
miércoles, 25 de octubre de 2023
Bartolito
- En el tercer cumpleaños de mi hija le compré una piñata de Bartolito, su personaje favorito, se veía muy emocionada con ganas de jugar con la figura de cartón; pero enfermó poco antes de la celebración y tristemente no pudo vencer a la trágica neumonía.
Cuando ella murió,
su madre y yo nos separamos, ella se fue a vivir con los suyos porque no podía seguir
viviendo en la misma casa donde crió a su hija y yo me quedé a la espera de que
alguien pudiera comprarla.
Poco antes de su
cuarto cumpleaños empecé a despertar de madrugada por causa de un inesperado
sonido proveniente de la televisión en la sala.
La voz salida de
la pantalla era la del personaje cantando un solo teniendo como bailarines al
resto de sus compañeros de granja. La canción no la había vuelto a oír jamás
con tanto detenimiento, quizá, por el silencio y la pena.
Bartolito, el gallo carismático y colorido, flotaba y
flotaba sobre una terraza manifestando onomatopeyas erradas a su propia condición
para que los niños que vieran la televisión le mostraran su equivocación. Enseguida,
la imagen del animal a quien pertenece el sonido, se asomaba al lado del gallo
en cordial simpatía, mientras que el ave seguía danzando para volver a su
terraza de inicio y soltar, otra vez, onomatopeyas erradas desesperando, quizá;
a más de un infante que corregía su error como lo dictaba el narrador: Bartolito,
ese es un gato. Bartolito ese es un pato.
Finalmente, aquel irritante gallo –luego de dos noches
sin poder dormir por causa de su voz- podía soltar su verdadero cacareo siendo ovacionado
por el narrador y los niños en frente de distintas casas con televisión.
Fui a apagar la tele antes que pudiera terminar. No soportarlo era mi única ambición, y no por pena; aunque al inicio lo fue, sino por desesperación y angustia. No es fácil conciliar el sueño de madrugada después de una derrota emocional, y se convierte en un sistema irracional mi ser de mañana al no poder tener horas de descanso.
Lo odiaba. Odiaba a Bartolito despertándome en la madrugada al punto en que resolví desconectar la televisión y esconderla en un desván. Allí, en donde por casualidad, hallé la piñata olvidada del año pasado.
La pena aumentó, mi dolor no se pudo sofocar y aunque
tuve un conato de melancolía, pude reponerme golpeando fuertemente al cartón
con los ojos clarísimos y profundos de aquel desgraciado gallo que no sabe su
propio idioma; aunque, no pude destruirlo, era una especie de pena y cólera que
solo me llevó a doblegarlo.
La noche siguiente, sin televisión y sin bulla, dormía
plácidamente hasta que me despertó un cacareo. Uno raro y sigiloso como si un
gallo viviera sobre mi techo; pero al abrir los ojos y mirar al lado me di
cuenta que la piñata repuesta se hallaba quieta a mi costado mirándome con esos
ojos altamente brillosos y pronunciando su cacareo final sin previa confusión.
Fin
viernes, 20 de octubre de 2023
El amor marchito
- Nunca me he atrevido a juzgar; pero a veces la realidad amerita de una profunda opinión reflexiva.
Ella pudo haber sido modelo de televisora si no se habría dedicado a su labor en la medicina; más de un galán de gruesa billetera quiso estancar su rúbrica al lado suyo, y varios rufianes intentaron algo aparte de la amistad utilizando desafiantes e incluso delirantes artimañas; pero ella, siempre fiel a su proceder, y su relación, jamás pisó otra cama que no fuera la de su único amor, el muchacho de los ojos tristes que conoció en la escuela, a quien logró que estirara una sonrisa y empezara a desafiar al mundo con novedosa actitud logrando que avanzara en una carrera teatral que le abrió una hilera de cortinas rojas atravesando al éxito con sencillez.Sin embargo, cegado, y alejado de su condición de humilde y sencillo hombre de hogar, se encargó de aventurarse en más de un comodín de fin de semana con mujeres que van y vienen de los muslos de otros cuando de dinero y ganas de noche se trata. Encamado en cuartos de hotel nada baratos adjunto a bellas damiselas de la madrugada que parecen distintas sin maquillaje ocultando secretos ante la luz del día, parecía que las giras internas poco a poco cabían como clavos de duda en la mente de ella, quien, sin presumir de espía, hilvanaba una secuencia de hechos nada comprobables a los que su marido mostraba para salir en aventuras.
Corazón, le manifestaba enamorado, voy a salir de gira con los muchachos de la obra, regreso el lunes a la hora del almuerzo, te visito en el hospital o te espero en la casa, comentaba en voz triste anteponiendo al trabajo en vez de los ratos de pareja, y ella, comprensiva en su totalidad, viendo la capacidad de su novio por avanzar a pasos agigantados y sin querer detener su fama, aceptaba su labor de actor, y al no poder asistir a los escenarios de provincia por causa de su falta de tiempo y movilidad, solo le deseaba la suerte que no necesitaba; aunque se escucha lindo oír: Sí, precioso, ve con cuidado, nos escribimos tras bambalinas y envíame fotos. Te amo.
