- ¿Te
gustaría que fuéramos enamorados? Sentí que había sido justa la elección de
palabras en el aire gélido de una tarde solitaria y penumbrosa de mayo. Ella,
frente a mí, tímidamente resguardando el cuerpo con prendas de lana y las manos
cogidas por las mías en un eficaz movimiento de conquista se sentían tibias
como el café que tomé antes de ubicarme en el sitio de encuentro. En raras
ocasiones, al tiempo que hablaba acorde a lo que inventaba sentir para que
sonara a rima poética cada frase, miraba sigiloso por la uve de su suéter que
deleitaba ligeramente los pechos que a su corta edad manejaba con
majestuosidad. Cynthia me había dicho por el chat la primera vez que
coincidimos en tal prematura red social que acababa de terminar la escuela con
creces y en ese ínterin por contarme sus planes a futuro deduje solemnemente
que todavía no había inscrito su nombre en el documento de identidad mientras
que yo acababa de realizar dicho trámite un par de años atrás; entonces, no
éramos tan distantes en edad, lo que realmente ocasionaba nuestra displicencia
era que no andábamos por el mismo sitio.
No,
respondió dentro de tanto silencio, algunas muecas de mujer insegura, gestos en
señal de no saber creer el palabreo que soltaba; quizá, por la exageración en
las metáforas debido a que una mujer de no muy extensa altura a pesar de llevar
botas en tacón, cabello negro tal cual la propia noche y los ojos marrones tan
comunes como cualquier otra no podría creer que su belleza era comparable a la
de una doncella escapada de una legión de princesas dentro de un castillo
encantado a las afueras de Gales.
Me
di cuenta que las frases poéticas que inventaba al son de mi labio no
funcionarían legalmente por el simple hecho que parecían estar en otra órbita.
¿Por
qué, no? Aproveché con picardía para no quedarme a puertas de la función. Lo
que pasa es que… empezó a decir, y yo que antes había realizado el mismo
trámite una y diez veces durante los últimos años después del colegio sabía que
cuando las palabras fallan es solvente actuar de manera románticamente
imprudente. Fue entonces que no pudo terminar su argumento en respuesta porque
pegué mis labios a los suyos para callarla en lo que a inicios de escuela,
puede que ambos, habíamos leído a Bécquer, quien alardeaba decir: ‘Cállame en
un beso’. El sentir fue distinto –no era como besar a Fátima, mi última novia
en secundaria, duramos siete meses contados porque nos veíamos cada mañana a la
entrada, al recreo y a la salida- sino fue como besar a un molde de plástico en
forma de mujer. Sentí que no fue un beso. Hablo de la pasión, de la
efervescencia, de las emociones y los sentimientos que revolotean en un beso.
Confieso que Cynthia me atraía, de repente como podrían gustarme otras mujeres
que estaría conociendo en otras circunstancias porque estaba absolutamente
seguro que no iba a ser la única ni era la primera con quien hablaba infiltrado
y a la vez honesto (exagerando un poco) en un chat sin fotos ni videos,
palabreo y más palabreo, a veces llamadas y si exigían, cierta descripción
física que evidentemente cabía igual a quien soy. Quizá, era algo que podría
ser tentativo; pero a la vez no era lo que verdaderamente atrapaba, pues, la
razón fundamental por la cual gustaba era por mi manera de ser. Esa facilidad
para escribir diciendo y trazando hechos ficticios, reales o combinados que utilizaba
para entretener, entablar charlas largas y vibrantes e incluso curiosidad que
era lo esencial. La intriga atrapa, yo lo sabía, por eso, actuaba al son de
crearla. Cuando ocurría, preguntaba, ¿y si nos vemos? A sabiendas que existía
cierta confianza, una sólida y clara, yo no iba a cometer ningún delito, solo
un beso copiando a un poeta; aunque en la variedad de ocasiones, a excepción de
la presente, acertaba de un golpazo cuando me miraban. No presumía de ese poder
de atracción real al son de mi descripción, porque enfatizaba en mostrarme tal
cual soy durante el chat, allí donde podía manifestar nociones más hondas y
expansivas a una llamada telefónica. Podría sí asegurar que llevaba un
enlistado mental acerca de las mujeres a quienes conocí mediante tal episodio y
fuimos sorteando avatares momentáneos hasta que terminamos aburriéndonos y en
consecuencia variando en actitudes con los sentimientos profundos nunca vistos
en la orilla. A menos no para mí. Pues, de forma irresponsable, muchas veces ignoré
a la cantidad de ilusiones rotas que adherí a mi comportamiento por andar
buscando amores para reemplazar al último.
