El
buzo del colegio era parte de mi piel, solía llevarlo casi todos los días por
causa de mi afanada devoción al deporte rey, el cual practicaba cada recreo
como un ritual de fe, razón por la cual, tenía short y playera en lugar del
uniforme ordinario, lo que en realidad favorecía del sol de quien intentaba
esconderme. Sin embargo, aquella tarde en particular, al astro le dio por ser
potente sin misericordia y yo sin el permiso de nadie debido a que solo
andábamos dos en la habitación resolví quitarme el polo antes de humedecerlo
por completo víctima del ponderado sudor siguiendo el régimen intenso de la etapa final de Mario Bros.
—Deberíamos ir a Santa
Isabel a comprar un ventilador. Caminamos hasta Bolichera y llegamos en cuestión
de minutos— le dije con la mano hondeando a la altura del pecho.
—No tiene sentido, el calor
es esplendoroso— comentó con una sonrisa brillosa en un giro de cuello que
también reflejó la luz de sus ojos azules.
Sonreí causa de su encanto y
su simpatía.
—En realidad, hace mucho
calor, presiento que estamos en el infierno— compartí un chiste.
—El infierno es demasiado
dulce, ¿no crees? — dijo en otra sonrisa.
— ¿Me puedo dar una ducha? —
le pedí al instante.
— ¿Y quién va a vencer al
monstruo Koopa? — refutó abriendo los brazos.
—Tú hazte cargo, ya lo has
logrado en otras ocasiones— le di entusiasmo.
—Sí; pero me gusta verte
jugar— lo sentí como un piropo.
Compartimos una sonrisa, le
entregué el mando tras una pausa y procedí a vestirme frente a su presencia.
Recuerdo que no me quitaba la mirada, algo que andaba lejos de intimidarme,
porque sonreía y yo imitaba, reía en sentido distendido y procedía a jugar
perdiendo en la primera oportunidad.
—Ya pues, ¿Cómo puedes
perder de esa forma tan sencilla? Le reclamé deslizando el pantalón por los
pies.
— ¿Acaso crees que me puedo
concentrar contigo siendo Demi Moore? — dijo en una broma acertada.
— ¿Crees que tu vieja me
vea? — Le dije sigiloso.
—Se han ido al Country,
vienen mañana por la tarde, te lo dije en clase de Historia— hizo una mención
ocurrente.
—Estaba concentrado en lo
que hablaba Gallozo que no te presté atención— le dije con una sonrisa.
—Tu profesor favorito y tu
clase favorita, imposible competir contra ambos— comentó haciendo muecas
graciosas con la cara.
—Nadie puede competir con
nuestras tardes de videojuegos— le dije para que no lo sienta como ofensa. Me regaló
una sonrisa y en un revés de manos aseguró: Ve con cuidado que Carla está en
celo y no querrás que te confunda con Osvaldo, el perro de la vecina, quien,
apropósito, la última vez que la vi, ¿sabes que dijo?
— ¿Qué dijo? — Quise saber
detenido en el umbral de la puerta en bóxer.
—No te lo voy a decir porque
luego querrás buscarla— dijo en un acto de celos bastante exagerado.
—Siempre me ha parecido
simpaticona la morena del doscientos cuarenta— le dije con una pícara sonrisa.
—Es guapa, no lo dudo; pero
con tu colección de muchachas desde que entramos a secundaria, me sorprendería
que no quieras asomarte— dio en el clavo.
—Klaus, ¿lo recuerdas? — le
dije en un pasaje al pasado.
Hizo un gesto de andar con
el pensamiento.
— ¿De 5C, verdad? — acertó.
—Sí, fue mi amigo hasta que
lo expulsaron— le dije en una risa que no compartió.
—Era un cuero, eh. Alto,
cabello ondulado, quijada dura, pepón; pero pésimo jugador—oí la descripción.
—Jugaba malísimo; pero las
chicas iban a verlo— le dije haciéndome el desentendido.
—No sé cómo no lo comprendes—
escuché un sonido pedorro que realizó con la boca.
—Bueno, el punto es que en
un par de oportunidades me dio algunos consejos, entre los cuales, rescato el
siguiente: Coge todo lo que puedas antes de casarte.
La carcajada que se mandó
pudo tumbar la casa si no se hubiera detenido para reflexionar con la mano en
el mentón, un momento, puede que Klaus, sea un filósofo, aseguró con serenidad.
Es decir; una vez casado, solo vas a tener a una persona por el resto de tu
vida, ¿Por qué no antes te diviertes un poco con su respectiva diversidad?
Acuñó la pregunta retórica en una pícara sonrisa.
—Lo de diversidad lo tienes
bien en claro— le dije directamente.
Volvimos a sonreír.
— ¿Ah, solo yo? — escuché
una duda media irónica.
—Hay quienes prefieren
mantenerlo en secreto— respondí para su asombro con la mano cubriendo su boca.
—Voy a la ducha antes que
Carla camine por los pasillos— le dije abriendo el pomo para salir.