El hombre nunca mandaba fotos, se excusaba de estar prohibidas por la producción, y pocas veces existieron escenarios en provincia, solo camas y cuartos de hotel con mujeres locuaces que saciaban su rara sed de sexo crudo y veloz. Entre tales interines, ella le escribía palabras de amor y aliento, las cuales leía desnudo mientras que las féminas dormían en su regazo esperando que culmine la hora de cuerpos rentados y puedan huir a las calles. Allí respondía, en cortos momentos, que andaba a punto de dormir luego de tan ajetreado trabajo, e incluso, enviaba una imagen sonriente como un enamorado que anhela el reencuentro con su amada.
Sin embargo, no se dio cuenta que no solo las dudas, sino más bien la molestia, muy interna, por cierto, esa que carcome y te detiene para no andar diciendo que eres intensa o pretenciosa por querer tenerlo siempre a tu lado, esa noción natural de intentar crear fines de semana con la pareja en otros sectores mágicos, adjunto a la comprensión amorosa por aceptar que las pasiones y los trabajos son así, llevaron a que surgiera algo de duda, muy leve, por cierto, una que permitía a la valentía de dejar de hacer algo para ir por él, abandonar un tiempo de trabajo para acompañarlo a una gira, preferir su sueño en vez del suyo, solo por tenerlo cerca. Y allí, cuando se lo manifestó dulcemente sobre la cama: Amor, ¿y si te acompaño a esta gira?, ¿No te haría feliz? y él, con medio cuerpo en el espaldar, control en mano y caricia en la espalda de su novia, pensó en las mujeres que estarían en su espera, las orgías que tendría que recurrir a la cancelación, y entonces, hubo una respuesta como condena: No amor, prefiero ir solo, así me concentro mejor.
Ella dudó. Tantos años juntos, yo apoyándolo en su carrera, y de repente, no se concentra conmigo.
Pero… dio una respuesta coherente al argumento tibio de su pareja y se echó a dormir en reflexiones interiores.
Jamás fue espía, la medicina era su vida, nunca tuvo tiempo de andar husmeando en la vida de otros, mucho menos en su pareja, en quien confiaba notablemente; sin embargo, aquella noche algo mutó. Razón por la cual, cuando él se fue de viaje con los amigos, no dudó en seguir sus huellas fácilmente rastreables hasta encontrarse con lo inevitable.
No, no es horrible, tampoco resulta dramático, es decepcionante. Y no sabes cuánto puede llegar a doler una decepción. Imagina a la persona en quien más confías, y de pronto, te traiciona. Te clava un puñal en la espalda, te golpea duramente sin que lo veas, sin que te des cuenta, y sin que puedas saberlo hasta que lo descubres. Duele y demasiado el hecho de haber construido tanto con alguien tan falso, tan careta y con desalmado. No es feo verlo desnudo con otras mujeres, puede ser digerible; lo negativo es que te haya querido ver la cara de ilusa, que haya perdido a una gran mujer por un conato de prostitutas, que haya preferido el sexo casual y crudo a unas vacaciones de fin de semana en un sentido mágico y romántico. A veces lo que más duele es haber perdido el tiempo en sueños con un lunático que no supo tener los pies en la nube cristal y se tiró al lodo.
Terminaron, evitablemente… pero no es el drama de la historia.
Empecé contando que diría una reflexión; aunque ya se ha manifestado en el relato, así que espero la tuya.
Ella no perdió, volvió a su trabajo raudamente de manera emocional, a veces los golpes de noche son duros, y los sueños rotos no se pegan; pero la vida sigue si el corazón noble tienes palpitando por recrear nuevas ilusiones, y la condición de buena persona habita en tu aura. En cambio él fue perdiendo fama, otros actores surgieron, se vio metido en escándalos y lo rechazaron de la obra. Las putas no fueron las mismas, de repente, de algo enfermó; pero se curó. Y hoy en día anda en soledad impartiendo talleres y buscando obras, puede que haya obtenido dinero; aunque el amor no ha alcanzado otra vez.
Ella conoció a un hombre, tardó tiempo en retomar la confianza, también fue artista, pintor de retratos, la conquista es tenue; pero las alegrías regresan, la vida es todavía larga, y los caminos sorprenden, y a veces el amor también se regenera y podemos volver a amar tras la traición. Solo dale algo de tiempo, pues siempre se puede amar otra vez.
Fin
viernes, 29 de septiembre de 2023
Gracias a la vida por ser viernes
– ¿Quiénes han leído los libros de Julio Verne? –
una lejana voz al fondo de un sueño me habló tenuemente. Con timidez, alcé la
mano.
– ¡Aleluya! Pronunció emocionada una dama de blanco
con rostro opaco–.
–Y, ¿Cuáles has leído? Quiso saber manteniendo en
cierto grado la misma emoción.
–‘De la Tierra a la luna’, ‘Veinte mil leguas de
viaje submarino’ y mi favorito… - hablaba compartiendo entusiasmo ante la
mirada celosa de los compañeros y la dulce vista de mi noviecilla de primaria.
–Dos boletos para ‘Viaje al centro de la Tierra’,
por favor– le hablé al empleado ubicado dentro de la casilla.
– ¿Visa o efectivo? – Añadió una duda.