No
es real cuando te dice que un clavo saca a otro clavo. Yo todavía la pensaba,
sobre todo cuando intentaba reemplazar sus labios con otras, cuando trataba de
compartir las aficiones que perdimos, una tarde de películas clásicas frente a
un antiguo televisor, la primera vez que entramos a un hotel dos estrellas de
una avenida lejana, tímidos, delicados y nada presurosos, las noches en vela
observando los astros en la terraza de su casa cuando sus padres salían, el
andar por los nuevos centros comerciales cada fin de semana hasta que caiga la
noche, las ganas de quedarnos juntos a la hora de despedirnos en el umbral de
la puerta, las raras ocasiones que estuvo sobre la cama de mi habitación y las
promesas icónicas por juntar lo mismo en una constante sesión de mismos
momentos. Todo lo buscaba en otras personas, en Cynthia, Olenka, Malena, Clara
y Soraya sin pensar que lo había neutralizado en un mismo ideal, en una persona
que no estaría más a mi lado por un compromiso distinto con el destino, razón
por la cual, había decidido rotundamente culminar la relación poco antes de
terminar la secundaria, -lo recordaba para inspirarme en textos incoloros, poco
precisos, sollozos de quien sería en adelante- y puede que en ese coraje quise
hallar mi propia búsqueda, motivo por el cual estuve envuelto en relaciones
fugaces.
¿Por
qué lo hiciste? Preguntó Cynthia fastidiada sin secarse los labios
–Detalle
que me pareció idóneo para continuar con mi elección de actitudes-. ¿No eres
capaz de recibir un no como respuesta? La oí decir después. No me esperaba una
frase así. Tal vez, algo como, ¿Qué paso?, ¿Cómo se te ocurrió besarme de
pronto? Entonces, podría usar mis oraciones predilectas: Es que me gustas y no
puedo evitarlo. Es que soy un romántico impulsivo. Y así, como otras veces,
caería redondita. Pero… ahora era diferente. Realmente ella se sentía incómoda.
No puedes andar besando a las personas sin su consentimiento, comentó en un
arrebato lejano a su timidez. ¿Y si yo reaccionara mal?, ¿Y te diera una
bofetada?, o, ¿Y si le contara a las personas cómo eres?, ¿Cómo piensas que se
vería en tu historial? Agrupó preguntas que no pude responder usando sus manos
en función de ademanes. Cuando hizo silencio pude lanzar una contraofensiva
bastante común y a la vez inteligente. Una consulta, Cynthia, ¿Cuál es la razón
por la cual te encuentras aquí si no deseabas el beso? Ella se frotó la cara
dejando a su mirada intacta en mí para enseguida decir: Buscando una amistad,
¿es acaso algo difícil de hallar? Dijo sensata, yo no le creí del todo.
¿Buscando amigos? Dije dudoso. Bueno, no niego que me gustes, tienes lo tuyo,
dijo después, yo sentí que empezaba a caer en la trampa. Pero… antes de
cualquier asunto romántico, busco algo de amistad, que se yo, alguien con quien
hablar, intercambiar ideas, comentarios, reír un rato y pasarla bien, ¿no
crees? O, ¿acaso pretendías besarme, y luego qué? Dijo en otro aire. Era verdad,
¿y luego qué? Seguro que haría la de siempre: Huir. Dejar de interesarme. Mutar
un poco. Cambiar de rumbo. Etc. Ella no buscaba o anhelaba lo mismo. Mira, yo
busco amistad antes de una relación porque todo empieza con conocerse. No soy
de las personas que van de prisa, aseguró con madurez a pesar de su corta edad.
