- Lorenzo sube a lo más alto del estrado en donde inmortales yacen imágenes de tiempos gloriosos junto a un recopilado de diplomas por buen estudiante en la materia que tanto me apasiona y un compilado de fotografías de la nena y sus bellos momentos (por no decir todos) para ajustar su garganta y lanzar un cántico espectacular que resuena por la casa hasta llegar a la habitación donde duermo desde que resolví darle fin a un episodio de la nueva novela, es decir; hace no menos de dos horas. Pues, son las seis en punto y el hijo de su madre, revienta el tímpano como si viviera solo y para colmo de males adjudica su accionar a una pequeña rubia de ojos color mar, quien insistentemente pidió, poniendo carita de gatito de Sherk, que nos lo lleváramos para cobijarlo en la casa. Fue, creemos su abuela y yo, la peor idea que he tomado en los últimos siete días.
Todo
comenzó la tarde de un jueves, la pequeña vino a la casa para pasar su día
conmigo, algo que formalmente no tenemos establecido porque nos juntamos cuando
queremos, especialmente cuando nos extrañamos, es decir; casi todo el tiempo y
aquella vez fuimos a pasear a un parque casi al fin de la ciudad en donde,
según vi en una página, habían estrenado unos juegos didácticos que podrían
gustarle más de lo que le gustan los videojuegos. En síntesis, quería que tuviera
libertades de aire puro y cálido en lugar de andar pegada a la play 4 que le compré
en lugar de su bautizo.
La
historia la he contado miles de veces y es tan divertida que adoro repetirla.
Sin
embargo, no es el momento. Entonces, recorrimos la ciudad hasta llegar al
parque, que, de hecho, era grande, precioso y muy agradable. Realizamos un
picnic entre ambos con los protocolos necesarios de la actualidad incluyendo
los elementos para que pudiera alimentarse bien a insistencia tenaz de su abuela
y otros aperitivos que le fascinan y que degusta conmigo porque soy de quienes
prefieren que los hijos disfruten de su niñez y pubertad a base comida que les
antoje y luego se preocupen por las benditas dietas que no llevan a ninguna
parte cuando solo intentas gozar de una galleta con relleno de chocolate, un
gaseosa bien helada y unos dulces de mil y un colores.
Yo
estaba reposando acostado en un árbol alucinándome Newton a medida que escribía
en el ordenador y la miraba recorrer el sendero de flores y plantas no
venenosas aunque preciosas cuando de pronto me percaté de una situación curiosa
y particular que suele ocurrir con los niños llenos de curiosidad por querer
conocer más (me imagino que todos son así). Lo que sucedió fue que, la dulce
princesa, cogió con sus manos a un gallo; sí, el maldito cretino y gritón de
Lorenzo, rompe pelotas absoluto haciéndose el tierno entre sus brazos de
porcelana para que, a pesar de todas mis insistencias con argumentos totalmente
válidos, incluyendo la frase: Preciosa, te compro unos helados si lo dejamos.
Amor, te llevo a los juegos mecánicos. Te compro otros juegos para la Play.
Vamos a la biblioteca cuando abran y nos llevamos todos los libros. Ella no quiso
dejar al maldito gallo, a quien, lo tenía tal cual hijo, algo que notablemente
provocaba ternura, incluso, sirvió para unas fotos inmortales en los marcos de
la casa y el fondo de pantalla del móvil; pero no más, porque no quería
llevarme a ese bendito gallo a casa. Aunque tuve que hacerlo porque jamás le
digo que no a la princesa y tal vez sea mi defecto, uno que obviamente disfruto
a pesar que me genera controversias con sus abuelos; no obstante, soy así, me
gusta que la gente que amo haga lo que quiera y mi princesa puede ser y hacer
lo que guste. Pero, en esta ocasión, llevarse a un gallo era medio complicado,
digamos que, estaba fuera de mi entendimiento, debido a que tenemos a un
perrito y un gato, no necesitamos a más; aunque, como bien empecé el relato,
tuvimos que llevarlo a casa.
Llegamos
a casa, yo estuve preparando la cena mientras que Lorenzo, ya bautizado de esa
manera, jugaba con la pequeña ante la mirada celosa de Dolly y el buen Garfield
hasta que se rindió ante tanto cansancio y se quedó dormida sobre el mueble de
una manera muy dulce. La llevé a su cama y di un beso de buenas noches tras
leerle un cuento.