–Visa, por favor– le dije sereno, di un giro y
acoté una frase de humor, la estoy estrenando. Ella me regaló una sonrisa.
– ¿Aquí también puedo comprar los complementos? –
Le dije al trabajador. La canchita y la gaseosa son indispensables, volví a
mencionarle a la mujer detrás de mí, quien no se quitaba la sonrisa del rostro.
–Ubique sus asientos– me dijo mostrando la pantalla
en revés.
–Se están modernizando. Elijamos los asientos– le
dije a la chica detrás. Ella se asomó para apoyarme en la búsqueda.
Escogió la hilera F como el inicio de su nombre,
valga la casualidad, y los números cinco y cuatro, ubicados en la esquina. El
muchacho, bastante serio, me dio los boletos al siguiente instante. Su
impresora, de sonido terrible, seguramente era el plus de un trabajo
estresante, al punto en que no contestó mi duda acerca de dónde comprar los
aperitivos.
– ¿Acá no podemos comprar la canchita? – se
adelantó mi compañera a sabiendas que yo había olvidado la pregunta.
–En la confitería, por favor– respondió con
seriedad.
Ingresamos de la mano confiados en que treinta
minutos de anticipación podrían ser justos y necesarios para disfrutar de una
buena función.
– ¿Y por qué te gustan los libros de Julio Verne? –
Rebotó una pregunta entre el ayer y el hoy.
–Me hacen volar– dije claro y conciso en
dos etapas distintas.
–Es una segunda o tercera representación de su obra
en cine, espero que esté a la altura de la imaginación del autor– le
contesté a la chica.
–Yo no he leído ninguno de sus libros, ¿podrías
hablarme de alguno? – me dijo con tímida verdad.
Le vi la sonrisa amplia, los labios finos y rojos,
la luz en los ojos, y se hizo imposible no atraparla en un beso.
–Después, preciosa– dije poco antes de incursionar
en su boca.
– ¿Lo prome…? – no hubo una respuesta para una
pregunta inconclusa.
–Le regalaría los boletos a alguien más si me lo
pidieras– le dije tras el beso.
–Prometiste que iríamos al cine– me dijo con
ternura.
–Mi mano se rebela de otra manera– manifesté en una
pícara sonrisa.
–Pues, dile a tu mano que se detenga– respondió
copiando el escenario.
– No puedo, simplemente, no puedo– resolví
contestar con la mano acomodada a su seno.
–Estamos en frente de otras personas, ten cuidado,
por favor– dijo quitándome la mano en una breve risa.
–A veces no lo puedo resistir– me adjudiqué
una excusa.
–Lo acabamos de hacer la noche de ayer– afirmó.
–Mis deseos por ti se acrecientan con
facilidad– le afirmé.
Ella sonrió.
– ¿Me cuentas la historia de cómo te gustaron los
libros de Julio Verne? – cambió de tema rotundamente.
Yo sonreía.
–Está bien, voy a decirle al animal de abajo que se
detenga– le dije y realicé un lerdo gesto de hablarle al miembro ante la vista
de los otros en espera. Ella mantuvo la sonrisa conociendo cada uno de mis
bobas actitudes de adolescente lujurioso.
–Creo que durante mi época de escuela– empecé a
contar retornando al episodio que tuve en un particular sueño de la madrugada.
Fernanda y yo éramos una pareja que todavía no
había formalizado. Ella, enfermera en proceso y yo estudiante de cine en la
Universidad de Lima, coincidimos una fila de veces en reuniones en la casa de
un primo adonde también asistían mis hermanos y otros primos junto a sus novias
siendo ella amiga de la pareja de mi primo, dueño de la casa. Conectamos con
facilidad, temas de películas, conversaciones graciosas, risas por aquí y por
allá, seducción en miradas y caricias persuasivas nos llevaron a estar
instalados en la misma ubicación en cada una de las reuniones. Pues, ambos, nos
juntábamos para la plática, el ron y la risa cada viernes y sábado de aquel fastuoso
dos mil seis.
En aquella rara oportunidad, ante tanta insistencia
por desviarnos un poco de los temas afines dentro de un mismo compacto, surgió
la idea –aunque clásica- de ir al cine para pasar un tiempo a solas. Un
verdadero tiempo a solas, y de esa manera agrupar nuevas nociones e
intenciones. Ella siempre se notó entusiasta para conmigo, quería, de todas las
formas posibles, que empecemos una relación continua, mágica y puede que dulce,
llena de romanticismo, pasión vertiginosa y natural risa; pero yo, de repente
como una constante, seguía atado al pasado, a una relación maravillosa que se
fundió entre lo nefasto y lo complicado por temas terciarios que implicaron en
su creación. Algo que me dio coraje, y también decepción, pues llevaba como
estandarte el hecho de pensar que el amor vence barreras, y no cuajaba la idea
de perderlo por otros. Cuando lo entendía, podía avanzar, involucrarme con
mujeres y pensar en breves futuros, y cuando no, sentía que me atrapaba el ayer
y deseaba retornarlo como un loco cursi y enamorado que intenta remembrar su
ayer. No se lo había contado a Fernanda, nunca cuento lo que realmente siento,
soy así, he sido creado de esa manera, y ella, honesta en su tierna manera de
ser, me hablaba de su castidad, de su primer amor, el hombre que le habla de un
libro, de mi risa y mi coloquial sentido de la vida, y de los poemas cortos que
a veces le envío para encandilar su ratito. Se había enamorado por completo de
mí, y no podía sentirme dichoso de su amor.
