- Tras
un agitado mes laboral, Pirri había podido reservar 1,200 soles para su viaje
al Cusco junto a su flaquita, algo que, por muchas razones, lo hacía muy feliz.
Comentó
que el vuelo saldría a las seis menos quince de la mañana del día siguiente,
por ende, debía de madrugar en al aeropuerto. Razón para estar más que
preparado y emocionado.
Antes
de salir al cine con su novia, me invitó un cigarrillo y zafó en un extraño
horario (casi cuatro de la tarde) aunque comprensible debido al viaje del
siguiente día. Su plan, seguramente, volver, recoger las petacas y aventurarse
al aeropuerto teniendo a la película en estreno todavía nítida en su cabeza
evitando así todo tipo de spoiler. Razón por la cual, debía de asistir al cine
antes del vuelo.
La presencia del tío Raúl siempre genera una mistura
de sensaciones y todas como tormentas de arena resultan inesperadas y
peligrosas. El paso del tiempo y su accionar belicoso lo tildaron como un
sujeto inadaptado a cualquier ámbito familiar; merecido reconocimiento tiene
por ser partidario de situaciones, que por más que terminaron siendo
pintorescas, podrían haber culminado de peor forma si quienes componen el círculo
familiar no fueran tan… Eso, pintorescos.
Y sin embargo, hay momentos en los que –por la acumulación
de tarjetas amarillas- resultan, en definitiva, ser la gota que derramó el
vaso.
La
tarde de un lunes de un julio que queremos olvidar, Raúl, apareció por la esquina
con el porte de oficial de policía que comió menestras en el almuerzo durante seis
años, con el bigote exacto y la camisa roja extraída de un closet sin la aprobación
del dueño, zapatos de charol y eterno cigarrillo Camell en la boca, andando al
tiempo que bocanadas de humo se elevaban al cielo y los vecinos chismosos en
ausencia de relaciones sexuales matrimoniales, miraban con binoculares su
nefasta aunque para ellos dulce presencia direccionada hacia mi casa en Manuel
Wagner 666.
Desde
la ventana lo vi y de inmediato le avisé a Nipo, quien iba por el segundo round
en una faena calamitosa junto a su chica; Bruno no estaba en casa y mi vieja yacía
mirando una telenovela mexicana con tanta atención que incluso mi llamarada de
palabras en referencia a la presencia del tío parecían inhóspitas.
Personalmente,
impartía simpatía hacia el tío Raúl, debo confesar, entre copas, que me resultaba
ligeramente gracioso (hasta esa tarde). No obstante, como conocedor de sus
artimañas sabía que debía de cuidar mi habitación de su mano con pegapega y
salir a sonreírle un rato cuando lo viera entre las filas del feudo,
especialmente en la cocina, en donde engendra su néctar sagrado.
Nunca
en mi santa vida le he negado una taza de café a un ente, e incluso, si el
mismo Satanás apareciera, le invitaría una tacita de café.
Nos
abrazamos fervientemente cuando nos encontramos en la cocina y compartimos el néctar
de los dioses en un par de palabras que iban más allá del saludo. Mantenía su
sonrisa por debajo del bigote, se encontraba delgado pero lucia pulcro como si
el tener la misma ropa no fuese motivo de suciedad. Mi vieja descendió cuando
la novela acabó, pensé que lo habría hecho pasar, señalado el café y devuelto a
la telenovela hasta que terminara.
Los
chismes familiares salpicaron como lluvia torrencial mientras que el tío Raúl afirmaba
su adicción al oro negro vertiendo una y diez veces su taza, la cual, por
motivos de salubridad, no volveríamos a usar, es que había una leve leyenda que
el tío tendría sida y muchas personas son paranoicas.
Mi
vieja, en su completa amabilidad e ingenuidad, le pidió encarecidamente que se
quedara el resto del día a compartir el lonche y la cena, Raúl accedió con
sonrisas queriendo ingresar un rato a la computadora de Bruno para inspeccionar
la lotería. Algo que intentó sacarse en sus más de 69 años.
En
ese tramo, Nipo salió de su habitación para estrecharle la mano y darle un abrazo,
yo subía para empatarme a la risa de ambos cuando oí una pregunta y una
respuesta crucial.
Sobrino,
¿tienes cigarrillos?
Tío,
creo que Pirri tiene.
No
me di cuenta, hasta dentro de veinte minutos, lo que ese intercambio verbal ocasionaría.
Nipo y yo nos abrimos paso entre nuestras diversas actividades para dejar al tío Raúl en solitario visualizando una aburrida carrera de caballos virtuales y ambos, no nos percatamos de lo que, cualquier agente, podría deducir y lo cual voy a describir en el siguiente párrafo:
Nipo y yo nos abrimos paso entre nuestras diversas actividades para dejar al tío Raúl en solitario visualizando una aburrida carrera de caballos virtuales y ambos, no nos percatamos de lo que, cualquier agente, podría deducir y lo cual voy a describir en el siguiente párrafo:
Aproveché
que los dos bajaron para sigilosamente subir a la habitación de Pirri con la
excusa de ir por cigarrillos si alguien llegara a verme.
Adentro
verifiqué en el escritorio con prendas, calzones y encendedores si había alguna
cajetilla, encontrando algo que más que eso en una rápida búsqueda por los
cajones cerca a la computadora.
Mil
doscientos soles esperando por mí, la lotería y el humo, reposaban en un cajón.
Los cogí y de inmediato me fui.
-
Conjetura de lo que sucedió.
Efectivamente,
veinte minutos después, se oyó el sonido de la puerta, salí por la ventana y vi
al tío Raúl zafar con el mismo porte con el que vino.
Se
me hizo extremadamente extraño y por la noche nos enteramos todos de lo
hurtado.
El
resto es asunto cerrado pero nunca olvidado. Le sacamos tarjeta roja y no hemos
vuelto a verlo, a menos que sea en el entierro.
Fin