- Me hubiera gustado que tuviéramos un final muy diferente al presente, le hablé convencido de poder cambiar el rumbo si cerráramos los ojos.
Ella estiró una sonrisa incómoda.
¿Por qué? Salió una duda.
Yo la seguía mirando encajando en mi mente los
recuerdos acerca de su rostro.
¿Por qué? Repitió seriamente.
Sonreí estúpidamente.
Dime, ¿Por qué? Insistió ante mi ingenuo asombro.
Me sentía un novato enamorado de un ayer contemplándola
vigoroso por tener un contacto más allá de la mirada con la mujer en frente.
Quiero saber, ¿Por qué? Le añadió una intensidad.
¿Por qué, qué? La pregunta fue lerda.
¿Por qué siempre haces lo mismo? Abrió las manos para
darle un gráfico a su cuestión.
Desapareces.
Apareces.
Quieres, o intentas, cambiar el rumbo de mi vida con
tu sola presencia.
Pretendes hacerme creer, sutilmente, que eres un
hombre distinto cuando yo sé perfectamente que no es así.
La vi idiotizado, siempre sonriente, actuando
asombrado y pecaminosamente ingenuo para con su habladuría.
¿Sabes?
Se llevó la mano al rostro trazando el cabello.
Fue una mala idea venir aquí.
Es mi culpa.
No sé porque siempre termino volviendo contigo.
Yo seguía sonriendo como si tuviera atorada la
sonrisa.
Ella, rendida, tras un gesto y un respiro, también sonrió.
Pero no fue por alegría, sino por una especie de resignación.
Cruzó los brazos y enseguida de recostó sobre el
espaldar de la silla.
Y, entonces, ¿Por qué?
Abrió de nuevo su gran duda.
Amanda, yo te amo.
No, no me vengas con ese mismo relato.
Quiero algo distinto, señor distinto.
Chaqueta negra. Remera blanca. El mismo peinado de
hace años y esa estrecha y desfachatada sonrisa que tanto odio. ¿Acaso no
puedes ser otro? Me da coraje el solo hecho de pensar que estoy aquí por culpa mía
como si algo en el interior me convenciera para volver.
Maldijo.
Y otra vez se removió los cabellos; aunque ahora
miraba hacia un lado dejándome visualizar su perfil como para una fotografía.
Amanda…
Estiré las manos por sobre la mesa tocando tibiamente
su antebrazo.
¿Puedo empezar diciendo que lo siento?
De los ojos le cayeron dos gotas resbalosas que no se atrevió
a ocultar.
Eres cruel, ¿lo sabes?
Conoces mi vida. Sabes que estoy en crisis. Que asisto
a terapia y me siento sola. Sabes que este lugar es mi favorito. Este maldito
sitio me encanta. Y yo tan… tontamente anclada a ti, no puedo escapar.
Me vio a la cara. Se veía maltrecha. Llorosa. Dolida. Frustrada.
No, Franco, no puedes decir que lo sientes, porque no
es lo que verdaderamente sientes. Es una mentira para venir aquí. Es un gancho
para rodearme de ti. De tu encanto. De esa postura segura. De tus ojos. De tu
mirada. De tu perfume. E incluso de tu léxico.
Amanda, escúchame, verdaderamente, lo siento.
Lo he repetido una, dos o tres veces; pero de corazón,
lo afirmo –me puse la mano al pecho melodramáticamente- estoy arrepentido.
¿Crees que cogerte al sindicato de mujeres se disuelve
con una disculpa?
Yo te creí una vez. Y lo volviste a hacer. Es una quimera
creer en ti.
No puedo. Y no quiero, habló en voz elevada.
Amanda…
Dime, ¿Por qué tienes esa fantasía de querer volver a
llamarme para citarme y decirme este porcelanato de cosas?, ¿es que acaso eres
una especie de sociópata? Aparte de egoísta, ególatra y patán.
Su miraba indicó rabia.
Hubo fuego en su iris.
Franco, yo ya no soy la misma débil mujer. Estoy llorando,
sí. Lloro porque estoy furiosa, jodidamente molesta, contigo y conmigo; pero,
¿sabes? Tú desconoces algo. Quizá, crees que volveremos a revolcarnos en la
cama como las últimas veces; pero te equivocas.
¡Esta vez soy yo quien no regresa!
Vete a la mierda, Franco.
Se levantó imperiosa, cogió la cartera y se apalancó
hacia la puerta mostrando una, curiosamente, muy reluciente sonrisa.
No pude detenerla.
Y al salir ya no estaba.
Subió a un taxi y se marchó.
Nunca antes había huido.
Jamás volví a verla.
Un corazón roto solo es capaz de curarse siendo tan valiente
como para decir adiós.
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