Piura, verano 2010
Rockstar
junto a su hermano Chuni después de veranear con la familia Guevara en una
playa del norte notaron a la salida del mar el nuevo panel publicitario sobre
una torre de salvavidas, allí decía con enormes letras Guns N’ Roses en Lima el
próximo 06 de Marzo.
La
emoción invadió a los hermanos quienes desde entonces planearon la estrategia
ideal para conseguir el dinero justo y necesario que los deposite en la primera
grada.
Nada
ni nadie impedirían que los Guevarita estuvieran cerca de su ídolo Axl Rose, ni
siquiera la chamba del tío Nicolás Lucar, quien debía de estar en Piura como
sheriff por un periodo mínimo de dos años.
Sin
embargo, Rock y Chuni harían lo posible por convencer al tío bigote para
dejarlos a flote durante un par de semanas, tiempo que aprovecharían para ir al
concierto, visitar a sus respectivos culitos dándoles por agua y desagüe y
retornar al norte.
Acordaron
todo la noche que vieron el letrero poco antes de dormir juntitos y abrazados
en su genuino cruce de espalda.
Lima, verano 2010.
Pirri acababa de ingresar a Alas Peruanas, su único presupuesto eran 3 pelucas diarias sin contar la gaseosa gordita y los turrones que suele comer en los recesos, descontando aquello tan solo le quedaban 0.10 centavos como ahorro líquido.
La
tarde que vio la valla con el logo de la banda y la fecha del concierto ocurrió
cuando salió de la universidad en dirección a la casa de su primito Diego
Espinoza (un tipo totalmente diferente a Diego Vildoso, no quiero
confundirlos). Él estaba escuchando música desde su Walkman con un audífono
averiado y la cuerda mordida cuando sucumbió ante la emoción y efervescencia
que produjo el encuentro con la inevitable oportunidad de presenciar a una de
sus bandas favoritas en concierto y por qué no, si deja de tragar, adquirir
boletos en primera fila.
Al
momento de llegar a la Cruceta y verse envuelto en una pedida de mano que
comenzó como chiste pero terminó haciéndose real y con esto no quiero decir que
culminó en matrimonio; aunque todos gozamos de la particularidad en que, el
chef Lucho (todavía no fucking) Castro se vio en la encrucijada de querer
formar parte de los Vildoso (Qué miedo).
Este
humilde narrador estaba en la reunión con un culito de alta gama sobre los
muslos sabiendo que luego de la tragadera (esperaba un plato sacado de un
banquete de dioses) iría a mojar el payaso al Marriot.
Fui
testigo clave del momento en que Pirri ingresó lleno de emoción esperando que
Lucho Castro terminara su sermón romántico estrafalario para abarcar en
comentarios al público presente: El tío Cesarín, Miguel P, Sagat, Shebitas,
Bruno, Rosita, Diego, entre otros, incluyendo a Luchito y su ñorsa.
Culminado
el acto nupcial, Pirri no pudo contener la rabieta emocional y reventó en
argumentos: ¡Viene Guns! ¡Viene Guns! ¡Viene Guns! Y creo que voy a tener que
chambear en el internet Us Computer para pagar la entrada. Da igual, pues todo
valdrá la pena.
Los
primazos asintieron con la cabeza con cordialidad y simpleza; pero el terrible
Lucho (ya casi fucking) hizo una mención abominable: Jefferson (le gustaba
hablarle a la gente por sus nombres) yo he ido a un concierto de los Guns.
Es
de conocimiento general que nunca han venido a Perú, por eso todo nos burlamos
en señal de sorpresa graciosa; sin embargo, Lucho Fucking Castro añadió con
sobriedad absoluta: ¡Fui a su último concierto en Berlín, Alemania!
El
silencio se hizo presente en todos como si fuera la misma muerte.
Lucho
Fucking Castro siguió: E incluso, tengo una foto con Axl. Pero, bueno, (siguió
contando para que nadie pregunte) la tengo en mi laptop. Claro, una laptop que
nunca en nuestra puta vida íbamos a ver y si fuéramos a su casa y preguntáramos
por la laptop seguramente nos diría un mega floro como: Ups, se me quemó la
habitación con todo y laptop.