— ¿Vas a dejarme imaginar? —
Oí su frase.
—Es lo que siempre realizas—
respondí ante su risa.
—Eres cruel, querido— arremetió
con una carcajada que me siguió hasta la ducha.
Al salir, el ambiente se
sintió menos caluroso, descalzo; aunque en ropa interior, volví a la habitación
encontrando la puerta abierta. Ingresé sigiloso contemplando una escena de
ensueño. Carla en los abrazos de la persona que más adora en el planeta, y el
juego finalizado en pausa para que juntos viéramos la historia de Mario y su
princesa como en tantas otras ocasiones.
—Hola buenmozo, ¿fresco y
resoluto? — escuché su agradable comentario.
—Me siento de maravilla— le
dije salpicándole gotas provenientes del cabello en un acto divertido.
—Lluvia, Carla. Está
lloviendo en el cuarto— dijo con aires de euforia. Volví a colocarme el buzo
del colegio mientras que ambos jugueteaban regalándose besos y lenguazos.
— ¿Has pensado alguna vez en
tatuarte? — hizo una pregunta observando mi abdomen.
—Tal vez a la salida del
colegio, ¿y tú? — le devolví la pregunta.
—Pienso lo mismo. Porque si
lo realizo ahora, mi vieja es capaz de lanzarme a la calle con maletas y boleto
a España— dijo en una risa.
— ¿Eso no sería conveniente?
— le dije mediamente irónico.
—Todavía no es definitivo;
pero las leyes están en proceso de aprobación— comentó con serenidad.
Asentí ligeramente.
—Aunque… si bien recuerdo,
el profesor Gallozo comentó que en Dinamarca ya está arreglado hace unos años—
le di una opinión.
— ¿Quién quiere vivir en
Dinamarca? Debe ser muy aburrido. Yo sueño con estar en Buenos Aires siendo
libre y feliz tomando birras y bailando tango; y de pasada, observar los
partidos en la Bombonera. Tal vez, seas tú quien allí juegue— enfatizó en una
curiosa mistura de emociones.
—Ese es mi sueño. Uno grande
y complicado; pero espero lograrlo— le aseguré al borde de una súplica al
cielo.
—Carla, ¿crees que nuestro
querido amigo llegue a cumplir su anhelo? — le habló a la mascota y emuló su voz
en un cariñoso acierto.
Me acomodé al lado sobre el
mismo mueble azulejo motivado por los augurios recibidos.
—Y, entonces, ¿Qué hacemos? —
le dije en primera instancia. Tengo entrenamiento a las cinco en el colegio, el
profesor Martínez me quiere de titular, así que tendré que estar puntual, añadí
con la idea de que pueda acompañarme.
— ¿Antes piensas ir a tu
casa? — Preguntó acariciando a la perrita en celo.
—Es lo que estoy pensando.
Aquí tengo mis útiles de deporte, y allá tengo el almuerzo, a menos que pidamos
algo de comer, ¿te parece? — propuse y le di clic al Star del mando para que la
historia del juego siguiera su rumbo.
—Me hostigaron las
hamburguesas y la pizza, ¿Qué te parece si intentamos preparar algo? — dijo en
una elevación de cejas bastante simpática.
—Además, cuando me mude,
tendré que cocinarme— añadió con una sonrisa sin mostrar su pulcra dentadura.
—Pasarán años para que eso
ocurra— le dije distendido. Tan solo tenemos dieciséis, no debemos preocuparnos
tanto en lo que pueda ocurrir, compartí un repentino ideal. Yo en lo único que
pienso es en el entrenamiento de unas horas y seguir en constante buen
desempeño, acoté seguro.
— ¿Acaso no piensas en mi
culona vecina? — comentó sugerente ante mi inevitable risa.
—Bueno, en ella pienso en
las noches— le dije para que riera.
—Te aseguro que ella también—
arremetió para incrementar la risa.
Dejó que Carla zafara de sus
brazos debido a que por los sonidos de la carcajada se sintió espantada.
—Tienes una pegajosa risa, y
una muy linda sonrisa— me dijo algo sugerente por la mirada azul de sus ojos y
la claridad como suavidad de sus palabras y gestos tan cercanos a mí intentando
recoger en primera instancia mi muslo y al instante el mentón sin promover
ninguna contraposición por su apariencia sublime sacada de un anime y su
elocuencia perseverante por querer coquetearme. No dimití dejándome llevar por
su romántico performance que terminó en un sutil encuentro de labios.
—Desde que sales con Miranda
no me has dejado besarte, ¿Por qué de pronto fluye tan mágicamente? — preguntó
al despegarnos.
—Por la diversidad— respondí
corto. Oí su risa. Te sugiero que dejes de seguir los consejos de Klaus. Él
puede ser muy guapo; pero su cerebro no lo favorece. Un día va a tener una
pareja estable, equilibrada y amorosa que va a engañar por un golpe inesperado
en un bar o una discoteca. Miranda es buena, no la dañes— aconsejó
solemnemente.