Yo
estaba sorprendido y empezaba a gustarme de otra manera; sin embargo, las
condiciones de mi actitud no iban a cambiar. Pues, seguiría tratando de robarle
besos, tener un afán por juntarnos cuerpo a cuerpo y tratar de ahogar los
recuerdos que me perseguían. Pero; antes de que ocurra un segundo intento, le
hice una pregunta, ¿Qué te parece si comenzamos de nuevo? Olvidamos el beso y
reanudamos la charla para conocernos mejor, ¿qué dices? Yo quería reinventar.
No puedes actuar igual cuando te colocan muros. Ella accedió a sabiendas que la
cita estaba siguiendo un rumbo, el día y la hora se habían planificado, hasta
incluso los permisos y el valor de las oportunidades. Todo lo antes
desarrollado se había organizado para que nos juntemos. Debíamos de estar ahí y
tratar de pasarla bien, o de lo contrario, sentir que habíamos perdido el día.
Bien,
cuéntame de ti, ¿Qué quieres ser mañana más tarde? Era una pregunta que mi
madre haría.
¿No
conoces el dicho Carpe Diem? Le dije en una respuesta fresca.
Vive
el momento, añadió. Pero… ¿Sabes qué el destino está hecho de momentos?
Reflexionó. ¿Qué pasará luego de este momento? Puede que lo recuerdes, lo
escribas en el diario o lo olvides con otro momento; pero no vas a construir un
destino con momentos perdidos, ¿comprendes? Me lo dijo a la cara.
No
entendí en primera instancia, mis limitaciones se basaban en poetizar lo que
sentía y besarla apasionadamente.
Quiero
decir, ¿Qué escalón inventas con los momentos que vives? Porque para algún lado
deben llegar, ¿entiendes? Me dijo tenuemente. Por ejemplo, acoté ante mi gesto
de asentir, yo espero que tengamos una bonita amistad, sincera si se puede, que
podamos confiar, si deseas, porque me encanta escuchar, es decir; estoy
colocando escalones para crear algo, ¿y tú, qué esperas construir? Sus palabras
suaves se adentraron en mí.
¿Qué
espero construir? Puse en frecuencia a la pregunta y varios supuestos bastante
efímeros sacudieron mi mente. Un beso, dos abrazos, algo pasajero, una
relación, tal vez, de unos meses, y luego la separación inminente. Aquello
podría suceder en diferentes escalafones si ambos acertáramos.
¿Qué
piensas crear con esto? Me dijo usando su mano para amplificar su pregunta
repartiéndose entre ambos.
Puedes
besarme, si gustas, añadió para mi asombro. Yo le sonreí confuso. Pero… ¿y
luego, qué? Voy a molestarme contigo, tal vez; aunque de repente me guste lo
que planteas. Eres apuesto, no lo niego y hasta puedo sentirme atraída al punto
en que quiera ese beso; pero… ¿y luego, qué?, ¿Voy a dejar que me beses y te
vayas sin la alusión a vernos más tarde?, ¿Cuándo volveremos a encontrarnos?
Puede que en una semana. Bien, existirán otros besos, abrazos y palabreo
filosófico y divertido, eso suena estupendo; pero, ¿Después, qué?, ¿Acaso vamos
a formalizar?, ¿Cuánto tiempo vamos a durar?, ¿Qué haremos estando juntos?,
¿Qué voy a ganar contigo, aparte de tus besos y tu cuerpo cerca de mí?
Empecé
a verla con rostro de mera confusión. Pero… un momento, le dije calmando su
pasión de verborragia, ¿acaso vamos a casarnos, o qué? Pareció un chiste; pero
no lo fue. No teníamos ni la cuarta parte de nuestras vidas, ¿acaso no
podríamos pensar ligeramente? Pensé en decirle usando las siguientes frases:
Escucha, no estamos en la época medieval, podemos gozar de instantes sin
responsabilidad de futuros; no implica besarnos y olvidarnos, sino, salir un
par de veces, conocernos y envolvernos en historias que serán recuerdos bonitos
para la prosperidad sin pensar tanto en el futuro. Es lo que creo, acuñé con
honestidad.
Excelente,
eres libre de pensar cómo crees; pero no pretendas ser el dueño de la razón. No
estamos para definir si es noche o alba, si es sábado o lunes donde podemos ser
claros, estamos en un tramo de ideales, donde podemos ser distintos y no estar
de acuerdo, ¿asimilas? Dijo con asombrosa serenidad.
