—Buenos días— saluda al ingresar. La puerta cerrada sugiere intimidad. Un hombre de traje oscuro y voluptuosa barba me espera recostado en el mueble negro de su oficina.
Se inclina hacia adelante para que nuestras manos converjan en un apretón y un ligero esboce de amigable sonrisa.
Realiza
un gesto para que me acomode en el clásico sillón de en frente y pregunta
manteniéndose de piernas cruzadas que apoyan un cuadernillo con lapicero
impregnado en un hilo que evita que se pierda con un movimiento lento e
imperceptible de dedos rascándose la barba de la mejilla, ¿Cómo has estado
durante el fin de semana?
—Bien;
aunque volví a tener pesadillas— respondo con la confianza que amerita su
presencia.
El
hombre anota sigilosamente.
—
¿De qué trataron las pesadillas? — Añade una pregunta similar.
—Estoy
en la barra de un bar, a la espera, supongo, de alguien, por el movimiento de
mi cuerpo volteando para ver la entrada, y de pronto, un par de muchachas bien
parecidas se asoman para preguntar por mi estado como quien intenta ser cordial.
Yo les sonrió, ellas devuelven la sonrisa y sin más preámbulos, estoy metido en
un lio bárbaro— le acabo de contar con remordimientos en muecas que atiende con
facilidad.
—
¿En qué tipo de situación complicada te encuentras? Y, ¿a quién crees o supones
estar esperando? Tal vez a Adriana— lo escucho decir con esa voz minuciosa que
parece usar para profundizar fácilmente en mí.
—
¿Adriana? — Consulto.
Él
revisa una página distinta de su cuadernillo.
—Adriana,
tu esposa— me dice con la mirada fija de ese verde oscuro en sus ojos.
—
¿Cómo podría esperar a mi esposa si estoy envuelto en una situación
comprometedora? — Pregunto dubitativo.
Y
ante su mirada fija casi perturbadora asiento hacia abajo.
—Es
verdad— le digo en primera instancia. Mi infidelidad, aseguro entristecido.
¿Cómo es que puede crear tantas pesadillas? Le pregunto intrigado.
—Es
la conciencia quien trabaja de noche— comenta seguro. Mientras dormimos
nuestros peores sucesos nos mortifican, es decir; la infidelidad fue para ti un
agravio para tu matrimonio y en consecuencia se ilustra en pesadillas que te
atormentan— concluye y antes de alguna respuesta por mi parte, pregunta, O,
¿acaso te ves disfrutando el sexo en el sueño?, ¿Notas que lo evades? He allí
el origen de tu pesadilla, comenta finalmente.
Asiento
asimilando su comentario como uno verdadero que no he notado en mis
pensamientos.
—Las
mujeres son tan hermosas que ni siquiera reparo en pensar en ello; ellas me
realizan ofrendas sexualmente dichosas para cualquier hombre; pero no las
siento ni las intento recrear porque me espantan, tal cual el sueño –o, bueno,
la pesadilla- y donde, según dice, yo estoy esperándola y en ese ínterin me
estoy cogiendo a dos doncellas como fruto de la ruptura inminente de mi
relación— le digo entristecido sin estar al borde de alguna lágrima; pero sí
dolido y arrepentido.
El
sujeto de la barba rojiza apunta en su cuaderno y enseguida pregunta, ¿has
vuelto a hablar con ella? Digo, antes o después del sueño.
—Sí,
le di una llamada. Me contó que todo anda de diez puntos para arriba— le cuento
al hombre en frente, quien de nuevo, como un hábito, acaricia su vello facial
tenuemente.
—
¿Cómo te sentiste al despertar? — Pregunta manteniendo la misma analítica
postura.
—Tembloroso.
La pesadilla… fue como dicen algunos, una realidad alterna. Era como si todo lo
vivido estuviera volviendo a ocurrir de cierta manera distinta, evidentemente;
pero con un mismo propósito. Y, cuando abrí los ojos, me di cuenta de lo
afortunado que soy— le dije en un arrebato de melancolía emancipada en un hilo
de lágrima.
Deshizo
su postura pasiva para coger un trozo de papel en un ánfora de la mesita de
centro y entregármelo sin cuestiones.
—Algunas
pesadillas se asemejan a la realidad porque lo que sentimos suele atacarnos
mientras dormimos— comenta con el cuerpo inclinado hacia adelante y las manos
entrelazadas.