—Miranda solo tiene quince
años, ¿Qué daño voy a hacerle? — repuse casi en broma.
—Las mujeres se enamoran a
esa edad pensando que la relación va a durar la vida entera, no le quites esa
ilusión, te lo digo de corazón— me lo hizo saber con seriedad.
Es más, deberías de decirle
que te acompañe al entrenamiento de hoy, añadió en un gesto de mandíbula hacia
abajo. Debe estar esperándote en el Messenger, acuñó con una ligera sonrisa.
— ¿Y qué le digo a tu vecina
cuando salga de aquí con los pelos mojados y la sonrisa en alto? — le dije
pensando todavía en una broma.
—Dile lo que Klaus nunca le
dijo a Lorena: Disculpa, tengo novia y la amo— aconsejó duramente.
—Pero… no la amo. Recién
tenemos tres meses de relación— le dije con una risa.
—Vas a amarla
inevitablemente— auguró.
Pensé en los atributos no
físicos de Miranda. Su bondad para con los compañeros que olvidan los
lapiceros, las veces en las que al inicio me pasaba las respuestas del examen y
su inexorable forma de jugar al vóley.
—Tiene más encanto del que
pienso— le dije reflexivo.
— ¿Ves? Klaus puede haber
sido el tipo más pepa del colegio; pero cuando engañó a Lorena y lo supieron
todos se volvió el más imbécil— dio su dictamen severo.
—Y para colmo, lo expulsan—
añadió en una risa malévola.
—Creí que se trataba de un
hombre ejemplar para ti— le dije en referencia a su anterior concepto.
—Los prefiero con cerebro—
englobó su sentir.
—Comprendo— le dije
despacio.
—Eres mi mejor amigo, por
eso te aconsejo de esta manera— se confesó como tantas otras veces.
—No cabe duda que tu también
lo eres— le dije con la misma honestidad. Me dio una mirada cristalina con sus
divinos ojos azules y estiró una sonrisa preciosa en señal de encantamiento.
—Te adoro— me dijo después.
Le sonreí.
—Eres más que un hermano,
Oliver— le dije abriendo los brazos para que pudiera caber en un abrazo.
—Dudo que a tus hermanos los
beses— dijo un chiste bien realizado.
Empezamos a reír.
—Soy hijo único— le aseguré
ante su delicado movimiento de quijada para abajo.
—Y, entonces, ¿a qué hora es
el entrenamiento? — quiso saber cómo si lo hubiera olvidado.
—En una hora. Creo que voy
avanzando porque siempre llegar antes es mejor debido a que a los tardones no
los ponen de titular. Al profesor le gusta el respeto y lo puntual— le dije
sereno.
— ¿Vas a avisarle a Miranda
o quieres que yo le diga? — dijo abriendo los brazos.
—No lo sé, brother. Creo que
mejor la veo mañana en el colegio— le dije distendido.
Oliver me dio una mirada
dudosa con los ojos casi cerrados.
— ¿Qué tienes pensado? — me
dijo con el índice directo a mí.
—Nada— le dije en una
sonrisa.
—Conozco la picardía en esa
sonrisa— atacó ligeramente.
—Solo quiero concentrarme en
el juego. Con ella no podría suceder como imagino— le di una breve explicación.
La asumió como una realidad.
Una vez enlistado nos
despedimos con un apretón de manos acordando encontrarnos mañana en el salón de
clase. Al momento en que salí de su casa fue casualidad –de repente,
voluntaria- que la vecina estuviera mirando el parque por su ventana. Le di una
mirada veloz observando la silueta de su perfil, el cabello oscuro, la piel
canela, las pulseras en la mano y aquel ancho polo con estampado de banda
musical como si tuviera una tarde relajante en casa.
—Hola— le dije agitando la
mano en saludo.
—Hola, ¿nuevo aquí? — dijo
haciéndose la confundida.
—Suelo venir a visitar a
Oliver, somos compañeros en la escuela, ¿y tú, qué tal? — le dije parado en la
acera frente a su casa.
—Aquí, aburrida— dijo con un
gesto de puchero. ¿Conoces el vecindario? Añadió y rápidamente se respondió,
¿te gustaría dar una vuelta? Así podría presentártelo.
No lo pensé, de inmediato,
accedí.
—Claro, me gustaría— le dije
sonriente. Ella me devolvió la sonrisa e hizo un gesto con su mano abierta en
señal de espera. No me quedé en el mismo lugar, caminé un par de pasos y apoyé
la espalda en un árbol.
La mujer no era tan alta
como suponía su cuerpo desde la ventana, lucía un short jeans ajustado y
pequeño, el mismo polo blanco con logo en el centro, los cabellos sueltos y la
sonrisa amplia. Me dio un saludo en beso presentándose y yo le respondí con mi
nombre. Continuamos sonriéndonos frente a frente como si la química solo
hiciera su trabajo hasta que resolvió apuntar a la esquina mencionando que
había una tienda con conos de helado bastante sabrosos. La seguí sin dudar y en
el camino continuamos conversando primero de Oliver y cómo nos conocemos,
después de las escuelas adónde asistimos y finalmente acerca de nuestras
aficiones.