Aun
así, Dios me perdone, siempre me cayó bien.
Peluca
de muerto, empezó un aborigen de sucesos nunca antes suscitados, parloteaba con
tanta seguridad que en algún pasaje de esos cuentos sacados de la ciencia
ficción, creí ingenuamente o tal vez por presión, que podría ser real; incluso,
cuando cambiaron el tema a comidas, este, en su campo, dijo mil y un mentiras,
una de mis favoritas fue: Yo he formado una alianza culinaria con Gastón
Acurio, mi empate, tengo su celular por si lo dudan. Enseguida, añadió: Vamos a abrir un
restaurante en el Principado de Mónaco, claro que todo después de casarme.
A
la tía Juanita le brillaron los ojos como dos esmeraldas, el buen chef
millonario los llevaría a la fama, incluyendo a Bochini y Petroleo.
Para
no salir del foco, dejemos el rollo de las mentiras de LFC para continuar con
los sucesos acerca del concierto.
Pirri,
Rock y Chuni coincidieron en un chat de Messenger esa misma noche en la
madrugada, la ansiedad no los dejaba dormir, acordaron con lujo de detalles
todo acerca de cómo llegar al concierto e instalarse en la primera fila tan
preciada por locuaces fanáticos.
No
pudieron dormir, se amanecieron en la computadora y cuando el manto apareció
fueron a la cama para seguir imaginando los hechos de marzo.
Dicen
que el tiempo anda rápido cuando piensas mucho en un evento, aquello ocurrió y
los meses corrieron como motociclista hasta la llegada del inevitable fin de
verano pero justo día del concierto.
Esa
mañana, Pirri se metió dos panes con tamal y una jarra de jugo de fresa, se
puso su remera del grupo y salió de casa a las nueve con diez con una gaseosa
KR porque iban a beber un ron Pomalca poco antes de entrar. Ya lo tenían todo
absolutamente planeado, ningún alfiler logístico podría salir del armazón.
En
la Molina City, Rockstar y Chuni acababan de llegar desde el norte en Maleño,
las rayas de sus culos habían desaparecido pero las 24 horas en bus estaban
valiendo la pena debido a que llegaron a tiempo para enlistar detalles para su
ansiado suceso. La emoción y la felicidad los invadía en todo instante como
choques eléctricos.
Se
adentraron con tanta vehemencia en la casa que encontraron al tercer hermano de
ellos, el terrible Drack, ahogándose en el desagüe de su culito, en una
posición particular y exquisita poniendo a prueba su lengua de piedra.
No
he llegado a imaginar el trauma de estos dos (en esa época) cero kilómetros.
Drack
los mandó a rodar porque a nadie le gusta que lo molesten cuando estas en plena
sesión black kiss. Se adentraron en sus respectivos cuartos, cogieron lo
necesario, ni siquiera se dieron una ducha y salieron en busca de Pirri, quien
ya los esperaba en el pequeño Banco de Crédito ubicado a unas cuadras.
Cuando
se encontraron se dieron un abrazo memorable, estaban felices y esa euforia
conlleva y genera fuertes descargas de adrenalina lo que conduce a que los
saludos también obtengan besos.
Bebieron
un trago. Eran las dos de la tarde, el concierto empezaba a las ocho de la
noche, había mucho tiempo para conversar, beber, planear la estrategia final y -en un acto altamente irresponsable y
frenético- comprar las entradas en reventa.
iba
caminando hacia la congeladora Monumental donde se realizaría el recital y la
euforia saliendo hasta por los poros.
Es
difícil contener tanto impacto, tantas ganas interiores por estar allí, tanto
delirio por ver a sus cantantes favoritos soltar las rolas predilectas de
antaño, por eso las cuadras se volvieron largas y las ideas imaginarias
convulsionaron cada vez con mayor proyección.
A
las 6.36pm según el reloj del Nextel de Rock llegaron al recinto. Enseguida,
solicitaron la presencia urgente de un revendedor para que los habilitara con
tres entradas en primera fila.
La
última misión, el escalón final del plan perfecto, la máxima determinación, la
puerta al sueño, estaba en manos del mayor, es decir; Pirri. Él era el
encargado de seleccionar a un ente honesto que les vendiera entradas.