–La literatura siempre ha sido una pasión
desbordante– concluí el cuento. Ella me miraba anonada.
–Quisiera saber más de parte de ti– dijo como si
estuviera volando.
–Yo deseo que podamos acabar la película y
arribemos a un tres estrellas para fundir las pieles– le dije en una sonrisa
con picardía.
– ¿Te puedo realizar una pregunta? – La oí seria,
tal vez, por el cambio radical entre dulzura y lujuria.
– ¿Solo buscas relaciones sexuales conmigo o
intentas que podamos formalizar? – intuí lejanamente dicha duda.
Sabía que acorde a un séquito de experiencias
pasadas debía de tratar de hilvanar algo que fuera al menos ciertamente
duradero, y con Fernanda, realmente, hasta entonces, iba resultando.
–No niego que hacer el amor fuera crucial para ser
quienes somos; pero a la vez admito que me gustas mucho e intento que nos
conozcamos mejor para fortalecer la relación– se lo dije con la verdad.
Pero ella dudó. Y presiento que fue natural.
– ¿Lo dices en serio? Lo digo porque… solo nos
vemos los viernes o sábados, hablamos por chat y sabes que es poco; pero yo te
he demostrado que siento bastante por ti, estoy abierta, ante a ti, y no
quisiera salir herida, tú entiendes– se confesaba tímidamente.
No lo entendía porque nunca lo había vivido. Aunque
sabía que nadie quiere ser lastimado cuando se enamora.
–Comprendo, Fer– dije en primera instancia
acercando mi mano a su muslo sin otra intención. Tú me gustas, añadí ante su
sonrisa tenue. De hecho, me atraes más de lo que imaginas, acoté sintiéndome el
más cursi del planeta.
–Entonces, ¿Por qué es la primera vez que salimos
solo los dos? – sentí su pregunta como queja a pesar de la casi dulzura en la
voz.
– ¿No cuentan nuestros encuentros en el hotel? –
quise sonar a gracioso.
–Solo la primera vez– dijo con franqueza. Creí que
tendríamos algo más allá de dos cuerpos unidos, añadió enseguida con algo de
desazón.
– ¿Y no lo tenemos? – hablé de inmediato.
–No. Bueno, sí. O al menos creo que lo intentamos,
¿no? – fue diciendo con duda. Lo que pasa es que yo todavía creo que solo
pretendes fornicar, ¿comprendes? Al fin fue capaz de hablarlo.
Hubo una pausa.
Varios escenarios similares pasaron por mi cabeza.
–No, Fernanda– le dije ante su mirada serena.
Bueno, en parte, sí. Te vi, me gustaste, hubo
sintonía y nos acostamos a las semanas porque creo que nos gustamos.
– ¿Crees? ¡Obvio que nos gustamos! Pero yo no busco
sexo y más sexo, si así fuera, iría a la barra de un bar a la espera de
cualquier patético galán– manifestó molesta.
Además, -hubo otra pausa- sabes que fuiste el
primero, se confesó no tímidamente, sino como una verdad real, cruda y concisa.
Así como simplemente natural.
Y no te hace especial, añadió segura.
Yo la miré anonadado.
–No intento sentirme especial, Fernanda, solo me
pareció lindo y te lo comenté aquel siete de noviembre– el hecho de recordar la
fecha le iluminó el rostro.
–No tengo esa noción cursi de creer que el primero
es el elegido, solo es una cuestión de momento, del sitio correcto y del hombre
que quiero– fue diciendo.
–Aquello me hace sentir especial– le dije
sonriente.
Ella sonrió.
–Tienes un afán por ser único que a veces me
asombra– comentó.
–Pero… es parte de mi encanto, ¿no? Esa osadía por
ser el mejor– le dije sacando pecho.
–Lo eres, me gustas mucho porque lo eres, si fueras
todo lo contrario, no estaría aquí tratando de crear algo– la sentí sincera.
Asentí despacio.
–Tú también me gustas mucho, Fernanda. Por eso, nos
divertimos, salimos y reímos de manera casual y elocuente– dije en palabras
simples.
–Me gustaría que fueras algo más profundo,
¿entiendes? Es decir; quiero oír cosas distintas a las que usas por el chat–
insistió tenuemente.
Yo la miraba.
–No es lo que te crea, es solo que me gustaría
saber más de lo que sientes– atrapó una verdad.
– ¿Puedo darte un beso antes? – Propuse. Ella
sonrió.
–Eres inevitable– dijo y la besé.
–Por eso, me estoy enamorando de ti– la oí detrás
del beso.
La miré tiernamente.
–Es mutuo– no usé las palabras correctas.
–Eres escritor, puedes usar algo más hondo por mí–
casi suplicó.
–No soy escritor, estoy en el proceso de inicio– le
dije una verdad.
–Tus versos me fascinan– la oí en un suspiro.