Fui allí cuando recordé que
debía de asistir de nuevo al colegio para el entrenamiento, para entonces
faltaban quince minutos, y era posible que me hallara a media hora del sitio
–calculando la distancia en caminata- pero la idea de abordar un taxi me
producía la satisfacción de quedarme a culminar el helado.
Ella pidió de lúcuma con
fresa y yo traté de seguir el protocolo de nunca probar nuevos sabores atinando
a degustar un mango con chocolate bastante exquisito. Recuerdo que sugirió que
nos acomodáramos en una banqueta frente al mismo parque donde se ubica la casa
de mi amigo solo que aquella se encontraba en la esquina casi ajustando a la
calle continua. Nos sentamos a continuar charlando acerca de cursos de escuela,
futuros hechos que queremos o debemos realizar dejándome compartir una
singularidad de su paso por el futuro, el cual era su anhelo por querer ser
bombera, algo que atrajo mi atención, porque, ¿Quién quiere ser bombero cuando
sabemos que no tienes beneficios económicos? Pero lo siguiente que ofreció como
dictamen a su propuesta era que lo deseaba solo durante un par de años, es
decir; quería cumplir una promesa que le propinó a su abuelo antes de su
muerte, quien, según un hilo a su comentario, fue bombero de Surco durante
muchos años.
Siempre he creído que las
personas suelen estar muy ligadas a sus antepasados, sobre todo cuando se trata
de profesiones y pasiones; sin embargo, a mí no me ocurría. Mi padre era
veterinario y mi mamá modista, y yo, para entonces, quería dedicarme al juego
de la pelota. No obstante, la vecina, quería practicar el salvar vidas o
recoger gatitos de los árboles durante uno o dos años solo por darle ese gusto
al abuelo, quien, era muy probable se encontrara en un sitio donde no se diera
cuenta de nada de lo que ocurre. No quise entrar en ese detalle, manifesté una
devoción admirable a su proceder; pero no compartí mi propio deseo post
escuela, debido a que siempre he sido reservado para con mis sueños, solo le
dije que me gustaría seguir disfrutando de buenas historias, ella tomó el
comentario de una manera interesante, pues, respondió, ¿Qué mejor que tener
recuerdos para llegar a ancianos, no? porque hay personas que no tienen nada
que contar. Entendí regularmente su pensar, y vi cómo se asomaba para lo que
pudo ser y no fue porque el reloj abrumaba. Yo quería ir al entrenamiento y
sabía que podría frecuentar a la vecina en otras ocasiones. Así que le pedí el
Messenger, lo apunté en un cuaderno, y acordamos en comunicarnos por allí para
otras salidas. No pude acompañarla a su casa; pero ella sí a que abordara un
taxi, previa explicación breve a mí siguiente accionar.
No iba a mentir, realmente
iba a jugar, y me agradó que lo comprendiera. Siempre ha sido un punto a favor
que las personas entiendan lo que me gusta.
Durante el partido del
entrenamiento me pusieron de titular, el profesor me había visto jugar en los
campeonatos de invierno y el recreo demostrando talento y eficacia a la hora de
anotar. Conseguí meter un gol de media cancha debido a que siempre ha sido un
poderío mortal mi tiro de larga distancia y di dos acertados servicios para que
mi compañero solo la empujara. El equipo titular venció con un marcador de 3 –
0 manifestando lo que el entrenador dictaba previo al campeonato de inter
escuelas.
Al culminar el partido me
percaté de la presencia de Miranda observando en las gradas con una absoluta
emoción en el rostro y las manos en palma, supuse que habría sido parte del
cotejo entero o tal vez haya llegado recién. Nos saludamos en un abrazo efusivo
tras acabar la charla técnica para enseguida dirigirnos a una de las escaleras
para platicar un rato.
—Tenía muchas ganas de
verte; pero el autobús tardó demasiado en traerme hasta aquí— la oí apenada.
Iba a avisarte; pero se me
hizo tarde, pensé en decirle.
—Oliver me escribió un
mensaje de texto diciendo que estarías en el colegio entrenando; yo estaba
avanzando la tarea de Aritmética cuando lo leí. Recogí mis cosas y vine para
acá. Mi ma’ no estaba en casa, por eso tuve que venir en bus. Demoré demasiado;
pero aquí estoy— me contó en una mistura de gestos y emociones acabadas en una
sonrisa.
—Me alegra que vinieras, mi
cielo. Espero te hayan gustado los goles— le dije en
otra sonrisa.
—Solo vi uno, ¿hubo más?—
respondió tímidamente.
—Fue uno que vale por cien—
le dije eufórico. Ella empezó a reír y la callé en un beso como en varias otras
ocasiones durante los recesos de clase.