Si
no me hubiera parecido excitante su manera por argumentar, me habría ido
fastidiado.
Exacto,
le dije en primera instancia. Tenemos formas distintas de ver la vida, aclaré.
Dime
algo, dijo en paz. Le di una mirada. ¿Cuántas novias piensas tener antes de
formalizar un romance ideal? Es decir; no pretendo que vayas al altar, solo,
¿alguna vez te has enamorado? Su pregunta dio en el clavo, allí donde seguramente
apuntaba y todavía no daba.
La
duda me sentenció.
Entonces,
sigues enamorado, me dijo con una rara sonrisa como si no le importara que mi
corazón estuviera en otro sector y mi piel desearía la suya en un extraño acto
que vio como inmaduro e ingenuo en una siguiente oración que necesité oír a
pesar que me doliera.
¿Y
qué es lo que haces conmigo acá perdiendo el tiempo? Dijo en una linda ironía.
Abrió
las manos y acotó, ¿fue ella quien dejó? Debo suponerlo por tu actitud de
galán. O, ¿se trata de un acto de rebeldía?, ¿Me cuentas? Te acabo de decir que
puedo ser tu amiga.
O
mi psicóloga, ataqué.
Ella
estiró una sonrisa. La había halagado.
Bien,
confieso que estoy enganchado –por alguna boba razón, no quería decir
enamorado- y no puedo hacer absolutamente nada por volver con ella, acabé.
La
muchacha no dejaba de sonreír. ¿Ves que fácil es confiar? Dijo con humor. Yo me
sentía desnudo, la seguridad se veía averiada y las tentaciones por los besos y
demás pasiones se diluyeron. Empezaba a no sentirme igual.
¿Qué
impide que retornen? Dijo tal cual una doctora.
Algunos
factores, respondí ligero.
¿Uno
de ellos es? Quiso saber.
Que…
Bueno, ha decidido tomar un vuelo a otro país y no puedo perseguirla, sentí que
mi respuesta era tan concreta que nadie, ni siquiera la voz nocturna o el
reflejo en el espejo, podían contradecir.
¿Se
fue por un mejor destino?
Asentí
débilmente.
¿Y
no puedes acompañarla?
Volví
a sentir suavemente.
¿Por
qué no quieres ser parte de su mejora? La pregunta me desorbitó. Es decir; ¿Por
qué no crecer juntos? Añadió para mejor entendimiento.
Me
miré aquietado.
Si
ella decidió irse a Canadá, ¿Por qué no vas con ella?, ¿Estás casado, tienes
hijos o un trabajo sumamente estable? A esta edad, lo dudo mucho, dijo
totalmente irónica.
Nada
te atrapa aquí y ahora, arremetió en una frase dócil.
Pierdes
el tiempo estando aquí conmigo, ¿Por qué no lo asimilas bien? Dijo en un
suspiro al son de mis pensamientos atorados en la mente.
Ve
con ella, búscala, abrázala y crezcan juntos que de eso se tratan los momentos,
acotó solemne ante mi estado de quietud por andar sumergido en el sentir.
Construyan
escalones que puedan surcar de la mano, alcancen la gloria unidos, inventen
sonrisas y fabriquen realidades en base a sueños por causa de un amor mutuo y honesto.
Déjate
de tonteras y ve a buscar lo que te hace feliz, argumentó finalmente con
sobriedad y desfiles de pasión.
Me
había desarmado por completo, la figura de galante quedó desaparecida, era solo
un montón de emociones arrestadas en el interior por no tener dirección hasta
que entendí para donde debían de ser dirigidos.
¿Quieres
decir que debo ir tras ella? Pregunté con la inocencia de un alma desinhibida.
O,
pretendes vivir arrepentido el resto de tu vida, porque de alguna manera y
otra, a veces, por pensar en que podemos reemplazar, nunca volvemos a hallar a
personas iguales, no por los aspectos físicos o las aficiones en conjunto, sino
por la forma cómo nos hacen sentir.
Rápidamente
pensé en los siguientes procedimientos: Ir a mi casa, enlistar una mochila,
comprar un pasaje, buscarla, amarla y nunca dejarla. O, ir a casa, hablar con
mis padres, que me cuestionen el accionar, comprar el pasaje con los problemas
de ingresos de un adolescente, tratar de comunicarme con ella, acordar una cita
y amarnos… si es que todavía se puede. Todo era tan difícil a pesar que sonara
distinto.