Pero…
tranquilo, añade esbozando una sonrisa, tú mismo lo has dicho, eres un hombre
dichoso, sentencia y estira su mano para dejarla caer en mis rodillas como si
sintiera una mezcla entre lastima y alegría.
Logra
que también sonría y se devuelve gustoso al espaldar de la silla con las
piernas otra vez cruzadas y ese afán por acariciarse la barba.
—Dime,
¿Qué les sugirió el colega que los ayudó a reconstruir su matrimonio? — Hizo
una pregunta inquieta y curiosa.
—Darnos
un espacio y tiempo para asimilar lo ocurrido. Afrontar la realidad como dos
personas maduras con convicciones por crecer y hacer respetar lo que decimos
sentir e ir acorde a las decisiones que tomemos por el beneficio de lo nuestro.
Sea cual sea, propuso al final, porque si ella decidiera el divorcio, yo
tendría que aceptarlo; aunque el punto de nuestra cita con el terapeuta era la
unión a pesar de los males y conflictos— le dije hablándole calmado como si se
tratara de un amigo.
—Entiendo—
me dijo sin gesto alguno. Recuerdo que para entonces yo no te conocía. Tú
llegaste hace un par de semanas contándome tus pesadillas, obviamente quise
saber el origen de las mismas y llegamos a la conclusión que se trató meramente
de aquel asunto del pasado. Sin embargo, es curioso que vuelvan tan
frenéticamente justo ahora que tú esposa salió de viaje.
Un
oleaje de sensaciones intervino en mí ser.
—
¿Qué intenta decir, señor Harry? — Le dije con la inquietud en alto.
—Puede
que el verdadero origen de tus pesadillas siendo infiel sean parte de un miedo
a que ella se vengue de ti haciéndote lo mismo— me dijo tras seguramente un
rápido análisis mental.
Maldije
para mis adentros y luego hacia el techo provocando la intranquilidad del
doctor frente a mí, quien manteniendo la postura, a pesar de colocar las manos
sobre los lados del mueble, me dijo: Calma, no te dejes llevar por una idea.
—Ella
viajó a Cancún el jueves por la noche— le dije. Él volvía a su posición de
piernas cruzadas para que sintiera que está en parsimonia y no le afecta el
relato. Se trató de un viaje de negocios, me dijo. Pero…
¿A
Cancún? Medité un instante. Aseguró que en un hotel iba a encontrarse con unos
directivos de la empresa para consolidar un trato. Luego, como cualquier
turista, supusimos que se daría un baño de mar en un mañana libre del ajetreo
laboral.
Aunque…
¿y si tiene un amante? El pensamiento se oye fuerte.
—Calma,
estimado, no te alarmes por supuestos que en esencia nacen de tus pesadillas—
lo oigo decirme deshaciendo otra vez su postura con el cuerpo inclinado para
hablarme más de cerca. Yo tengo la mirada en otro sector como quien se pierde
de la realidad para transportarse a otra. Una donde Adriana se encuentra
brincando sobre un sujeto de musculatura perfecta y sonrisa brillante, a quien
disfrutando le dice: Entonces, esto es lo que mi esposo hacia cada vez que se
iba de vacaciones.
¡No!
¡Adriana! ¿Qué haces? ¡Se supone que estamos bien! Doy gritos desesperados como
si estuviera cerca a los amantes imaginarios.
—Oiga,
calmase, por favor— escucho que me dicen. El doctor sujeta mi rodilla e intenta
verme la mirada.
—Escúchame,
Rodolfo, no te dejes controlar por los pensamientos negativos. Es solo tu imaginación
usándote una mala pasada. Ustedes tuvieron un conflicto y hoy tiene un
matrimonio estable. ¿Lo entiendes?, Dime, ¿lo entiendes? — lo escucho decir
prestándole la atención debida sintiendo como las gráficas grotescas se
disipan.
—Sí,
sí, lo siento, perdóname, Harry, por un momento me nublé. La vi acostándose con
otra persona y sentí que la rabia me inundaba— le confieso en giros de cabeza
para olvidarme por completo de las escenas.
El
doctor observa las manos para verificar que se encuentren pacíficas a
diferencia de cómo se veían mientras mantuve la mente en otro lado.
—Rodolfo,
a veces sentimos que nuestros actos podrán tener consecuencias iguales; sin
embargo, el amor vence y el perdón proclama— dijo con mesura.
Además,
debo recetar calmantes para un mejor sueño, al menos hasta que Adriana vuelva
de su viaje, lo escucho decir esbozando una suave y amical sonrisa.