—Ojalá pudiera quedarme más
tiempo, iríamos a ese sitio donde tanto nos gusta estar— hizo una sugerente
mención con su mano rozando mi pecho.
— ¿Cuánto tiempo tienes? —
dije con la mano acariciando suavemente uno de sus senos. Realizó una mueca de
insatisfacción y respondió: Casi una hora. Lo que pasa es que debo de acabar
Aritmética, es para mañana y el profesor Julián es estricto.
— ¿Julián? Ese es un tonto.
Cree que estamos en el ejército. Por eso, a veces Oliver y yo tardamos en hacer
los trabajos, mucha presión nos hace doler la cabeza— le dije en una risa que
no imitó.
—Pero amor, ¿Cómo es que
puedes tener tiempo para ir casa y volver a la escuela y no para resolver unos
simples ejercicios? — me dijo tiernamente.
—No solo vengo a jugar
pelota, también a estar contigo, preciosa— le dije acercándome para darle otro
beso.
O, dije después del beso,
¿quieres que me vaya para practicar matemática? Le dije algo molesto.
—No, amor, nada más
preguntaba— dijo inocente.
—Ah, creí que querías que me
fuera— le dije haciéndome el fastidiado.
—En lo absoluto. Me gusta
estar contigo. Es más, te extraño cuando terminamos la clase— dijo dejándose
caer en mi regazo.
La abracé despacio.
—Yo también adoro estar
contigo— le dije durante el abrazo. Entiendo que te gusten los números, añadí
enseguida. Ojalá tuviera esa capacidad.
—La tienes, amor— dijo en un
salto.
—Claro que no, ese idiota de
Julián me va a desaprobar, y no voy a poder venir a entrenar— dije apenado.
— ¡Claro que no, amor!
Escucha, si gustas podemos volver a hacer lo mismo de la otra vez durante el
examen. Yo te paso las respuestas en señas y aciertas hasta lograr un once—
dijo emocionada.
—Lo importante es aprobar,
así que con un once o diez punto cinco, me conformo— atiné seguro.
Miranda apretó el abrazo.
—Te quiero, mi amor. El
lunes cumplimos tres meses, ¿no es fascinante? Tres meses llenos de amor— dijo
efusiva. Sus cabellos castaños olían a lavanda, le acariciaba las mejillas
dóciles y pensaba en los posibles regalos y las opciones de salida para tal
día.
—Podríamos al cine— le dije
en una idea.
—Amo el cine. Veamos Matrix,
dicen que es alucinante— comentó con emoción. No dudé en acceder a su grandiosa
idea.
Al cabo de unos minutos,
cuando los besos y las caricias ocultos en la escalera empezaban a ponerse
candentes en ausencia de las palabras, sonó su celular, de los primeros que
habían salido al mercado, era tan grande que podía presionar el botón usando la
palma de su mano.
—Es mi mamá— dijo
preocupada. ¿Qué le digo? Añadió en la misma sintonía.
—Pues… dile que andas en el
colegio. Que viniste para entrar a la biblioteca, y ya estás de regreso— se me
ocurrió la mentira.
—Buena idea— dijo asombrada
de mi ingenio.
Me hice a un lado para que
respondiera.
—Ma… estoy en el colegio,
vine por un libro de Álgebra, ya estoy regresando— decía en voz casi baja. Yo
me hice el desentendido para que tuviera su espacio.
—Y, ¿todo bien? — le dije al
otro momento.
—Va a venir a recogerme—
dijo apenada.
—Bueno, al menos nos quedan
unos minutos— le dije entusiasta para que cambiara sus ánimos bajos.
—Ven para besarte antes que
suene el claxon o el celular de nuevo— aseguró en una sonrisa y yo me ofrecí
ante sus labios a pesar que la calentura no tuviera su correlación idónea por
los hechos impuestos. Sin embargo, durante el beso, pensaba en que era posible
que llegando a casa me escondiera en el baño recordando la última vez que
estuvimos juntos sobre una cama.
Lo olvidé al conectarme en
Messenger y escribir el correo de la vecina, quien velozmente apareció en
escena.
—Hola— le dije en un
emoticón de sonrisa.
—Te reconocí por la foto—
dijo de frente. Eres más lindo en persona, arremetió segura.
—Pienso lo mismo de ti, eres
bastante atractiva. Lástima que nos hayamos quedado corto durante la tarde—
arremetí insensato.
—Tenías partido, o ¿ibas a
ver a la novia? — leí su duda con emoticonos en señal de asombro y silencio.
Maldije para mis adentros.
—Oliver me dijo que salías
con alguien bastante especial— añadió después ante mi ausencia.
¿Por qué Oliver diría algo
así? Supuse fastidiado.
—En ese caso, tal vez,
podemos ser solo amigos— acotó. Yo me mantuve vigilante a la pantalla.
—Bueno, parece que Oliver no
está enterado de mi vida, yo estoy soltero y sin compromiso— le dije en un
emoticón de guiño.