Con
el tumbao que tienen los guapos al caminar apareció un sujeto de elegante traje
a rayas sacado de Smooth Criminal, quien se asomó a la banda de ingenuos con
cara de pavos, para ofrecer tres entradas por debajo de la butaca. Su accionar
se manifestó con un movimiento tembloroso de manos al tiempo que mostraba las
entradas y giraba el cuello mismo drogo paranoico para que la tomberia no lo
viera.
—Loco,
te dejo las tres entradas en primera fila a 1,000 soles. ¿Habla, que dices? —
propuso en feroces giros de cuello y los labios torcidos como un primo a las
cuatro de la mañana del viernes.
Pirri
cogió los boletos, examinó como experimentado reconocedor de estampitas
originales y resolvió preguntar al resto de los muchachos, quienes, por el
aspecto macabro del sujeto, que de nuevo miraba hacia todos lados altamente
noico, decidieron desistir con un seguro ademán de izquierda a derecha.
—Lo
siento, compañero, pero creo que no llegamos a la cifra— respondió Pirri como
partidario del clan.
Y
sin embargo, en ese instante, en un acto de rebeldía, Chuni, gritó: ¡Pagamos
las mil lucas y nos quedamos misios! No hay problema. Pero hay que entrar de
una vez. ¡Qué está por empezar!
El
fulano abrió los brazos en señal de solidaridad y fue un gesto leal que los
muchachos no supieron descifrar.
—Chuni,
tú no sabes de entradas; este tipo es raro, me resulta extraño su proceder—
dijo Rock totalmente seguro.
Terminaron
por desistir y el sujeto se fue semi enojado.
Enseguida,
apareció un hombre con un tatuaje de lágrima a la altura de la mejilla,
pantalones anchos y camiseta gigante color negro con la imagen
de
un reggaetonero del momento. Llevaba un collar de material rompible que llegaba
hasta la mitad de su cuerpo, unas zapatillas tal cual astronauta de marca Adibas
y lentes a pesar de la noche.
—Hola
muchachos, me llamo Yandol y tengo tres entradas para ustedes cuatro— dijo y se
empezó a reír expulsando un desagradable aroma capaz de derretirles el
caramelo.
Ni
siquiera tuvieron que ver las entradas. Desistieron de inmediato.
El
tipo se fue arrastrando el pie, seguro era cojinova, pensaron los tres.
Estaban
preocupados, ya no habían más revendedores, pues la policía implantó un nuevo
proyecto para evitar ese asunto de las reventas lo que ocasionaba la escases de
tigres que vendan entradas. Tal fue el motivo por el cual, el primer sujeto
andaba recontra paranoico.
El
señor tiempo fue pasando rapidísimo al punto que la hora del concierto estaba a
punto de estallar y el trío todavía no lograba hallar a alguien suficientemente
honrado como para venderles una entrada legal.
Y
en ese momento, como en las películas románticas, como en los capítulos de la
Rosa de Guadalupe, ocurrió un milagro. Una señora de avanzada edad físicamente
parecida a la abuelita Nelly Guevara Espinoza, se fue acercando al grupo
luciendo un pulcro hábito de monja de la secta de los testigos de Jehová, quien
al tenerlos cerca, comentó con tenue y dulce voz: Señoritos, ¿buscan entradas?
Yo tengo tres y debo venderlas para poder alimentar a mis cinco nietos pequeños
cuyas madres luchonas se fueron a la discoteca.
Pirri,
Rockstar, Chuni se derritieron en amor y ternura, incluso, Pirri, el comandante
del grupo, se puso modo Eduardo y respondió: Abuelita, nosotros te compramos
las entradas, confiamos ciegamente en ti porque con tu atuendo y el rosario
colgando nos entregas franqueza. Le dio un abrazo en señal de saludo como si la
vieja necesitara cariño.
En
un cosquilleo de pesada armonía, hicieron el pacto macabro.
Pirri
preguntó por el precio, la abuelita respondió con una pregunta, ¿Cuánto tienes?
Los tigrillos vieron la hora y contestaron: Exactamente mil soles. La abuelita
sonrió sin mostrar los dientes y aseguró: Uy, justo el precio por las tres.