Y me dio un beso rápido.
–Déjame inspirarte– promulgó, no solo las palabras
adecuadas, sino el acto justo calando su mano en bordes de la entrepierna.
–Te deseo más veces de las que puedo admitir que me
dejo llevar por un amor que me conduce a ti, y me atraes tanto que la luna
llena no me hipnotiza tanto como tu vista, y es verdad, Fernanda, me cautiva tu
corazón y es la meta de mi amor, porque con tus sentidos puedo bailar queriendo
descifrar a la persona que eres en el alma, un sitio que quiero tatuar con mi
nombre tal cual tu aura que adorna mis días. Yo te quiero, no para este
viernes, sino para un fin de semana eterno. Si me permites, establecer mi
bandera en ti, y en un beso comenzar– le dije con la mirada en sus ojos
iluminados compuestos a su vez por una sonrisa encandilada.
–No estás en el inicio, estás en el camino– dijo en
primera instancia y me dio un abrazo muy fuerte. ¡Estoy enamorada de ti! Fundió
su voz en mi oído. Te quiero y te adoro, ¿Qué esperas que no formalizamos?, ¿Y
si no esperamos más y empezamos la relación? Juro que estoy cansada de solo
verte los viernes entre reuniones, rones y cigarros, quiero que vengas a mi
casa, conozcas a mi familia, te acuestes en mi cama y veamos películas. Tomemos
un vuelo a Montevideo o Guadalajara y circulemos por las calles de la mano. No
todo debe resumirse sobre una mesa con tragos, ¿entiendes? Te quiero para más
allá de lo que vida parece dimitirnos.
Me mantuve callado por el auge de sus emociones en
palabras.
Y, si no lo pides tú, lo digo yo, ¿Quieres ser mi
enamorado?
Sonreí enrojecido por su acto de amor. Y la sonrisa
se mantuvo más tiempo del establecido al punto que las dudas surcaron el aire
que respiramos en una intensa pregunta, ¿Qué ocurre, por que no respondes? No
me di cuenta, habían pasado densos minutos para ella y frágiles segundos para
mí.
– ¿Y si conversamos después de la película? –
Propuse inspirado por las parejas que se adelantaron a la cola.
– ¡No! Respóndeme ahora– dijo imperativa.
–Pero… la película está por comenzar– dije
inquieto.
– ¿Crees poder decirme sí o no? O, ¿acaso hay algo
que no me has hablado de ti?, ¿Existe alguien más?, ¿Otra persona, tal vez? –
arremetió en dudas reales.
Sí, era cierto, había alguien más, y no solo una
persona, sino dos, un par de mujeres que se quedaron inertes en el ayer, de
repente, esperando algo de mí, ir en búsqueda de una de ellas sin que se
conozcan entre sí, o expectantes de un giro natural de la vida para juntarnos.
Ambas; aunque desconocidas, pusilánimes en actitud para no moverse y ser ellas quienes
vengan por mí, todo lo contrario, y lo que me gustaba de Fernando, frente a mí,
poniéndome entre la espada y la pared, o el adiós y el nuevo sendero.
– ¿Qué pasa, por qué dudas? – dijo con la cara
frente a mí.
–No estoy dudando, estoy pensando– le dije para que
se calmara.
Antes que quiera saber que pienso, se lo hice
entender: Pienso en la fortuna que tengo de tenerte.
Ella sonrió tras un suspiro.
–Me pones al límite– afirmó manteniendo la sonrisa.
–Yo soy así– le dije sugerente. Me gusta volverte loca…
en todo el sentido de la palabra. Y, como alguna vez dijo Arjona: Espero verte
loca completa.
–Vas a tener que esperar– dijo en una sonrisa.
Le di una mirada dudosa.
– ¿A qué termine la película? – Dije enseguida.
–A qué te decidas en darme una respuesta– agrupó
fuerza en sus manos para cogerme y levantarme.
– ¿Adónde vamos? – Quise saber con lerda intriga.
–A ver la película– me dijo directa.
–No, no, espera… ¿Y si nos volvemos locos ahora? –
Me ganaba la lujuria.
–Si dudas, yo también dudo– me dijo frente.
–Espera…
Nos detuvimos frente al puesto de confitería.
–Te adoro, Fernanda, acepto ser tu novio, por los
siglos de los siglos…
Ella sonreía emocionada.
–Habla menos y bésame más, dijo contenta.
Y nos juntamos en una pasión de besos ante las
inquietas miradas de los empleados en el stand de dulces.
–Y, entonces, ¿entramos o nos vamos? – Propuse
intranquilo.
–Miremos la película, y después guíame adonde
quieras que tiempo tenemos de sobra, cariño– me dijo con suma ternura
entregando un beso ligero. Aseguré un puesto en la confitería y pedí canchita y
gaseosa para adentrarnos en la sala.
Adentro, la vi al costado, preciosa en perfil y
sonrisa, con cara de mujer enamorada y un performance de niña ruidosa e
insegura; pero divina y capaz de hacer florecer sus emociones con facilidad.
Un flashback mientras daban los tráileres me atrajo
a la ocasión en que nos conocimos.