— ¿Acaso Oliver no es tu
mejor amigo? — hizo una puntual mención.
Estoy jodido, pensé.
—Sí; pero no siempre le
cuentas todo a tu mejor amigo— quise zafar de su intriga.
—En ese caso, ¿Cuándo
salimos? Realmente me quedé con ganas de probar, digo, saber más de ti— comentó
sugerente en emoticonos de beso.
—Fin de semana, ¿Qué dices?
Que también me gustaría probar, digo, saber más de ti— contesté acorde a sus
intenciones.
Mientras planeábamos la cita
para mañana por la tarde pude notar la presencia de Oliver en el Messenger.
Acababa de aparecer su nombre resguardado de emoticonos entre beso, corazón y
estrella borrándose en un santiamén. Por eso, cuando la vecina dejó de
escribir, me dirigí a mi amigo.
—Oye, ¿Por qué le dijiste a
tu vecina que tengo flaca? No la malogres pues— le recriminé.
—Hola bro, ¿todo bien? —
dijo sereno.
—No, nada anda bien porque le
has dicho a tu vecina que estoy con novia— le reclamé en emoticonos de furioso.
— ¿Acaso no es verdad? —
dijo prudente.
Pensé en Miranda, sus besos,
los planes y los brazos.
—Sí; pero… o sea, quiero
hacerla con tu amiga— le dije buscando justificación.
— ¿No has entendido lo de
Klaus? — me dijo en modo consejero.
—Una mujer como Miranda es
difícil de hallar— añadió después en un corazón.
No sé porque solía pensar
que la vida era larga.
—Solo quiero divertirme,
¿acaso tú no lo haces? — le dije en una cara alegre.
—Lo hacemos todos,
incluyendo a la vecina— me dijo claro y directo.
Empecé a comprender.
—Ella solo quiere darte un
par de besos y luego ser uno más en su registro; pero Miranda busca en ti algo
distinto. Por ejemplo, prender el camino más largo— meditó en la pantalla.
Un zumbido me alejó.
—Y, entonces, ¿vienes a mi
casa? Mis padres saldrán todo el día— leí a la vecina.
Sabía que era muy probable
que pasara lo que hoy no tuve con mi novia, y por la calentura contenida,
respondí: A las cuatro estoy allí.
Le seguí el testimonio a
Oliver aseverándole razón en todos sus argumentos para que se sintiera menos
atacado y más amigo consejero.
Al día siguiente por la
tarde, ignoré los mensajes de Oliver desde el Messenger preguntándome acerca de
mi rutina, él había faltado al colegio por motivos familiares, según el
profesor; pero por causa de una enorme pereza, me lo confesó, y quería saber
los pormenores del día a pesar que no hayan sido tan suculentos, salvo una
pelea en el recreo entre dos tontos que no saben perder.
No le dije acerca de mi
encuentro con su vecina, y tampoco sobre una discusión que tuve con Miranda,
sentía como traición que le haya contado a su amiga acerca de mi romance sin
preguntarme sobre un proceder debido a que yo en varias otras oportunidades le
había preguntado sobre qué hacer o qué decir ante una presunta noticia. Además,
para la salida del colegio, el almuerzo en casa y el inevitable encuentro, yo
ya andaba pensando con el pene y olvidaba razonar que discutí con Miranda por
culpa mía y que en el partido del recreo fui yo parte del mismo pleito. Llegué
a pensar que la candela de adentro me empezaba a poner picante, y no era culpa
de Miranda y su corto tiempo libre, y tampoco de los peloteros y sus piernas
chuecas, sino meramente un asunto mío que no sabía cómo tranquilizar hasta que
hallé la ocasión.
Había sido infiel en otros
escenarios. Engañé a Marta, Karen y Verónica con personas a quienes conocí por
los campeonatos entre colegios e intercambiamos correos o frecuenté en mi incursión
en las salas de chat donde conocí a un montón de personas y con quienes solía
tener encuentros algunos románticos y otros sexuales, la internet me había
abierto un sinfín de puertas que no podía cerrar y la infidelidad se volvió en
una rutina hasta que conocí a Miranda; y, aunque tuvimos poco rato unidos,
sabía –y no lo entendía- que era una persona especial como distinta a las
demás; pero en entonces tal idea no cuajaba en mi cabeza porque llegábamos dos
semanas sin acostarnos. Algo que el miembro usó para dominar a los sentidos y
actuar de forma desmedida.
Bro, acabo de ver a mi
vecina arreglándose para una fiesta a la que estoy seguro no irá sola, dime la
verdad, ¿vas a cometer esta locura? Leí su Messenger sin emoticonos.
Loco, ¿Qué te pasa?, ¿estás
celoso, o qué? Le dije en un acto de fastidio.
No seas idiota, nunca será
contigo; lo digo por Miranda, imbécil, me respondió duro y crudo.
Pero… ¿Qué pasa con ella? No
se va a enterar si no le cuentas, le dije con un emoticón de dedo apuntando.