—
¿No me estoy volviendo un demente, verdad? — Pregunto con una sonrisa chueca.
—No.
Cualquier persona, a veces, tiende a actuar enojada por pesadillas. Las
pastillas harán bien. Tendrás sueños tranquilos y despertarás animado.
Solo
piensa en positivo y goza del presente— me dijo y vi que inició un escrito en
su cuaderno.
—Una
antes de acostarte. Procura no ver televisión nocturna, preferible leer un buen
libro, sugiero a Megan Maxwell para que te atrape el sueño— acabó irónico.
Estiré
una sonrisa por condescendencia y recibí su receta transcrita desde la hoja del
cuaderno a un papel con su sello.
Vio
su reloj de muñeca y acotó: Nos quedan quince minutos, ¿algo más que quieras
contarme?
—
¿Usted cree que Adriana me ha perdonado? — Se lo hice saber con firmeza, causa
de las dudas aglomeradas en mi cabeza.
—Por
supuesto— dijo con seguridad.
Revisa
de nuevo sus apuntes y añade otra respuesta: Tienen tres meses juntos desde la
riña que los distanció por varios días; entonces, estoy seguro que están en
crecimiento. No soy dueño de ningún núcleo familiar o de pareja; pero si en
esos meses nunca tuvieron problemas, es porque todo anda diez puntos para
arriba.
Sonríe
al decirlo. Y yo quiero imitar esa perfecta sonrisa.
—Ella
te ama más que nadie en el mundo— asegura luego de haber dicho que no era dueño
de ningún planeta romántico.
Lo
único que debes hacer es encontrar el placer en los sueños y despertarte con
ganas por amarla a diario, lo escucho cándido y confiado como si quisiera
meterme esas ideas en la mente, las cuales, regocijo, se sienten bien, suaves y
sublimes y si, efectivamente, apaciguan mis ansias a pesar de los miedos que
circulan en mi mente y no son solamente obras de pesadillas.
No
he contado, recién que acabo de escucharlo, como si despertaran, que también, a
veces, las imagino. Mi mujer cogiéndose a otro hombre en un hotel como yo y la
morena en casa cuando tuvo otro viaje. Me trastorna la idea que se repita el
plato en mi vida a pesar de las disculpas y los días de amor fructíferos.
Pero
no puedo hablar. No quiero enloquecer. Basta con creer que son pesadillas. O, fantasías.
—Gracias,
Harry, estás semana contigo ha sido valiosa. Me haz mostrado que las pesadillas
son solo eso, pesadillas y que debo seguir con mi vida pensando en positivo
para crear sueños con angelitos— le digo por obra de sus palabras.
—Es
bueno saber que tienes tendencia a mejorar; las pastillas, como digo, harán
bien. Tómalas, descansa y disfruta de tu matrimonio— dice el médico.
Asiento
con la cabeza. Noto que vuelve a mirar el reloj, va a decir algo, presiento;
entonces, me adelanto, no me ha respondido, si Adriana me ha perdonado.
—
¿No he sido obvio, Rodolfo? Seguro cuando vuelva podrán abrazarse y continuar
amándose— dice el profesional.
Y
creo que hasta aquí hemos llegado, estimado. Han sido cuatro gratas sesiones,
espero que puedan seguir siendo una feliz pareja que sabe superar las
diferencias, asegura mientras se levanta para despedirme. Realizo el mismo
accionar correspondiendo a su mano estirada.
El
hombre de barba rojiza se encuentra regado en su sillón a la espera de alguien
más, luce un traje azul marino y el calzado reluciente que flota en el aire al
tener las piernas cruzadas. Tocan a la puerta, no es el paciente quien llega,
sino una muchacha de vestido corto quien le comenta asustada: Señor Harry
Scott, ha ocurrido una tragedia. Rodolfo Ríos, su paciente de hace unos días, fue
hallado muerto. Se intoxicó en pastillas poco después de asesinar a su esposa. El
cadáver descompuesto estaba en su armario.
En
un mensaje decía: No voy a permitir que te vengues de mí. No eran pesadillas,
Harry; sino premoniciones.
Hallaron
una gama de fotos de su esposa con otro hombre dentro de su computadora, la
policía dice que fue un crimen pasional, quieren verlo porque fue usted quien
le recetó las pastillas.
El
crimen… ocurrió hace más de un mes.
Y
el doctor, al oír, se frota la barba y responde: Fueron un placebo.
Fin
Excelente y, las mujeres siempre nuestro delirio. Felicitaciones.
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