Después
tuve que separar al perro, gato y gallo para que no se terminaran peleando por
el amor de la princesa como en las películas, novelas, libros y vida real. Al
momento de establecer separaciones fui a mi estudio para trabajar en el nuevo
libro como si alguna editorial estadounidense viniera por mí a la mañana
siguiente para coronar mi obra. Cuando realidad ni siquiera mi abuela compra
ejemplares de mis novelas.
A
la mañana siguiente, tras los gritos desesperantes, fui a ahorcar al gallo;
pero verlo soberbio y arrogante sobre el estrado como dueño de la casa me hizo
entender su notable postura pensando a su vez que debían de extrañarlo en su
granja, porque según creo, los gallos son los jefes de dichos sitios. Pensando
y planearlo me hizo entender que debía de darle ese cuento a Circe para que
pudiéramos dejarlo, ya que ella, en su completa inteligencia, a veces solo entiende
con nociones de ámbito sentimental, es decir; si yo le digo que en casa,
Lorenzo tiene su familia de gallina y pollitos más un ejercicito de pueblerinos
que lo extrañan y necesitan como líder, ella llegaría a comprender que debe
hacerlo retornar.
La
pequeña apareció por el umbral de la sala cuando Lorenzo y yo estuvimos
viéndonos fijamente como intercambiando planes, yo pensando en dejarlo y él
queriendo adueñarse de la casa.
Descendió
del escaparate con tanta elegancia que ningún marco o diploma se vio en peligro
para asomarse a la princesa y ante mi mirada fría dejarse caer tiernamente
sobre sus pies como una especie de alabanza.
Maldije
para mis adentros diciéndome a mí mismo que el cretino no estaría dispuesto a
volver a la granja por más que allá lo esperen doscientas gallinas bien
facheras.
Princesa,
¿Qué te parece si desayunamos tostadas con mantequilla de maní y una sabrosa
taza de leche?
Asintió
con la cabeza colocando al gallo en la silla al lado.
Mi
cielo, no puedes poner al mald... a Lorenzo en la silla. Ni siquiera Dolly se
sube.
Pa...
yo he visto a Dolly dormida en tu pecho y a Garfield en tu almohada, deja que
Lorenzito se quede un rato a mi lado.
No,
preciosa, hay reglas que debemos seguir.
Resolvió
dejar a Lorenzo en el suelo impartiéndole algo de su comida porque no teníamos
alimento para gallos. Además, ¿Qué comen los gallos?
No
pensé mucho en esa pregunta hasta que oí a Circe hablarle: Lorenzo, a partir de
ahora serás mi nuevo mejor amigo.
Dolly
y Garlfield, que por primera vez en la historia se hallaban juntos, se miraron
entristecidos por la noticia; aunque seguramente planeaban telepáticamente
alguna estrategia para deshacerse del bendito rey de la granja.
Había
llegado el momento de usar mi arma letal. El sentimiento de la princesa.
Preciosa,
le dije al beber mi café. ¿Tú sabías que los gallos son quienes dominan las
granjas?
Ella
asintió con la cabeza con una sonrisa. Conoce bastante acerca de animales
porque mira documentales a diario.
Los
gallos son los comandantes de una granja, pues son ellos quienes dirigen el
establo y muchas veces suele depender netamente de ellos el porvenir de muchas
familias.
Ella
miraba a Lorenzo con admiración.
Entonces,
¿no crees que allá lo estarán extrañando?
Volvió
a mirarlo.
Ellos
tienen su familia, corazón. Esta bueno eso de llevarlo a casa para que conozca
otros sitios, jugara contigo un rato y la pasaran bien; pero debes entender que
sus pollitos y señora gallina lo están extrañando.
Circe
empezó a comprender. Sabía que no iba a dejar que Lorenzo se quedara sabiendo
que allá lo necesitan; sin embargo, sacó un comentario de la galera como un
mago que te responde de forma sutil y elegante: Pero... Pa, si encontré a
Lorenzo a medio camino de un parque, ¿no crees que tal vez se haya querido
escapar de ese sitio? Existen personas crueles que matan animales; quizá,
simplemente quiso salvar su vida y halló paz en este hogar.