No puedo no decirle, dije en
advertencia.
Oliver, eres mi amigo, debes
de proteger mis intereses, le dije con un corazón. Quería manipularlo.
¡Maldita sea! Te voy a
contar… dijo ante mi asombro.
Le envié un emoticón de
sorpresa.
Lo que pasa es que…
Me gusta Miranda y no quiero
que le hagas daño, dijo sin emoticonos.
¿Qué? Escribí y añadí varias
risas.
Tú eres gay, ella no te
puede gustar, le dije tras la carcajada.
¡No soy gay! Soy bisexual, y
sí, me gusta, por eso, no quiero que la lastimes, me dijo sin emoticonos para
hacer seria la charla.
Escúchame, brother, no te
creo nada, absolutamente nada, le dije directamente.
Escribió una grosería.
Ok, soy gay y no me gusta
Miranda. Es linda, muy linda; pero no me apetecen mujeres, lo que pasa es algo
distinto, fue diciendo de manera desesperada.
¿Qué pasa?, ¿Qué me ocultas?
Le dije interesado en su tema.
Te llamo, dijo para evitar
escribir.
Recibí su llamada al
instante.
— ¿Qué te pasa, hermano? —
le dije con gestos durante la video llamada.
—No entiendes lo que pasa—
aseguró abriendo las manos en calma.
— ¿Qué es lo que ocurre? —
inevitablemente quise saber.
—Esto es una mierda; pero al
carajo, ahí voy: Miranda no es mujer, en realidad es hombre— dijo tan serio que
quise reírme en su cara.
—Escúchame, Oliver, estoy en
el maldito quinto de secundaria, solo quiero cogerme a un par de chicas y ya,
¿Cuál es el problema? Sí, entiendo, tengo una relación con alguien; pero, no se
va a enterar nunca de lo que pase si es que mi mejor amigo no se lo cuenta— le
dije cizañero.
—Eres como mi hermano, por
eso, te digo la verdad, no te enredes en romances que no llevan a ninguna
parte, te comento estos profundos argumentos porque Miranda es una persona
sensible y puede salir dañada— me dijo alucinándose un sabio del Tíbet.
—Conozco a Miranda, es dulce
y tierna, amorosa y alegre; pero a veces no podemos ir al mismo ritmo. Ella
debe permisos, busca espacios y no sale mucho, en cambio, tengo mis libertades,
hasta para experimentar— le dije en una bocanada de risa.
—Entiendo, claro que
entiendo todo lo que mencionas, eres un pibe que quiere cogerse al mundo
mientras puede; pero relájate, a veces hay que tener calma y conciencia, ¿vale?
— dijo creyéndose un sacerdote.
Le hice un gesto de dedo
medio elevado.
—He visto a Miranda entrando
al departamento de psicología, parece que sufre de depresión o algo así, no
estoy seguro; el punto es que su madre salió acongojada cuando ingresó. Creo
que tiene problemas con su viejo, de repente están en planes de divorcio o no
se ven, no lo sé; solo sé que debes no ir demasiado intenso con ella, ve suave,
ve tranquilo, no la cagues, porque hay daños que no se van fácilmente— dijo
punzante y seguro que me hizo pensar.
— ¿Qué? Oye, Miranda no está
loca— le dije en primera instancia.
—No seas tarado, no tienes
que estar mal del cerebro para ir al psicólogo, simplemente tiene problemas en
casa, y tu desfachatez no la hará sentir peor, ¿comprendes lo que digo? — dijo
alzando la voz.
— ¿Cómo va a saberlo si no
se lo dices? — le dije claro y directo.
—Yo no se lo diré; ¿y la
vecina, que?, ¿Y algún otro chismoso? En el colegio todo se murmura. La gente
habla a tus espaldas. Todos saben que estuviste en Adriana, Camila, Gladis y
Claudia; pero nadie te lo dice a la cara. La gente lo sabe. Simplemente lo
sabe. Y Miranda lo sabrá porque a veces eres tan obvio que te escabulles de
clase para verte con las otras chicas. A veces eres tan arrogante como Klaus—
sentí como acuso su argumento.
—Bueno, todo esto me corta
la calentura. Al carajo, no voy a ir. ¿Feliz? No voy a romperle el corazón a
nadie más, me dedicaré a tener una vida sana, ¿te parece, hermano? — le dije
entre distendido y desgastado.
—Puedes hacer las
estupideces que quieras, solo no con personas como Miranda, entiende eso— dijo
puntual.
—Bien, ya entendí, voy a
escribirle para cancelar— le dije abriendo las manos como en un asalto.
Oliver me dio una sonrisa.
Y tampoco vamos a estar
experimentando juntos, añadió en una risa.
No, definitivamente, no, le
dije en una aclaración.
Miranda es una buena
persona, tiene un gran corazón, dijo algo que sentí real.
Sí, le dije suavizado.