En
ese instante, el sujeto del traje oyendo y viendo lo acontecido dio un pequeño
giro de cuello para ver al grupo realizar el contrato con una mirada perpleja
en señal de confusión y asombro, podría decirse que hasta sintió un toque de
lastima y ciertamente vergüenza; pero al verse rechazado optó por evitar dar
comentarios. Solo se hizo el loco.
La
abuelita sacó las entradas del sostén, Pirri las cogió y repartió al grupo sin
sentir el papel, sin ni siquiera observar con lupa el material, el holograma o
el código de barra, tanta fue confianza por la abuelita que no dudó un instante
y pagó los mil soles uno sobre otro ante la lengua recorriendo los labios de
una vieja mañosa con mil y un trucos detrás de ese hábito maldito. Pues, cogió el
dinero, guardó en el sostén y les dijo: Dios los bendiga, hijos. Ahora podré
comprarles un pollo a la brasa a mis cuatro nietos.
¿No
eran cinco? Fue la pregunta que podría haber cambiado el curso de la historia,
pero estos muchachos confiados, ingenuos, enamorados de la cándida voz de la
vieja salida del mismísimo infierno, sucumbieron ante el vil encanto de esta
dulce abuelita con sonrisa sin dentadura.
Se
dieron la vuelta para darse un abrazo de grupo en señal de satisfacción, una
victoria perfecta para el plantel comandado por Pirri, un sueño próximo para
Chuni, un anhelo para Rockstar, el ver a su banda predilecta estaba cerca, tan
cerca que solo bastaban metros de cola para aventurarse en una música grandiosa
que solo ellos sabrán gozar mejor.
Cuando
se dieron la vuelta la abuelita ya no estaba. Desapareció como haz de luz, como
esos demonios nocturnos que se marchan con el alba y los muchachos corrieron
como Naruto rumbo a la cola con una sonrisa intacta y sin dudas en la mente
hasta que lo inevitable ocurrió.
Trágicas
son las líneas que estoy a punto de contar, pues esto no se lo deseo ni a mi
peor enemigo.
Como
niños emocionados se enlistaron en la cola y cuando poco a poco iba llegando el
ansiado momento de la revisión de tickets por parte de un gorila con polo VIP
tuvieron los tres una horrorosa premonición; aunque dicen que la realidad
resulta ser muchas veces peor.
El
primer infortunio fue Pirri, pues el capital se hunde con el barco, mostró su
boleto con la alegría de Eduardo y fue rechazado como si un martillazo le
cayera encima, como balde de fría con hielos e incluso, con toda la necedad y
jolgorio de seriedad, le dijeron: Ponte a un lado, gordito. Que la cola tiene
que avanzar, gil de goma.
El
siguiente fue Rockstar, quien en su mente fue maquinando el propósito de haber
tenido un boleto afortunado, pues pensó que sería el único en entrar, no
quedaría de otra. No se iba a perder el concierto por nada del mundo, por las
huevas no se vino en bus 24 horas y perdió la raya del ano.
Ticket
bamba, ponte a un lado, le dijeron con un lapo incluido.
Lágrimas
cayeron de sus ojos, Pirri quiso consolarlo pero no pudo. El dolor fue más.
Chuni,
conociendo el destino inevitable de sus compañeros, sabía que todo se estaba
viniendo abajo como avalancha, no tuvo tiempo de pensar un suceso positivo,
tampoco la actitud ayudó, pues comenzó a llorar en plena cola, lágrimas
honestas mojaron el suelo y con cara de chicle fue donde el VIP quien con
rudeza y crueldad, le dijo: Chibolo, te estafaron. A ti y a ese par de
huevones.
Se
dieron un abrazo al encontrarse a un lado viendo como todos pasaban con
sonrisas de emoción entusiastas por ver el concierto y entre ellos, con culito
de la mano, el bigote perfecto y la camisa roja, se hallaba el terrible tío
Raúl, ingresando al concierto como Pedro en su casa.
Sin
embargo, solo se trató de una fantasía. A veces la mente es brava.
Lloraron
abrazados, tristes y desconsolados hasta que el VIP se llenó de ternura al ver
a un trío de sanos llorar como bebés cuando no tiene teta, que se le ocurrió
darles un consejo: Chicos, basta de llorar, deben aprender a no comprar
entradas de reventa, pues la gran mayoría, salvo ese señor de allí, señaló al
tipo de traje, te ofrecen boletos falsos.