Quedé
atónico. Asombrado. Admirado. Definitivamente, Circe tiene una actitud bastante
intuitiva e inteligente, me recuerda a alguien cada vez que intenta zafar de un
inconveniente.
Bueno...
mi cielo, tienes razón, le dije sin otra cosa que acotar.
Tenía
lógica su sentir. Estábamos en un picnic, la granja seguramente estaría lejos y
Lorenzo Lamas tal vez estaría queriendo buscar un escondite. Sin embargo, yo no
podría pasar otra noche sin dormir por causa de los ruidos del animal
madrugador, tal es la razón que se me ocurrió una idea brillante.
La
pequeña y Lorenzo jugaban en el césped a un lado ignorando por completo al
perro y el gato que miraban envidiosos como el gallo se había ganado su cariño
con bastante facilidad mientras que cogía el celular y llamaba a la única
persona capaz de darme una solución.
Hola
mamá, ¿hay espacio en tu casa para adoptar a un gallo?
¿Qué
rayos dejaste que hiciera ahora? Sabes que no puedes andar aceptando todos sus
caprichos. No quería bautizo, lo lograste. No quería ir a la confirmación, lo
lograste. No quería el curso de religión, lo lograste. Quiere ser escritora, lo
lograste...
Hey,
eso de ser escritora me parece fabuloso.
Bueno,
¿Qué te parece si adoptas al gallo para que yo pueda trabajar tranquilo en mi
nuevo libro?
¿Al
menos me regalas unos ejemplares para mis amigas?
Por
supuesto.
Entonces...
acepto al... ¿Qué? ¿Dijiste gallo?
Espera,
espera... ¿Cómo rayos hiciste que adoptara un gallo como mascota?
¿No
tuvieron suficiente con Henry, ‘La iguana’?
¡Rayos!
Eres el padre más consentidor que conozco en el mundo, incluso, peor que tu
padre.
Y
bueno... y eso que no me esfuerzo, le dije con sarcasmo.
Pásamela,
dijo.
Preciosa,
tu abuela al teléfono.
Las
dejé hablando a solas durante cinco minutos.
Cuando
terminaron de hablar la princesa se acercó y me dio un abrazo.
Tienes
razón, pa. Vayamos a dejar a Lorenzo con su familia.
Asentí
asombrado y contento.
Amor...
¿Qué te dijo tu abuelita? Quise saber.
“Que
a veces los hijos pueden ser muy locos e igual ningún padre se alejaría de
ellos porque los aman a medida de cómo son intentando llevarlos por un buen
rumbo. Eso quiere decir que tal vez, Lorenzo se halla perdido y no querido
escapar”.
Le
di otro abrazo por sus lindas palabras y decidí que tuviéramos a Lorenzo el
resto del día.
A
la mañana siguiente salimos con dirección a una granja en donde por recomendación
de una amiga de su abuela, allá cuidarían muy bien de Lorenzo, quien sería una
mascota de granja en adopción, es decir; ella podría ir a visitarlo, llevarle
comida, darle cariño y demás y allá lo cuidarían y brindarían el techo requerido
para no que esté molestando en casa.
La
despedida fue bella, a diferencia de muchas otras en donde parten llanto y no
se quieren alejar, pues el valiente Lorenzo Lamas (me da risa ponerle ese
apellido) se dirigió a un séquito de gallinas acomodándose como un galán
enamorado. Cayó como anillo al dedo su presencia en el sitio rodeado de
gallinas y pollitos quienes le hicieron un pabellón para que pasara a comer y
beber como si fuera el rey.
Marta,
la dueña del sitio, le dio una insignia a Circe como dueña y protectora de
Lorenzo, se sacaron unas fotos y volvimos a casa hambrientos y felices para el
asado de domingo (daba la ironía) en casa de sus abuelos.
Allí
charlando con mis padres preguntaron acerca de la nueva novela, entonces usando
la broma les dije: El gallo no me dejó escribir; pero la experiencia con él me
dejó un relato que trabajar.
Y,
de repente, oímos a Circe decir: Pa, mira, una palomita blanca.
¿La
adoptamos?
Fin