En fin, te dejo, debo sacar
a pasear a Carlita, comentó y se desconectó. En ese mismo instante, la vecina,
me envió una imagen que tardaba mucho en descargar. Era ella en un atuendo
bastante provocativo con la leyenda que dictaba, ¿así estoy bien para ti?
Recuerdo que se trataba de una ropa interior oscura con una textura atrayente
que deseaba quitar con los dientes. Volví a sentirme excitado.
—Espero que todo eso sea mío—
le dije en un disparo.
Cambio de planes, acoté
rápidamente. ¿Qué te parece si nos vemos por la Bolichera? Se lo hice saber
conociendo que en sus alrededores habitan hoteles, aparte de económicos,
discretos.
Ella dudó lanzando un
emoticón en señal de pensar.
Yo andaba recontra caliente.
—Tus padres podrían llegar
en cualquier momento y no querrás que nos hallen en una conexión física— se lo
hice saber sin media tinta.
—Me gustas porque eres un
hombre que sabe lo que quiere— dijo en un corazón. Y yo que solo escribía por
la lujuria.
Dejé el Messenger abierto en
No disponible y al cabo de unos minutos salí en dirección al sitio acordado
para que la marcha libidinosa del cuerpo se encargara del resto. No pensaba, y
si lo hacía era con el pene; no meditaba sobre mis siguientes actos, y si por
ahí se colaba una idea moral, la borraba su anatomía desnuda sobre la cama. No
me acordé de Miranda, y si por ahí quería aparecer su entrada en tristeza por
mi culpa, quedaba nula con los senos de la vecina sobre mi cara. Y tampoco
aparecían las palabras solemnes de Oliver, y si por ahí querían derrumbar mi
erección, un oral la construía a cabalidad. Me divertí demasiado, tanto que
esas dos horas de tiempo rentado parecieron cuestión de minutos.
De pronto, la vecina empezó
a vestirse con suma rapidez, le dije que todavía no nos molestaba el
recepcionista; pero ella hizo caso omiso a mi comentario y continúo con lo
suyo.
— ¿Y si vamos por unos
helados? — propuse suavemente.
— ¿Qué? No puedo. Tengo que
ver a mi novio— me dijo de un golpazo.
— ¿Novio? — dije confuso.
—Sí, vive en Estados Unidos
desde hace un tiempo, creo que estudio en tu colegio— acogió un comentario que
me confundió.
— ¿Sabe que lo engañas? —
dijo con inocencia. Ella se echó a reír.
— ¿Sabe tu novia que la
engañas? — reformuló su pregunta.
Me mantuve en silencio.
Solo tenemos unos meses de
relación; aunque antes solíamos coger de rato en rato. Ya sabes, polvos van y
vienen, luego se mudó y mantuvimos contacto por el Messenger. Se llama Klaus,
¿lo conoces?
Seguí inmóvil.
—No, no lo conozco— le dije
siguiendo su ritmo para vestir.
—Bueno, ha sido un placer,
fue bueno mientras duró, hablaremos por el chat— dijo fríamente y se levantó de
la cama para abrir la puerta.
Sal después de unos minutos,
aseguró y fugó tras un guiño.
Me recosté sobre la cama con
el pantalón a medio poner, sin playera y despeinado, aparte de hundido en un
estado de completa confusión.
De repente, alguien tocó la
puerta. Pensé que se trataba de Miranda, maldije para mis adentros colocándome
el resto de la ropa con prontitud, y una vez oída la voz del recepcionista tuvo
algo de alivio. Mierda, estoy cometiendo las locuras que debo evitar, pensé y
salí del sitio a velocidad.
El lunes temprano fui a la
escuela con un regalo, una cadena que adquirí en el mercado, quería regalársela
a Miranda por su nuestro aniversario, algo que nunca me había importado porque
creía que eran meras formalidades; pero cuando la vi entrar se veía desolada y
ciertamente molesta, llevaba su pesaba mochila que quise ayudarla a cargar, el
cabello suelto y mojado, el uniforme pulcro y los zapatitos lustrados; pero la
cara desecha y triste, pensé rápidamente que se trataría de mi error, de la
burrada que cometí hace unos días, y sin querer, realicé la pregunta más
absurda de todas, ¿Todo bien, mi cielo? Ella elevó su cabeza hundida haciéndome
notar pena en sus ojos y me dio un abrazo afectuoso durante el cual oí las
siguientes palabras: Creo que mis padres se van a separar. Me sentí el más hijo
de puta de la vida entera por estar aliviado.
¿Por qué, preciosa? Hice la
pregunta más lunática del planeta.
¿Qué iba a decir? Me dije después.
No tenía idea de lo que podría comentar. A veces, simplemente, no la tienes a
esa edad.
Al abrazo en medio del
colegio vi a Oliver llegar con su ligera mochila y cara alegre que al verme mutó
como si lo supiera todo por causa de una fuente muy cercana. Me hizo un gesto
de cuello degollado y le devolví una señal de silencio para continuar
consolando a Miranda.