Yo salía de una relación turbulenta con una mujer
obstinada en no querer mutar. Ella vertía venenos en acciones celosas cada vez
que quería deambular por mi lado y no dejaba que los amaneceres me sorprendan
en soledad porque deseaba instalarse siempre a mi lado. No entendía, en lo
absoluto, la idea de espacios y tiempos para uno mismo es tan productiva como
especial para saber avanzar y madurar en emoción. Pues, ella creía que estar
todo el tiempo unidos era sinónimo de devoción. Nunca estuve conforme y solía
aislarme de sus encuentros; aunque, sexualmente me ataba debido a que su cuerpo
naturalmente maravilloso me volvía adicto por completo. He allí ciertamente una
casualidad de no saber separarnos.
Cuando pude alejarme, me quedé sin el sexo más
exquisito del que alguna creí vivir; pero estuve libre de ataduras injustas y
nada románticas al cabo de los meses en función obligada a tenernos. Pues,
llega un punto en el que la rutina se convierte en una maquinaria hidráulica
totalmente aburrida.
Fui a la reunión de mi primo como en reiteradas
ocasiones para mojar la garganta con ron, reír un rato entre familia y convocar
graciosas anécdotas hasta que, inesperadamente, la novia del mismo, trajo a sus
amigas, entre las cuales, se hallaba Fernanda, quien, rápidamente, tuvo un
contacto importante conmigo, no solo físico o visual, sino profundo e inmediato
como si hubiéramos conectado buscándonos en otros caminos. No quise profundizar
en ello durante dicha noche; pero hablamos y hablamos como dos amigos que se
conocen y llevan tiempo sin verse hasta que tuvo que llegar el alba. Lo bueno,
-no quiero usar la palabra destinado- fue que cada viernes evocábamos nuestras
presencias en dicho lugar, frente a frente, lado a lado, charlando y hablando hasta
que congeniamos en besos, pasiones y caricias, siempre alejados del resto, sin
mostrarnos ante los demás, que evidentemente sabían lo que se creaba entre los
dos hasta que acordamos en salir por primera vez solo los dos logrando que las
emociones se rebelen y estemos a puertas del inicio de una relación.
¿Cómo es que logra ser posible que algo tan simple
como una reunión conceda el camino a un amorío tan hondo y mágico? A veces
pienso, ¿y si no hubiera ido?, ¿Y si hubiera accedió a volver con la otra chica?,
¿Y si la otra persona diera el ‘go’ para que fuera por mí? Quizá, me habría
perdido de tanto, y estoy asombrado para bien que no haya sido así.
–No lo pienses tanto, disfruta de la película y de
este viernes distinto– dijo como si pudiera leerme la mente. Me dio una sonrisa
y se dejó caer en mi regazo.
–Seré tuya el tiempo que sepas valorarme– la oí
hablar en susurros.
–Sabré apreciar cada ratito a tu lado– se me escapó
una verdad.
Y cada episodio del pasado fue desapareciendo.
Ahora, desde el viernes, Fernanda se había
convertido en mi ángel, y más rato, durante el reinado de la noche, le hablaría
más sobre Verne al son de caricias posteriores a hacer el amor.
Fin
sábado, 16 de septiembre de 2023
Atados bajo la lluvia
- ¿Alguna vez has extrañado a alguien? No de la manera natural que se transmite en añoranza, sino de la voluntad del alma por congraciarse con su otra mitad. Extrañar parece ser mágico, y podría resultar poético a pesar de ser una necesidad que en ocasiones no se satisface. Extrañar es el acto de desear el otro cuerpo atado a los brazos con el ímpetu romántico de no dejarlo escapar. Es mirar las estrellas recreando su imagen. Es cerrar los ojos para imaginar los momentos bonitos que son lejanos. Es la añoranza melancólica, es mirar una carretera vacía, es ver la luna solitaria y es abrazar la ausencia. Extrañar puede ser muy duro, tanto que es capaz de golpearte al pecho, justo allí donde habita el corazón, y puede resonar una herida tan honda que ni siquiera el tiempo logra cicatrizar. Extrañar es también una manera de enamorarse, yo una vez escribí que extrañar es el primer paso para amar. Porque el deseo de estar con la otra persona es tan grande que se asemejan los pares iguales en un mismo mundo.
Resulta
esplendorosa la idea de sofocar penas y tristezas atado a una cintura.
Es
realmente satisfactorio verse reflejado en los ojos de la persona a quien se ha
extrañado y es grato ser abrazado por quien cuya ausencia afectó las noches y
los días creando un lienzo único y especial.
Entonces,
¿Qué extrañar? A veces un camino acongojado, y otras veces una pasión quieta
que se desenfrena.