—
¡Les dije! ¡Les dije que el tipo era leal! Gritó Chuni y se le ocurrió la
brillante y atrevida idea de ir al restaurante de Lucho Castro para pedirle un
préstamo de otros mil soles y pagarle las entradas al revendedor.
La
odisea los condujo al Restaurante Niyagui, entraron con toda la confianza y
soberbia del mundo, pues Lucho, el chef, siempre se había portado con carisma y
cariño con la familia, creían que los recibiría con amor y los impresionaría
con un saldo.
Sin
embargo, la sorpresa fue mayor cuando al entrar preguntaron por el dueño y el
empleado les indicó que andaba en Miami. Confundidos recordaron ver a Lucho
devorar un sabroso caldo de gallina en una carpa cercana, no había sido una
visión, por ello, todavía en el esplendor de su ingenuidad que roza la
estupidez, preguntaron otra vez: Amigo, el dueño, Lucho Castro es nuestro
familiar, queremos saber dónde está.
La
carcajada que se metió el hombre gordo que limpiaba la mesa fue abominable, un
estruendo grotesco que podría remecer la Tierra con facilidad, a esto le
incluyo, un dedo señalando al trío de sanos en señal de completa burla y una
sobada de panza para intentar calmar tanta risa.
Sarta
de sanos, quiso decir, pero dijo: Amigos, Lucho Castro es quien le limpia las
bolas al dueño. Es el empleado del mes, es quien lava los platos.
Derrotados
volvieron a casa. Abrieron la puerta sigilosamente y al no ver moros en la
costa se lanzaron al mueble; pero Chuni resolvió ir de frente a su habitación
para continuar con el lloriqueo.
En
ese momento salió Drack totalmente desnudo y con el muñeco al aire (3cm para
ser exactos) comiendo chifles de Piura (los mejores del mundo). No se le
ocurrió que decir, los vio y les invitó. Inclusive, dejó la bolsa porque debía
de seguir con el tratamiento sexual, algo que para entonces, el trío todavía no
conocía.
Camino
a su cuarto escuchó las lágrimas de un desconsolado Chuni y aunque pudo y debió
consolar a su hermanito, prefiero al culito en la habitación. Cualquiera lo
haría.
Chuni
salió de la habitación para empatarse con los vencidos y comer chifles para
apaciguar en algo el dolor y la acidez. Hablaron de Lucho y sus mentiras para
entrar en alguna que otra risa, tal vez, girar un poco el tema a otro sentido;
pero en ese preciso instante volvieron a abrir la puerta. Carlitos Guevarita y
la tía Carmela ingresaron con besos desaforados pensando que nadie estaría en
casa; pero hallaron a unos nenes con los ojos rojazos y la cara larga como una
haba.
No
fueron necesarias las preguntas ni los argumentos porque cuando empezaron los
sonidos metálicos del concierto a pocas cuadras se echaron a llorar como
maricas.
—
¡Mariconas carajo! Dijo Nicolás Lucas y se dirigió a su cuarto, mientras que la
tía Carmela con ternura fue consolando a los muchachos que con chifles y algo
de cariño se fueron sintiendo algo mejor.
Al
rato apareció Drack, quien al enterarse de todo fue mofándose de sus camaradas
y sugirió ir a buscar a la abuelita; pero todos sabemos que ese acto sería en
vano.
Cenaron
olluquito y bebieron chicha hasta que tuvieron que despedirse.
Al
otro lado del sitio, en una cantina de mal beber, una vieja se hallaba rodeada
de sujetos cuyos abdómenes podrían rayar quesos, colocaba billetes en sus
calzones y la agasajaban como una reina, se cagaba de la risa de su suerte y
contaba a los ebrios del local que estafó a unos huevones con unos boletos impresos
en casa llevándose mil soles en un par de minutos.
Se
sacó el rosario, el hábito de monja y siendo cargada por strippers se adentró
en una habitación oscura en donde disfrutó del sexo el tiempo que duró el
concierto de los Guns N’ Roses.
Fin
Autor:
Diego Vildoso.
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