Froté
el rostro hasta llegar a los cabellos en actos de frustración. No puedo
hacerlo, pensé. No es tan sencillo como llenarse de inspiración. Debo de
planear, buscar un ingreso para solventarme allá, tratar de escribirle, ¿y si
no quiere saber de mí? Crear un nuevo lazo o nexo, lidiar con algunos hechos
porque aunque no estoy casado ni tengo hijos, no puedo sencillamente largarme
de mi casa porque estoy enamorado de una mujer que vive en otro país, ¿acaso es
fácil? Sencillo es salir aquí, pasar el rato, disfrutar un poco; pero no puedo
acertar si de construir lo que mencionas intento.
Bueno,
si fuera tu hada madrina, de un golpe con mi barita podría llevarte hasta su
castillo, o en este contexto, su casa en Avenida Los Insurgentes 376, San
Miguel; aunque creo que un taxi te dejaría en la entrada por solo veinte soles.
Si te apuras, podrías llegar a tiempo, ¿o vas a seguir perdiendo los minutos
aquí conmigo?
¿Qué?
Dije asaltando por la intriga. ¿Cómo sabes dónde vive? O, bueno, vivía. ¿Qué
estas queriendo decir? Dime, por favor, le dije enfático; aunque todavía hondo
en la curiosidad y la sorpresa.
Digo
que soy una conocida de tu ex, no voy a decir novia porque sería extraño, debido
a que técnicamente estarías siendo infiel…
¿Conocida?,
¿De dónde?, ¿Qué está pasando acá? Me sentí alertado.
Calma,
ella no me conoce, yo sí a ella. Supe que ha vuelto, está en San Miguel, espera
por ti.
¿Cómo
lo sabes?
Porque
la escucho hablarle al cielo acerca de ti, me dijo en aires de misticismo.
Espera,
¿me estás jugando una broma? Le dije confuso en gestos con las manos sobre el
cabello.
Lo
creas o no, yo digo la verdad, no puedo profundizar más; porque solo te voy a
decir que… No es demasiado tarde para amar; pero sí para demostrarlo.
Ve…
¡Ahora! Está en su alcoba, piensa en ti, te extraña, de repente por eso vino,
¿no lo crees? Dijo sugerente.
Iré;
pero, espera. Antes, dime algo, ¿Quién realmente eres?
Un
ángel de la guarda, tal vez; un hada madrina, no, estoy vieja para eso; pero
soy una conocida que intenta ayudar, y de paso estudiar ciertos comportamientos
amorosos.
Es
todo lo que puedo decir.
Sonreí
confuso, emocionado, asaltado de sensaciones y a la vez ciertamente satisfecho
y con ganas de creer en sus palabras.
Entonces,
¿voy? Consulté por última vez en un ademán por acelerar el ritmo.
No
te preocupes por mí. Ve a buscarla, todavía no es tarde y sabes que ella duerme
de madrugada, aseguró.
La
miré extrañado. ¿Quién eres? Volví a preguntar.
Alguien
que solo intenta ayudar, aseguró esbozando una sonrisa.
Lamento
que hayamos tenido estos exabruptos algo extraños, traté de explicarme
justificando mi anterior accionar.
No
te preocupes, dijo sonriente. No sabías quien era. Además, ¿es importante? Lo
realmente especial es que vuelvan a estar juntos, acuñó una frase poderosa con
una larga sonrisa. Me sentí contagiado, le di un abrazo en agradecimiento y
despedida y caminé hacia la avenida para detener el primer taxi que vi
dirigiéndome hacia su casa.
No
volteé por si, de manera muy extraña, hubiera desaparecido. Varios supuestos
azotaron mi cabeza. ¿Será un fantasma?, ¿Su mejor amiga perdida?, ¿Una hermana
que nunca conocí?, ¿Su vecina, ¿Quién podrá ser? Lo único que quería era llegar
y descubrir la verdad, una que, gracias a la charla que tuvimos, pude entender
mejor.
Uno no puede andar perdiendo el tiempo con falsos amores cuando el amor verdadero está a la vuelta de la esquina.