Era una tarde de invierno, recuerdo que la lluvia había incrementado por uno de esos factores climatológicos que difícilmente comprendía, ninguno de los dos podía salir de casa por causa de un resfriado viral que nos afectó románticamente de igual manera. Atravesamos una semana entera sin mirarnos a los rostros, únicamente, teníamos a la webcam del Messenger como aliado; aunque la mía se veía afectada y la suya borrosa. Sin embargo, en ocasiones, el mismo señor invierno generaba que el cableado primitivo de entonces sucumbiera ante sus fauces haciendo que la conexión tuviera averías. Y sin tiempos de palomas mensajeras y con un ejército de correos electrónicos que intentan describir ampliamente lo que se siente era complicado explicarle al corazón que aquello debía de ocupar el espacio de las caricias, los besos y la voz. Así que en consecuencia, y a pesar de no conocer el paradero real de su casa, obra de una tardía conciliación de aspectos formales en la relación, propiamente por parte mía más que de ella, se me ocurrió la desespera idea de ir a su rescate porque los días pasaban lentamente como si el lunes fuese domingo, el martes el propio domingo y el miércoles otra vez volviera domingo, y las conexiones no tuvieran armonía, la lluvia creciera y la población se mantuviera inquieta en la televisión. Era un invierno intenso, siempre lo recuerdo. Tormentoso en tarde, peligroso de noche, y yo lleno de pensamientos esclavos, algunos celosos y otros extraños, me sentía aterrorizado por pensar que pudiera perderla. Y ella, enviaba desesperadamente mensajes de texto que de diez llegaba uno, que de cien, venían tres, y no siempre eran los más inspiradores; aunque alcanzaba a oxigenar las entrañas de amor hasta que nos sentimos distantes, quizá, de manera inevitable, poco madura y muy insensata, reproduciendo mensajes pesimistas en las cortas conexiones de Messenger que afectaban raudamente a nuestra tibia relación. Ocurre que, Elsa y yo, teníamos dos semanas iniciadas; aunque ciertos meses de conocidos; pero cuentan desde el sí en una pregunta mágica. Nunca supo donde vivía, y yo tampoco, nos conocimos en una clase de portugués allá por el dos mil dos y recorrimos parques, centros comerciales, de los pocos que habían y las clases de hora y media que nos hicieron coincidir. Éramos, a mi entender, una pareja divertida y propiamente estable si no fuera por el mal del clima que afectaba a la capital.
De
noche me sentía angustiado, golpeaba el pecho de solo pensarla, quería atesorar
su cuerpo a mi lado, volver a hacerle el amor como en todas las anteriores
oportunidades visitando hoteles alrededor del instituto, hablar sobre
conspiraciones secretas, astrología e historia universal; soltar risas,
carcajadas enormes y confundirlas en besos y enseguida más caricias que
terminaban otra vez en las almas unidas al son del sexo.
La
extrañaba, y no podía seguir viviendo un alba más sin saber sobre su presencia,
pues para entonces, había atravesado una semana sin saber el uno del otro,
tratando en todo momento de ubicarnos en distintas maneras que parecían cortas,
creo que alguien en los cielos tenía tramado separarnos usando al clima y su
voraz accionar.
La
mañana del viernes que parecía domingo, único día en el mes que no nos veíamos,
decidí enlistarme en la titánica consigna de visitar su casa. Recordé que la
tarea de la primera clase era escribir en portugués nuestros datos personales
para intercambiarlos con otras personas, claro que podrían ser datos inventados
para cuidar la integridad; sin embargo, me arriesgué y recurrí a la página del
libro donde estaban escritos. Allí claramente decía: Avenida Los Insurgentes /
Paradero Astete – San Miguel.
Conocía
San Miguel; aunque estaba lejos de convertirse en mi sitio favorito. Yo no
salía de casa muy seguido, andaba metido entre libros, la internet y el fútbol
en la cancha al frente de la casa, las únicas veces que iba a otro distrito era
para visitar el instituto ubicado en Surco.
Pero…
conocía de buses y sus rutas por nombres pintados en sus fachadas, sabía de
sitios por cuentos de amigos y tenía la ansiada idea de volver a verla. Así que
no dudé en aventurarme rumbo a su hogar. En primera instancia, fui a una
florería para adquirir un ramo de rosas, los más baratos que encontré, debido a
que en tal tiempo no trabajaba y el dinero que sobró sería usado para el pasaje
a menos que me haya confundido con la ubicación. Aquello era el riesgo. Uno
excitante, por cierto.
Una
vez vestido como para el crudo invierno, y sin avisar a nadie debido a que me
negarían el permiso, fui rumbo al paradero para abordar el bus en cuestión que
me llevaría hasta su hogar. Fueron dos horas de arduo camino oyendo las cinco
canciones almacenadas en el celular mirando las flores de rato en rato por si
se fueran a marchitar, viendo la calle con los pensamientos vivos y anhelando
vertiginoso el momento de encontrarla. Sin embargo, la tarde se volvía densa, más
gris que nunca, casi atravesaba la noche o parecía una continuación de la
madrugada; y sin darme cuenta, me convertí en el único pasajero pasando
Miraflores. Por ratos, el conductor miraba por el espejo pensando adónde iría,
y el cobrador intentaba estérilmente llamar a otros transeúntes. Yo temía, ¿y
si me llevan a otro lado?, ¿y si nunca vuelvo a verla? Pero por suerte, una
pareja de señores adultos subieron con destino La Marina. Entendí que me harían
compañía y que el chofer no haría maniobras para dejarme varado y volver a la
ruta, pues, a veces, cuando solo tenían uno o dos pasajeros prefieren dar por
terminado el viaje.
Cuando
no sentía más mi trasero, y me había hartado de las canciones, incluso, dudado
acerca de la ubicación, vi a la altura derecha un enorme letrero que decía: Paradero
Astete.
Me
sentí contento. Había llegado al destino. Realmente existía un sitio llamado
Paradero Astete, creí haberlo inventado, pensé haber sido un sueño, por
momentos supuse una mentira; pero habitaba en la Avenida La Marina un lugar
llamado de esa manera. Descendí velozmente y caminé efectivamente por la
Avenida Los Insurgentes. Curioso nombre, pensé. El sitio estaba desolado, la
neblina lo cubría todo, alguien podría pasar y robarme hasta el calzoncillo sin
que nadie se diera cuenta; pero yo estaba confiado, me sentía seguro e incluso,
capaz de arribar con facilidad y sin miedo hasta que me di cuenta que mi
bolsillo tenía hueco. Maldije una sola vez en toda la aventura. Me había
quedado sin pasaje de regreso. Es decir; si no era su casa, prácticamente,
estaba perdido, porque el celular no tenía saldo y mis padres yacían en sus
laburos. Además, los hermanos, seguramente, andaban metidos en los videojuegos
olvidándose de mí por completo. Algo se me iba a ocurrir, pensé en confianza
mientras andaba por la avenida hasta doblar intuitivamente a la derecha
ubicándome en un parque cuyo nombre no recuerdo. En otro dejavu, ella me habló
una vez que paseaba con su mascota por un césped como alameda, y en el parque
recorrían senderos, me puse contento de nuevo, y las flores, aunque agitadas,
seguían bonitas. Otra vez seguí el ritmo en busca de su casa, una blanca de
portón, el número era desconocido; pero podría adivinar y tocar unas veces si
es que llegara a encontrar a alguien que tenga la valentía de abrir la puerta,
pues, a veces, los ladrones abundan en tiempos de invierno y niebla.
Confieso
sentirme agotado, viajar un par horas en medio de la nada con dos personas que
probablemente tendrían otras intenciones, tal vez, secuestrarme y vender mis
órganos, y además, la incertidumbre de no hallar su casa, todo pasaba factura;
aunque, la fe no la perdía, y aquello era causa de mi amor y el deseo por
verla. Así que resolví animar el paso y toqué la primera puerta que sentí sería
la correcta.
Hola,
disculpe, ¿se encuentra Elsa? Dije sin mirar a la persona que me habló
seriamente desde el otro lado de la puerta.
Aquí
no vive ninguna Elsa, respondió tajantemente una voz gruesa.
Me
fui.
Caminé
un par de metros y toqué otra puerta. Empezaba a llover con fuerza, las flores
eran quienes más se veían afectadas, y de pasada el peinado. Lo que menos me
importaba era la ropa, sino las rosas. No quería que se vieran flojas al
momento en que la viera y no deseaba verme húmedo porque no podría abrazarme
causa de su resfrío, y el mío no interesaba ya que al salir la bronquitis
vendría por mí.
Un
portón y una pared blanca, es lo único que vi antes que tocara la puerta con
enorme fe.
Alguien
contestó pasado un minuto.
Era
una voz dulce, de mujer de alta edad, supuse.
¿Quién
es? Quiso saber.
Hola,
se encuentra Elsa.
¿De
parte de quién?
Le
di mi nombre.
Ella
dudó.
¿De
quién? Insistió.
Volví
a repetir.
Ah,
un momento, dijo dudosa.
Yo
me sentí emocionado, y sin más esperas, me abrieron la puerta. Aquello no lo
esperaba. Pero igual decidí entrar.
Me
recibió una mujer alta y grande, pensé que era su madre, nos saludamos
cortésmente y me invitó a sentarme en un mueble de la sala. Allí estuve
timorato con las flores apretadas a la mano y el cuerpo empapado.
Deja
que vaya por un jarrón para las rosas, dijo en una dulce sonrisa.
Se
las entregué tímidamente.
Ella
volvió al instante.
Las
rosas parecían relucir.
Que
lindas rosas le trajiste a Elsa, eres la primera persona que se las regala,
añadió simbólicamente honesta.
Sonreí.
Ella
ya viene, se acaba de enterar que viniste, y no ha dejado de brincar, creo que
se va a vestir, comentó otra vez con dulzura.
Yo
seguía sonriente.
Afuera
llueve bastante, ¿no? Fuiste muy valiente para venir, aseguró.
Quería
verla, le dije despacio.
Ella
sonrió.
Y
ella a ti. Pero es que el cable, el clima y la calle están temibles, dijo en
una sugerencia dulce.
Asentí.
Pero…
es loable que estés aquí. Elsa andaba triste; pero ahora seguramente sonríe,
manifestó y se oyeron pasos de escalera. Ella, preciosa, descendía emocionada,
y yo me levantaba para ir en busca de su abrazo.
Repetimos
frases de amor desde el encuentro en un cálido y tierno abrazo olvidando que su
madre nos veía asombrada y encandilada. Los besos los dejamos para después,
para la soledad en el mueble, la charla divertida acerca de la odisea y el rato
que absorbió a la noche nos condujo a la madrugada unidos en una sala que se
convirtió en nuestro sitio predilecto hasta el glorioso amanecer en sol.
Fin